"Sentarse a escribir un balance económico en España siempre tiene dos
problemas. Por un lado, uno puede tirar de argumentario de Moncloa,
apoyado por el INE, y enumerar como los diez mandamientos los grandes
logros macroeconómicos que cada viernes nos recuerda nuestro salvador, Rajoy.
Si eso no nos parece adecuado, podemos cuestionar la mayor parte de las
cifras oficiales y entrar en una depresión porque el futuro, a pesar de
lo que nos cuentan, cada vez es más negro.
Por
lo tanto, toca intentar ser algo más original y describir la otra
realidad de la economía española, es decir, aquella que no nos cuentan
en los partes diarios. En primer lugar, y es importante decirlo, el INE
sigue publicando las cifras del PIB sin cambiar la metodología, a pesar
de que varios economistas ya han demostrado que las estimaciones
oficiales, tanto por el lado de la demanda, como desde la oferta y el
gasto, están sobrevaloradas en algo más de un 18% (léase a Laborda, Centeno,
etc).
Si así fuese, el crecimiento final en 2016 habría sido de un
2,4%, frente al 3% (más o menos) que se espera termine el ejercicio.
Esta contingencia explica por qué en España es casi imposible predecir
bien, más allá de la validez de los modelos macroeconómicos utilizados
por la gran mayoría de casas de análisis, entre las que me encuentro,
pues los supuestos utilizados son la mayoría ciencia ficción. (...)
De estos problemas, especialmente los estadísticos, no habla ningún
experto, ni tampoco ningún político o sindicalista. Cuando un país como
España tiene un panel estadístico de tan baja calidad y sujeto a muchas
sospechas fundadas de malas praxis a la hora de calcular los principales
indicadores, la totalidad de la sociedad está a oscuras a la hora de
conocer la realidad económica y social. Ejemplos no nos faltan.
Por
ejemplo, la principal variable que empuja el PIB en España, el consumo,
se estima de forma deficiente a partir de indicadores como las ventas de
automóviles, ventas minoristas, o el componente del consumo del PMI.
Pero luego, como pasa en los últimos años, es la Encuesta de
Presupuestos Familiares la que corrige el gasto, casi siempre a la baja
y, por ende, se revisa el PIB a la baja. Pero la euforia y la propaganda
que se hizo con el dato inicial queda para el subconsciente del votante
mediano, que identifica cifras no ajustadas a la realidad con la acción
de gobierno y se deja embaucar por agentes propagandísticos pagados por
todos nosotros.
Otros ejemplos palmarios se pueden encontrar en
las cifras de salarios. Nadie sabe, de verdad, cual es el salario real
medio o mediano en España. Tenemos multitud de aproximaciones, desde
encuestas del INE al índice de coste del trabajo (que no dicen cuanto
suben o bajan) o declaraciones de renta que publica la Agencia
Tributaria, siempre con mucho retraso.
Por eso, las discusiones en los
platós de televisión o en el propio Parlamento sobre cuánto crecen o
decrecen los salarios son un esperpento, por no hablar de la ministra de
Empleo, que no sabe cuántas personas cobran el salario mínimo en
España.
Otros debates recurrentes cercanos: pobreza energética, pobreza
en general, desigualdad o precios de la vivienda, son tópicos que
carecen de estadísticas fiables y rigurosas y que los agentes deben
tomarse en serio si desean ser tenidos en cuenta en un mundo global en
el que atravesamos una profunda crisis institucional.
Con estos
mimbres, el balance del año 2016, a pesar de la escasez de buenas
estadísticas, no puede ser complaciente. Por un lado, la actividad ha
venido siendo impulsada por fuerzas exógenas a nuestro control, el
precio del petróleo, la política de compras de deuda del BCE y una
actividad turística sin parangón, gracias a la expansión bélica que
tanto gusta a ciertos sectores productivos.(...)
Este conjunto de factores avala el ritmo de avance del PIB, que será
revisado a la baja a partir de junio y, como gran mérito, se esgrime que
superamos con creces a la UE. La respuesta es sencilla: España todavía
no ha superado el nivel de crecimiento y empleo que tenía en 2007,
mientras que la gran parte de la UE ya lo ha superado, por lo que sólo
estamos acercándonos, con la lengua fuera, a llegar a una meta ficticia,
que es quedarnos en el nivel de 2007 pero con peor estructura.
Esto es
reseñable porque, a pesar de que supuestamente habríamos creado 400.000
empleos en 2016, la tasa de empleo sigue muy baja y la tasa de actividad
también, por debajo de nuestros competidores, lo que da idea de la mala
calidad de crecimiento y empleo que seguimos atesorando.
