"El artículo señala que aun cuando la candidata Clinton podría
ganar, el problema que Trump representa continuará, pues tal candidato
ha sido exitoso a la hora de canalizar el gran enfado de la clase
trabajadora blanca hacia el establishment estadounidense, que se percibe
que está representado por Hillary Clinton.
El artículo concluye que la
única solución es que este enfado no lo canalice en el futuro la extrema
derecha, equivalente al nazismo y el fascismo en Europa, sino fuerzas
políticas emergentes en aquel país. (...)
Está claro que las grandes instituciones
representativas del Estado federal de EEUU y los mayores medios de
información de aquel país (lo que se llama el establishment
político-mediático estadounidense) no entienden lo que está pasando en
EEUU. La aparición de las candidaturas de Donald Trump en el Partido
Republicano y de Bernie Sanders en el Partido Demócrata ha cogido por
sorpresa a tal establishment.
El candidato Trump ha alcanzado en algunos
momentos de la campaña electoral unos niveles de popularidad cercanos a
los de la candidata demócrata Hillary Clinton, y el candidato Sanders
casi venció en las primarias del Partido Demócrata (ganó en 22 de los 50
Estados), y ello a pesar de la clara y documentada hostilidad del
aparato del Partido Demócrata, que utilizó todas las malas artes en la
campaña para derrotarlo.
Y uno de los elementos de lo que está
ocurriendo que ha sorprendido más al establishment político-mediático ha
sido el apoyo a tales candidatos, Trump y Sanders, por parte de la
clase trabajadora (de raza blanca), un sector de la población que tales
establishments creían que ya no existía en aquel país, pues su
percepción de la estructura social del país había sustituido incluso el
término de “clase trabajadora” por el de “clase media”, definiendo como
tal a toda la población que ni es rica ni es pobre. (...)
En esta visión de Estados Unidos, la clase trabajadora o bien ha
desaparecido, o se ha convertido en clase media (por extraño que
parezca, esta percepción de la estructura social de los países
capitalistas desarrollados también está generalizada en el establishment
político-mediático español). (...)
El Partido Demócrata es el partido postmodernista que ha estado
enfatizando los temas de identidad como centrales de su estrategia,
orientada a conseguir el apoyo electoral de las minorías –los negros y
los latinos- y de las mayorías -las mujeres-. La clase social no juega
un papel esencial en dicha estrategia, excepto en el énfasis de mantener
el nivel de vida de las clases medias, que asume constituyen la mayoría
de la población. (...)
El problema con tal visión es que es
profundamente limitada e insuficiente. Y lo que está pasando en EEUU es
un indicador de ello. Estas estrategias basadas en la identidad han
tenido escaso efecto en cambiar las condiciones de vida de la mayoría de
las clases populares, que incluyen la mayoría de minorías negras y
latinas y la mayoría de mujeres.
La clase trabajadora de raza negra ha
visto su nivel de vida continuar descendiendo durante el mandado del
Presidente Obama, que es una persona perteneciente a tal raza. En
realidad, el fenómeno más llamativo que ha ocurrido en EEUU es el
espectacular deterioro del bienestar y calidad de vida de la clase
trabajadora y de sus diferentes componentes, incluyendo la clase
trabajadora de raza negra.
La clase social es una de las variables
más importantes para explicar la dinámica política y electoral de aquel
país (y que apenas aparece en el análisis de la realidad estadounidense) (...)
La clase trabajadora de raza blanca ha
visto su nivel de vida reducido muy seriamente como consecuencia de que
los sectores donde trabajaba, como el metalúrgico (donde los sueldos son
más elevados), han sido los más afectados negativamente por los
Tratados de Libre Comercio.
El Tratado de Libre Comercio entre EEUU,
Canadá y México (NAFTA), por ejemplo, tuvo un impacto devastador en los
puestos de trabajo de las grandes empresas localizadas en EEUU y que se
desplazaron a México. Un tanto semejante ha ocurrido con los Tratados
entre EEUU y China.
En consecuencia, en los últimos veinte años, EEUU ha
perdido seis millones de puestos de trabajo en el sector manufacturero.
Pero el impacto negativo es incluso mayor que el que presentan estos
datos, pues la exportación de puestos de trabajo debilita a los
sindicatos estadounidenses, con lo cual, los salarios de los puestos de
trabajo de la manufactura que permanecen en EEUU han bajado
significativamente.
En los últimos quince años, tales salarios han
bajado un 10%. Y ello como resultado del enorme debilitamiento de los
sindicatos. Tal descenso de los ingresos al mundo del trabajo ha creado
la ampliamente generalizada percepción que existe en EEUU de que “los
hijos vivirán peor que sus padres”.
Es lógico y previsible que hoy tales
sectores de la clase trabajadora, como los que pertenecen a la raza
blanca, que ha sufrido un enorme bajón en su nivel de vida y en su
bienestar (es el único grupo poblacional que ha visto descender su
esperanza de vida), estén enfurecidos con el establisment
financiero-político estadounidense, y muy en particular con el gobierno
federal, al cual responsabilizan por haber facilitado, mediante sus
políticas, tal exportación de puestos de trabajo (lo cual es cierto,
debido a la gran influencia del 1% de la población, la más pudiente,
sobre el Estado federal).
Pero parte del enfado de este sector de
la población blanca hacia el Estado federal se debe también a muchas de
las políticas antidiscriminatorias del Estado federal, las cuales
discriminan positivamente a favor de los negros, de los latinos y de las
mujeres, situación (para corregir la discriminación histórica que tales
grupos han recibido) que es resentida por los blancos, incrementando
las tensiones interraciales y entre género.
