"Garoña como central es muy poca cosa. Sus 466 megavatios representan
menos del 0,5% de la potencia instalada dentro de un sistema que cubre
sobradamente las necesidades eléctricas propias y hasta las francesas,
cuyas importaciones de electricidad nos vienen costando un ojo de la
cara por eso de que los portes los pagan esos españoles tan generosos.
Su eventual reapertura, que cuenta con el visto bueno con condiciones
del Consejo de Seguridad Nuclear y que es muy posible que nunca llegue a
concretarse porque saldría por un pico a sus propietarias, sirve
exclusivamente para crear el precedente necesario para prolongar la vida
útil del resto de los reactores, que han de renovar sus licencias a
partir del 2020.
Se conecte o no a la red, la agrietada antigualla
burgalesa vuelve a poner sobre la mesa el debate sobre la energía
nuclear y si la perentoria necesidad de reducir las emisiones de CO2
para detener el cambio climático ha de contar con el uranio entre sus
opciones. Pero vayamos por partes. ¿Podría la industria nuclear ofrecer
al mundo su presunta energía limpia en un plazo razonable y a un coste
asumible? Rotundamente, no.
Las últimas experiencias son
reveladoras. El plazo de construcción de una central no baja de 10 años y
el desembolso necesario se estima en cerca de 10.000 millones de euros,
una inversión inasumible sin ayudas estatales. La energía nuclear es
cara, lenta, contaminante ya en sus fases iniciales –el uranio es escaso
y su extracción en yacimientos en los que está presente en cantidades
más bajas requiere muchísima energía convencional- y singularmente
peligrosa, como vino a recordarnos el incidente de Fukushima. Y eso sin
contar con sus residuos que, de momento, no pueden llevarse a Marte en
alguna sonda de la NASA.
En resumen, ni la industria nuclear está
capacitada para cubrir la demanda (según datos de su propio lobby, el
Foro Nuclear, las 441 centrales operativas a 1 de enero de 2016
producían el 11,5% de la electricidad mundial) ni tampoco la auxiliar
estaría preparada para el hipotético boom, hasta el punto de que sólo
dos empresas en el mundo estaban homologadas para construir las vasijas
metálicas de una sola pieza que requiere cada reactor.
La llamada IV
Generación de nucleares, abastecidas de torio y plutonio, sigue sin ver
la luz y si lo hiciera representaría un problema de seguridad añadido al
que ya existe. ¿Dónde se guardaría ese combustible, que es el
componente básico de las bombas atómicas? Más aún, ¿no son las propias
centrales objetivos potenciales de ataques terroristas?
El ya
citado Foro Nuclear habla del resurgir de la energía nuclear aunque sus
propios datos reducen este auge a China y algunos países emergentes. (...)
No son pocos los estudios que consideran factible contar
en 2050 con un parque eléctrico completamente desnuclearizado formado
exclusivamente por energías no contaminantes, que además darían trabajo a
cientos de miles de personas entre empleos directos e indirectos.
De
hecho, sería perfectamente factible seguir el ejemplo alemán y proceder
al cierre programado de las centrales con un despliegue planificado de
renovables. Las carencias, si las hubiere, podrían completarse con gas
natural.
En 2016 las nucleares abastecieron el 22% de la demanda y más
del 40% se cubrió con renovables. Lo insólito es que sólo un 5% procedió
de la energía solar, fotovoltaica o térmica, en un país empeñado en
ponerle impuestos al sol.
Ocurre que las nucleares son una
bendición para las compañías eléctricas, cuyas instalaciones amortizadas
son las que determinan esos beneficios caídos del cielo que alimentan
sus balances. Los números no salen para la construcción de nuevos
reactores pero sí para mantener los antiguos. De ahí que Garoña sea el
santo grial." (Juan Carlos Escudier, Público, 10/02/17)
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