"(...) ¿Porqué los pobres votan a la derecha?, se pregunta Thomas
Frank desde el título mismo de su libro. ¿Por qué enormes sectores de
votantes “pobres” apoyan a sus enemigos de clase, a aquellos que reducen
los impuestos de los ricos y acaban con las políticas y los servicios
sociales que les ayudarían, a los pobres, a sobrellevar sus situaciones
de pobreza y precariedad?
Frank explica, en parte, esta paradoja
–que no es solo americana– por la “inseguridad económica desencadenada
por el nuevo capitalismo, que ha conducido a una parte del proletariado y
de las clases medias a buscar la seguridad en otra parte, en un
universo moral” más claro y seguro –por cuanto hunde sus raíces en
tradiciones heredadas y fuertemente consolidadas en el imaginario
popular– que el que ofrecen sus representantes objetivamente más
cercanos.
Es decir, que es en el terreno de los “valores” en donde han
ganado la batalla; y al analizar lo que ha pasado en Gran Bretaña con el
Brexit, o lo que sucede en Francia con el Frente Nacional, o la campaña
de los republicanos o de Donald Trump en USA, parece que no va tan
desencaminado.
Sin embargo, en España hoy no es esa la razón
fundamental, sino que la explicación del fenómeno, tal como le escuché
decir recientemente a Antón Losada en una mesa sobre la situación
política actual y las posibilidades de cambio en Galicia este
septiembre, las causas de la hegemonía de la derecha en su comunidad y
en el resto del estado son dos: en primer lugar, la unidad del bloque
conservador, en el que la aparente disidencia de Ciudadanos, como se ha
comprobado, ha sido apenas un espejismo; y en el que, cuando realmente
se les necesita, tanto la antigua Convergencia, como el PNV, acuden
puntualmente al rescate (véanse sus trayectorias en el Congreso).
Luego
está la claridad del mensaje político, económico y social transmitido
por el PP y sus adláteres, un mensaje claro tanto en su formulación como
en los fundamentos ideológicos sobre el que se construye.
Todo
esto frente a un bloque de izquierdas dividido y fragmentado, que,
además, no tiene ningún discurso claro, ni tampoco un mensaje creíble,
factible y homogéneo (no uniforme, pero sí, al menos, homogéneo) que
transmitir a esa mayoría social que determina los vaivenes electorales y
marca el éxito o el fracaso de las políticas económicas y sociales.
Pues lo que hay, por lo común, son propuestas aquí y allá, según los
territorios, diversas y dispares, matices sin cuento, contradicciones
flagrantes, miedos naturales o infundados, junto a alegrías
populistas, que se entremezclan e impugnan entre sí, hasta confundir y
disuadir a los potenciales receptores de sus mensajes; y no digamos nada
sobre los cimientos ideológicos sobre los que este potpurrí se levanta:
ninguno o variadísimos, según se vea; pues a los cimientos neoliberales
sobre los que se construye el mensaje del bloque de derechas –y, tal
como sostiene David Harvey, el neoliberalismo es un auténtico proyecto
político, en realidad, el único proyecto político que hay hoy sobre el
tablero social y político internacional– ¿qué cimientos, qué proyecto
opone la izquierda?, ¿un neoliberalismo de “rostro humano” o un
keynesianismo descafeinado, en el mejor de los casos, como quiere el
PSOE?, ¿un keynesianismo más radical o una “democracia económica”, al
estilo del profesor David Schweickart, o un proyecto inclinado a las
estrategias políticas y sociales previstas por Ernesto Laclau, como
quieren otros sectores cercanos a IU o del entramado Podemos?; ¿o quizás
algo semejante al de la vieja socialdemocracia nórdica y alemana?; ¿o,
por el contrario, recetas socialistas clásicas?, ¿o comunistas?, ¿o
libertarias?, ¿o radicales, o menos radicales, o adaptadas a las
coordenadas de la política europea e internacional, o audazmente
rupturistas…? ¿Y respecto de Europa, por cierto, cuál es el mensaje…? En
fin, mejor dejarlo (¿o no?)
Hace unos días, un buen amigo
valenciano y excelente a analista de la realidad, resumía la cuestión, a
la pata la llana, en estos términos: en España hay aproximadamente
veinte millones de potenciales trabajadores, quince o dieciséis
trabajan, de los que trabajan, cinco o seis millones viven en la pobreza
precaria, y el resto, unos diez u once millones, ganan salarios que les
permiten vivir, a unos más y a otros menos, razonablemente bien; esos
diez u once millones bloquean cualquier posibilidad de cambio radical;
teniendo en cuenta que de los otros, de los pobres precarios, una buena
parte o no votan o ni siquiera son activos social y políticamente, ¿qué
se puede esperar?
Se pueden matizar y afinar las cifras y
consideraciones, pero, me temo que por ahí van las cosas. Esa masa de
trabajadores que aún mantienen un cierto “nivel de vida”, que suplen
todavía el deterioro y desmantelamiento de los servicios públicos y del
estado del bienestar mediante la apelación a servicios privados
compensatorios, hacen sus cuentas y “virgencita mía que me quede como
estoy”; y no es que sean gilipollas o no tengan conciencia de lo
que pasa, pues la tienen y muy clarita. No es eso, y no entenderlo desde
determinados sectores izquierdistas poco atentos a la realidad real, o infantilizados, es fatal.
Los
mismos sectores en los que se da, a menudo, esa especie de “simulación
de confrontación”, en la que el melancólico papel del “eterno perdedor”
no sería otra cosa que una auténtica zona de confort existencial desde
la que defenderse de la frustración que nos embarga.
De ahí mi aversión a
la necia mitificación y mistificación del perdedor entre nuestras filas. En el arte y en la realidad, odio la figura del perdedor
por vocación, pues así nos quieren y así nos han convencido de que
tenemos que ser. Y algunos lo han interiorizado tanto que ya no saben ni
ganar, cuando lo pueden hacer, ni reconocer la victoria, cuando la han
alcanzado. (...)
Unidos Podemos, o lo que dé en los distintos territorios, o a escala
estatal, es “un espacio político con enorme potencial de
transformación”, tal como afirmó Alberto Garzón en su carta a los
militantes de IU, tras comprobar su desafección a la fórmula pactada con
Pablo Iglesias. Y es verdad, y es justo esa otra parte de la
organización de IU, representada por él, esa parte que ha sabido leer la
nueva realidad (...)
Como destaca Ricardo Martín Santos en uno de los más certeros análisis
que he leído, en Viento Sur, “Cambio de ciclo, nuevas hipótesis, nuevas
oportunidades”, esta aparente derrota de Unidos Podemos puede
convertirse –si sabemos digerirla, y manejar sus efectos con calma y
convenientemente– en una verdadera oportunidad de cambio hacia
escenarios muy diferentes a los actuales e insospechados a lo largo de
los próximos años.
Si lo logramos, o si al menos vamos en esa dirección,
el 26J no habrá sido más que un punto de inflexión hacia algo realmente
nuevo. Algo que no abrirá el camino a una revolución, pero sí a una
sacudida del sistema que abrirá grietas y fisuras irrestañables en sus
pilares.
Por lo demás, y aunque no se comparta lo dicho hasta aquí, sí
es sencillo de entender que es propio de necios castigarse a uno mismo,
creyendo que así castigas a tu verdugo. Eso por si el día de Navidad
tenemos que ir a votar con las panderetas y las zambombas en la mano." (Matías Escalera Cordero , Rebelión, 28/09/16)
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