El hecho de que las
políticas sociales en EEUU no sean universales (es decir, que no
beneficien a todo ciudadano y/o residente por igual), sino benéficas
asistenciales (que benefician, por ejemplo, solo a los pobres) hacen que
los programas antipobreza (financiados con impuestos de toda la clase
trabajadora) no sean muy populares.
Ni que decir tiene que esta
percepción de que el gobierno federal está transfiriendo fondos públicos
a través de sus programas antipobreza a los negros, por ejemplo, olvida
que la mayoría de los pobres en EEUU son blancos, no son negros. Pero
la percepción que se promueve es que la mayoría de pobres son negros
(que son los más pobres entre los pobres). (...)
La clase trabajadora de raza negra ha visto también como se reducía su
nivel de vida durante el mandato del gobierno Obama. De ahí que la
mayoría de jóvenes, incluyendo trabajadores negros y la mayoría de
mujeres jóvenes por debajo de 40 años, apoyaran en las primarias del
Partido Demócrata a Bernie Sanders (que enfatizó clase social) y no a
Hillary Clinton (que enfatizó políticas de integración de las minorías).
Clinton contó con el apoyo de las asociaciones a favor de las minorías y
de las mujeres, asociaciones lideradas, en su mayoría, por personas de
clase media alta, integradas en el aparato del Partido Demócrata. Pero
la candidatura de Sanders tuvo su mayor apoyo entre la clase trabajadora
y entre los jóvenes, incluyendo jóvenes negros, jóvenes latinos y
mujeres jóvenes.
Y su fortaleza forzó que el programa electoral del
Partido Demócrata incorporara elementos importantes claramente
progresistas que, de implementarse, mejorarían el bienestar de las
clases populares, que constituyen la mayoría de la población
estadounidense. (...)
En definitiva, lo que hemos visto en
EEUU durante la campaña electoral ha sido el conflicto de estrategias
electorales que reflejan dos visiones distintas de la estructura social
de EEUU.
La Sra. Clinton (una figura que representa claramente el
establishment político-mediático del país) ha enfatizado las políticas
identitarias (de carácter anti-discriminatorio, encaminadas a favorecer
la integración de las minorías y de las mujeres en el “sueño
americano”).
Y la otra estrategia ha sido la de movilizar a las clases
populares (centradas en la clase trabajadora) frente al establishment
político-mediático.
Dentro de esta última estrategia, ha
habido una gran diferencia entre Bernie Sanders y Donald Trump. El
primero Bernie Sanders, presentó que la movilización popular debía ser
contra el 1% que controla los mayores centros del poder financiero y
económico, así como al Estado y a los medios de información y
persuasión.
Su estrategia (la de Sanders) incluía un discurso de clase
(las clases populares frente a la Corporate Class), presentando a
Clinton como agente e instrumento de la clase corporativa. Trump, por el
contrario, acentuó su animosidad hacia el Estado federal, sin nunca
citar a la Corporate Class (de la cual es miembro prominente).
En este
aspecto, Trump representaba una sensibilidad política semejante a la
ultraderecha francesa liderada por Le Pen, que tiene puntos en común con
el nazismo y el fascismo, que hay que recordar, se definieron a sí
mismos como nacional-socialismo el primero, y nacional-sindicalismo el
segundo. (...)
La desaparición de Sanders, sin embargo,
ha limitado el conflicto electoral entre el candidato Trump y la
candidata Clinton. El descenso en el atractivo electoral de Trump, en
parte debido a la movilización mediática en contra de sus grandes
excesos que le hacen sumamente vulnerable, ha dado un alivio al
establishment político-mediático del país.
Ahora bien, la posible
derrota de Trump dejará intacto el enorme problema que existe hoy en
EEUU y del que el establishment político-mediático parece no ser
consciente.
La candidatura Trump representa –como lo fue el nazismo y el
fascismo- el intento de crear una alianza de sectores oligárquicos del
establishment financiero y económico (los mayores financiadores de su
campaña) con sectores de las clases populares, en frente de aquellas
políticas del Estado federal que favorecen a las minorías y a las
mujeres, estimulando el racismo y el machismo que dividen a la clase
trabajadora, y dentro de una cultura jerárquica, autoritaria y
antidemocrática que, en realidad, dañaría profundamente el bienestar de
las mismas clases que dicen representar, es decir, las clases
trabajadoras. De ahí la importancia de que el candidato Trump no consiga
la presidencia.
Ahora bien, el gran problema que
permanecerá después de las elecciones es que la victoria de la Sra.
Clinton (victoria necesaria en este momento) no cambiará el contexto que
determinó la aparición de Trump. La otra alternativa hubiera sido que
el rechazo a tal establishment político-mediático pudiera haber sido
canalizado por una opción política, como hizo el candidato Sanders, que
cambiara la relación de clases existente en aquel país.
Para que ello
ocurriera, todas las fuerzas progresistas deberían aliarse, dando
prioridad al mejoramiento del bienestar de todas las clases populares
siguiendo una estrategia de movilización, respetando a su vez las
diferentes identidades, subrayando los puntos que las unen (clase
social) en su estrategia y en la defensa de sus intereses. El futuro de
EEUU (y el mundo) depende de que ello ocurra." (Artículo publicado por Vicenç Navarro en la columna “Pensamiento Crítico” en el diario PÚBLICO, 18 de octubre de 2016, en www.vnavarro.org, 18/10/16)
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