El
resultado es claro: el desempleo baja relativamente rápido, pero debido a
que la actividad y abandono del mercado laboral es elevado. De nuevo,
una gran vergüenza política es desconocer cuánta gente se tiene que ir
de España porque aquí carece de expectativas, lo que lleva a todo un
ministro de Exteriores a proclamar aquello de que se van a buscar nuevas
experiencias.
Lo curioso es que da igual quién ocupe la cartera, porque
el discurso es el mismo. Debe ser que lo dejan en los cajones para el
siguiente, sin que muestren ningún atisbo de vergüenza.
La estructura del stock
de ocupados por cuenta ajena es muy clara: un 70% tiene un contrato
indefinido y un 30% contrato temporal. Pero el flujo de nuevos entrantes
es perverso: el 90% es temporal y solo el 10% es indefinido. Todo ello,
a ciegas en lo que se refiere a nuevos salarios, discriminación entre
hombres y mujeres o entre jóvenes y los que dejan el mismo empleo.
El
ritmo de prejubilaciones y pérdidas de empleo a partir de 45 años sigue
creciendo, lo que da idea del drama que se está larvando por debajo de
la capa de propaganda con las campañas de empleo masivo, léase verano,
navidad o recogida de frutas y verduras.
Este factor, junto a ausencia
de estructuras sociales sólidas, está detrás de la dificultad de
emancipación de jóvenes y de la vuelta de muchos mayores a convivir con
padres y abuelos y a vivir del ahorro de éstos, lo que sostiene el
consumo de familias, a pesar de la ausencia de revalorización de
salarios.
Además, el escaso avance de la productividad, pues casi
toda la creación de empleo responde a un modelo de crecimiento obsoleto
pero que gusta muchos a los políticos de vuelo gallináceo, ya que genera
réditos a corto plazo y pueden vender recuperación estadística, aunque
en el camino mucha gente se quede en la cuneta, desgraciadamente no
podemos saber exactamente cuánta.
Sin productividad, será muy
complicada la subida de salarios, salvo el maquillaje que han pergeñado
el PP y el PSOE para disimular su idilio al subir el salario mínimo un
8% hasta 707 €, cuyos efectos serán mínimos. (...)
Todos estos factores son los que han ayudado a Rajoy a salir del
bache político, por no tener un gobierno durante casi un año, sin tener
que sufrir ataques especulativos contra la deuda española y sin apenas
inflación, lo que ha amortiguado la pérdida de poder adquisitivo de
pensionistas y funcionarios públicos; del resto mejor no hablar.
El
sector exterior sí ha logrado mejorar durante algunas fases, debido al
impulso de algunos sectores punteros, amén del turismo, pero el balance
industrial es pésimo y sólo servicios de bajo valor añadido y
agricultura siguen empujando la máquina. Esto también está propiciando
que la deuda exterior, sobre todo bancaria, siga desbocada, más del 100%
del PIB (un billón de euros), lo que da idea de la fragilidad de la
economía española.
Si a todo esto le sumamos la salud financiera
de la banca y las familias, tenemos un panorama cogido con hilos que se
puede derrumbar en cualquier momento, ya que no hemos fortalecido nada
nuestro panorama microeconómico.
Pero lo más grave y triste es que
el crecimiento se ha desligado por completo del progreso social, es
decir, es un crecimiento sin alma. Este desacople explica la crisis
sistémica en la que estamos y también la aparición de movimientos
fascistas y xenófobos. La gran pregunta es ¿qué tipo de teoría
económica, instituciones y políticas necesitamos para orientar los
mercados hacia el bien común?
Tanto la socialdemocracia como los
conservadores no tienen otra guía que el crecimiento del PIB y un difuso
concepto de Estado del Bienestar, persiguiendo reformas que sólo
ahondan en la desconexión entre crecimiento y progreso. Ésta es la gran
asignatura pendiente: pensar en el progreso social y en la equidad y no
sólo en el crecimiento, que además está mal medido.
Ésta es la
situación en España en 2016, donde no sabemos cuánta gente es pobre,
cuánta gente no puede encender la calefacción en invierno, cuál es el
salario real, cuántos parados son formados y qué efectos tiene la
formación sobre el empleo. En fin, demasiadas preguntas para un país que
no busca soluciones, sino culpar al de enfrente de todos los males. Así
nos va." (Alejandro Inurrieta, Cuarto Poder, 31/12/16)
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