"(...) A partir de mediados de julio, muchos intelectuales radicales y
progresistas —pensemos, entre otros, en Paul Krugman, Wolfgang Münchau y
Oskar Lafontaine, pero también en Francisco Louçã, Ignacio Ramonet,
Owen Jones y Perry Anderson— han pedido a la izquierda continental un
replanteamiento general sobre su aceptación de la moneda única y su fe
en el proyecto europeísta.
Y, lo que es más importante, dentro de los mismos partidos de la
izquierda se ha activado una discusión en torno a esta cuestión: Syriza
se ha fracturado internamente y su ala izquierda, partidaria de la
ruptura con la UE, ha fundado “Unidad Popular”, un partido que
concurrirá por su cuenta a las elecciones generales griegas de
septiembre; en Portugal, el Bloco de Esquerda se ha sumado al Partido
Comunista en rechazar más sacrificios en nombre de la moneda única; en
Italia, el problema del euro está bien presente en los debates sobre
cómo volver a activar a la alicaída izquierda transalpina; y hasta en
Alemania empiezan a surgir voces dentro de Die Linke que piden a sus
dirigentes poner en tela de juicio el europeísmo históricamente
profesado por la organización [5].
En definitiva, la crisis griega ha
abierto en la izquierda europea un debate que será tan intenso como
irreversible.
Más vale decirlo claramente: la izquierda española tiene que asumir
que el euro, tal y como lo conocemos, es una moneda insostenible. Y ello
tanto por motivos macroeconómicos como políticos. Los motivos
macroeconómicos son fáciles de describir y, en el fondo, ya fueron
explicados en 1971 por el economista Nicholas Kaldor: que una zona
monetaria no óptima —es decir, cuando un grupo de Estados que deciden
compartir moneda no presentan unas perfectas flexibilidad de precios y
salarios y movilidad de los factores de producción—, no era viable sin
una unión político-fiscal europea que garantizara fuertes transferencias
de dinero de los países más ricos hacia los más débiles y sin un Banco
Central Europeo que, además de ocuparse de la estabilidad de los
precios, actuara de prestamista de última instancia para cada uno de los
Estados miembros [6].
Es más, Kaldor fue profético cuando afirmó que pivotar un proceso de
unificación europea en torno a la moneda causaría graves tensiones
socioeconómicas entre los Estados del continente. A partir de entonces,
decenas de economistas han venido denunciando la disfuncionalidad
técnica de la unión monetaria europea (UME) y las características
ordoliberales que ésta iba adquiriendo tras la aprobación del Tratado de
Maastricht (1992) y del Pacto de Estabilidad y Crecimiento (1997):
independencia del Banco Central Europeo de los poderes públicos;
parámetros insostenibles y ultraliberales sobre inflación, déficit y
deuda pública; imposibilidad para los Estados de intervenir seriamente
en la economía, etc. (...)
Pero aún más graves son los problemas políticos: la creación de la
moneda única, fuertemente deseada por François Mitterrand y la clase
dirigente francesa en los años 1989-1991 para sustraer el marco (y, por
ende, para redimensionar) a la nueva Alemania reunificada [7], ha
servido, paradójicamente, para aposentar una nueva hegemonía teutónica
en el continente.
Y ello gracias a la fijación del tipo de cambio, que solucionó el
crónico problema de la apreciación del marco a causa de la fuerza
exportadora de la economía alemana, y de una política de dumping social
llevada a cabo por el gobierno de Gerhard Schröder (la famosa “Agenda
2010”), que se basaba en una presión sobre los salarios a causa de la
cual —y a diferencia de lo que ocurría en los países del sur— los costes
unitarios laborales se movieron a un ritmo casi idéntico al de la
productividad; lo cual, sumado a una inflación que se mantenía más baja
que la del resto de la UME por una demanda agregada anémica, impulsó de
forma extraordinaria la competitividad alemana.
En suma, el gobierno de Schröder realizó una auténtica devaluación
interna, al tiempo que la llegada de capitales del norte, la mayoría de
los cuales procedían de Alemania, carcomía las economías del sur,
endeudándolas (para comprar los productos alemanes ahora ya más
convenientes) y mermando su competitividad.
