"(...) ¿Estamos entrando en un "período
oscuro"? Vamos a llamar "período oscuro" a aquel en el cual el malestar
–esa inquietud, ese no encajar, esa energía potencial de cambio– es canalizado por derecha.
Una derecha que no es simplemente establishment,
sino una suerte de paradoja andante: establishment anti-establishment,
élite anti-elitista, neoliberalismo antiliberal, etc. Es el Frente
Nacional, es Trump, es el Brexit y las demás variantes de derecha
populista apoyadas por todos los Éric del mundo.
Proscritas por la
"cultura consensual" que ha definido el marco de lo posible durante las
últimas décadas y que hoy se cae en pedazos (aquí la Cultura de la Transición).
Rechazadas porque no guardan las formas de lo "políticamente correcto"
(lo liberal-democrático): polarizan, exageran y mienten sin ningún
pudor, son agresivas y fomentan el odio machista, xenófobo, etc.
La derecha populista parece satisfacer a su modo las dos pulsiones que
Freud hallaba en nuestro inconsciente: el eros y la pulsión de muerte,
es decir, la pulsión de orden y la pulsión de desorden.
— Orden:
me refiero a la promesa de restauración de la subjetividad en crisis.
La fuerza cautivadora de la promesa de un trabajo, de un lugar en el
mundo, de una continuidad con la tradición, de la pertenencia a una
comunidad, etc.
"Make America great again", exclama Trump. "Let's take back control",
proponen los partidarios del Brexit. Recuperemos el control que una vez
tuvimos. Y con él la normalidad, la grandeza incluso. ¿Y cómo? A través
de la exclusión, mediante altos muros y todo tipo de barreras, de
aquello que nos amenaza.
De lo que ha traído la decadencia a nuestro
mundo y a nuestras coordenadas de sentido. El chivo expiatorio pueden
ser los "parisinos" de Éric, o los "refugiados", o los "mexicanos", o la
"igualdad de género" (preguntado por su voto, un taxista de procedencia
africana le dijo a un amigo en
la ciudad estadounidense de Baltimore: "No puedo votar, pero si pudiera
lo haría por Trump. Porque si gana Hillary las mujeres tendrán mucho
poder en este país. Los hombres ya no importan aquí. Se necesita un
hombre fuerte").
En
cualquiera de los casos, el malestar se concibe como un "daño" que nos
inflige un "otro" al que debemos dejar "fuera" del "nosotros" para
recuperar la normalidad. Y de ese modo, cerraremos la herida, calmaremos
tanta inquietud, detendremos la zozobra y recuperaremos el equilibrio,
revirtiendo nuestra "decadencia".
Deseo de orden y normalidad, deseo de protección y soberanía. Eso por un lado, pero no sólo. También deseo de que todo salte por los aires.
— Desorden: me refiero al
gozo de "dar una patada al consenso" que, con buenos modales y bonitos
discursos, nos ha traído la ruina. A una izquierda que extiende por
todas partes la desigualdad, la guerra y la deportación de personas,
pero "guardando las formas".
A la élite progresista del Partido
Demócrata que vive ajena e insensible a las preocupaciones de las clases
populares y se burla además de sus modos de vida, sus gustos y sus
referentes.
A los "parisinos" que votan socialista, compran a precio de
saldo las casas y las granjas que los habitantes de Aisne ya no pueden
sostener y despotrican contra los pobres que votan a la derecha. Etc.
En un mundo en el que todo parece atado y bien atado, en el que ningún
gesto (por arriba o por abajo) parece capaz de cortocircuitar el estado
de cosas y abrir lo posible, Trump, el Brexit, el FN canalizan las ganas
de que "pase algo", de ver ocurrir "lo imposible", eso justamente que
todas las voces políticamente correctas consideran "que no puede ni debe
pasar", lo demoníaco...
¿Quién da más? ¡Y sólo con un voto! Es decir, sin perder en ningún
momento la posición del espectador en la película de catátrofes.(...)" (Amador Fernández-Savater
, eldiario.es, 27/01/2017
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