"Unos días antes de la ceremonia de los Goya celebrada el domingo
pasado se publicó un artículo que comentaba la precaria situación
laboral de la mayoría de actores que, sin embargo, se pondrían sus
mejores galas para asistir al evento.
Esa precarización es común a
muchos otros trabajos dentro del colectivo “artístico”, el caso de los
escritores es un ejemplo que conozco de primera mano. A lo precario
contribuye la tramposa definición de “autónomos”, los encargos
irregulares y mal pagados, la inexistencia de una mínima seguridad (por
no hablar ya de vacaciones o pagas extra), y todo esto sucede en el
mejor de los supuestos, siempre que tengas un mínimo de trabajo y no
caigas enfermo.
No se trata aquí de elucubrar si el de actor, escritor,
músico o ilustrador son trabajos necesarios o si podríamos prescindir de
ellos. El caso es que requieren un tiempo y unos conocimientos, como
cualquier trabajo.
Lo que llama la atención es cómo en el mundo
del capitalismo neoliberal la precariedad se disfraza. El término
“explotación” lo asociamos todavía a filas de obreros alineados y no a
una persona sentada en el sofá de su casa con el ordenador sobre las
rodillas.
Ahora en lugar de monos de trabajo se llevan pijamas de moda,
cómodos conjuntos para trabajar en casa que nos vende Oysho, Women
Secret o H&M. Se puede trabajar horas y horas por un precio
irrisorio e incluso hay quien lo hace gratis, pero gracias a la
publicidad es incluso atractivo: disfrutas de una taza de café mientras
te arropas con una manta.
En este contexto no resulta inocente el
empeño que parecen tener últimamente los medios por señalarnos el placer
de crear un entorno agradable al margen del mundo exterior, al margen
de las circunstancias que nos rodean fuera del ámbito hogareño. Es el
término de moda desde hace un tiempo, está ya por todas partes: Hygge.
Es la palabra clave que alude al secreto de la felicidad danesa: unas
velas, un confortable jersey de cachemir al calor de la chimenea
mientras saboreas una copa de vino tinto.
Se insiste en que se
trata de un placer al alcance de cualquiera, que no se trata de dinero,
dicen. Los momentos felices no costarán nada, de acuerdo, pero ya de
entrada necesitas una casa donde recrearlos, por no hablar de la
calefacción, la luz, el gas y comida en la nevera. Me temo que encender
una cerilla debajo de un puente con un brik de Don Simón no sirva para
crear hygge. (...)
En nuestro país, con un panorama de paro endémico, trabajo precario y
con el 28% de la población en riesgo de pobreza, a parte del hygge
tendríamos que hablar más de la renta mínima, la renta básica o el
trabajo garantizado. Son tres opciones y no creo que una excluya a la
otra.
Sin embargo en cuanto se plantea algo así, aunque sea lo más
básico –el Congreso tramita ahora la proposición de ley para establecer
una ayuda mínima de 426 euros para personas sin recursos– saltan las
alarmas de todo el espectro político desde el PP y Ciudadanos (que
votaron en contra) hasta ciertos sectores del PSOE.
Los peros a la
renta básica universal por parte de la izquierda son muy atendibles, y
tal vez la solución podría ser establecer una renta mínima con el ojo
puesto en un futuro de empleo garantizado. Seguro que hay varias
posibilidades y pueden no ser excluyentes, o ser consecutivas en el
tiempo. Pero sobre todo para plantar cara a este problema primero hay
que verlo, y después hay que tener espíritu constructivo y comunitario
para darle solución.
“Es que mi mentalidad viene del sector
privado”, dijo ante las preguntas de la fiscal Francisco Correa para
justificar los sobornos y el dinero que se había llevado a Suiza sin
declarar. Lo mismo podría decir Rato, de quien se supo esta semana que
había escamoteado a la hacienda pública seis millones de euros, y
cobrado 65.000 euros por conferencia. Hasta Montoro reconoció en el
Congreso que en España había grandes empresas que tributaban cero, por
no hablar de los fraudes fiscales de las grandes fortunas. (...)
La imagen idílica de trabajar en casa, sin jefe, a tu aire, rodeado
de velas y cojines esconde la precariedad de falsos autónomos, freelance
y trabajadores ocasionales igual que los trajes prestados en los Goya
escondían las condiciones reales de los actores. El hygge puede ser al
bienestar lo que el capital simbólico a un fajo de billetes: algo muy
gratificante pero que por sí solo no basta para vivir.
Y la trampa
también puede ser la misma, convertir el asunto en un problema
exclusivamente individual. La entrevista a la economista Miya Tokumitsu
en la que advierte del peligro de enfocar el problema de los
emprendedores apelando a la autosuperación en lugar de a la acción
política es de lo más interesante que he leído esta semana, mientras me
calentaba las manos con un té, en pijama, a las cuatro de la tarde.
En
los países escandinavos llevan poniendo velas en sus civilizadas mesas
socialdemócratas desde hace mucho tiempo, aquí hemos sido más de poner
velas a los santos. (...)" (Begoña Huertas, eldiario.es, 09/02/17)
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