La historia de la crisis económica actual, que comenzó con la fallida
de Lehman Brothers pero que en Europa se ha manifestado con mayor
brutalidad por las dinámicas consustanciales a la UME, no ha sido otra
que la paulatina transformación de lo que era una crisis de deuda
privada y exterior en una crisis de deuda pública mediante el
saneamiento de los bancos privados europeos con dinero de los
contribuyentes.
El caso de los primeros dos rescates de Grecia es paradigmático: a
través del Fondo Europeo de Rescate, antes, y del Mecanismo Europeo de
Estabilidad, después, los ciudadanos europeos han pagado rescates que,
lejos de mejorar las condiciones de vida de los griegos, sólo han
servido —como hoy reconoce hasta el FMI— para que el Estado griego
devolviera sus deudas a los bancos franceses y alemanes. Como ha
afirmado un agudo analista, la Eurozona se ha convertido en un “paraíso
para los acreedores” [8].
Y, añadimos nosotros, en un infierno para los deudores, o sea para
unos países periféricos que se han visto obligados a equilibrar sus
cuentas públicas y exteriores mediante medidas draconianas de austeridad
y devaluación salarial; una política que, además de fracasar a la hora
de reactivar el mercado laboral, tiene el grave inconveniente de
profundizar la especialización en actividades y productos de menor
productividad y valor añadido que requieren bajos niveles de
cualificación de la fuerza de trabajo [9].
Dicho con otras palabras: el sistema del euro profundiza la actual
división europea del trabajo, desplazando, en el caso de los países del
sur, recursos importantes que deberían destinarse a un cambio del modelo
productivo hacia sectores como el turismo y la construcción.
El drama reside en que, dado el rechazo tajante de los países
acreedores a hablar de transferencias fiscales entre Estados y de una
hacienda pública europea, la única solución “europea” a la crisis de la
moneda única, esto es, una solución dirigida a transformar el euro en
una divisa sostenible para todos los países de la UME, pasaría por un
cambio radical en la política económica alemana.
Más en concreto, por un subida consistente de los salarios de sus
trabajadores —y por lo tanto, de un aumento de la demanda agregada y de
la inflación— y por la eliminación de su monstruoso superávit comercial
(8% del PIB). Ello favorecería el aumento de las importaciones alemanas y
la reactivación de las economías del Sur de Europa.
Sería menester, pues, que Berlín tuviera una actitud cooperativa que,
sin embargo, ni está ni se le espera tanto por motivos históricos (el
ordoliberalismo es una cultura profundamente arraigada en la cultura
política alemana) como políticos (la arquitectura de la Eurozona blinda
la hegemonía alemana sobre Europa) y sociales (el marcado envejecimiento
de la sociedad alemana sólo puede paliarse a través de continuas
absorciones de mano de obra cualificada procedente del extranjero. Y un
sur de Europa en permanente deflación y con sistemas universitarios de
buen nivel es un excelente depósito de trabajadores cualificados para
Alemania).
Así las cosas, el deber de las izquierdas de los países del Sur de
Europa es reconocer la irreformabilidad de la UME y la necesidad de
aplicar políticas que defiendan los puestos de trabajo y ofrezcan una
esperanza vital a los parados de sus países.
(...) además de la desposesión de soberanía popular de la que están siendo
víctimas los pueblos europeos, del aumento de la desigualdad social y
del desmantelamiento progresivo de las redes de protección social
construidas después de 1945, asistimos al renacer de pulsiones
nacionalistas en cada uno de los países de la UE y al fortalecimiento de
numerosos partidos de extrema derecha. Liso y llano: la UE, y más aún
la UME, están minando tanto los niveles de democracia y paz como el
bienestar alcanzados en las últimas décadas en el continente. Esta es la
realidad, mal que pese. (...)
Probablemente tiene razón el economista Dani Rodrik cuando afirma que
la UE es una ilustración perfecta del célebre trilema que presentó en
su libro La paradoja de la globalización. A saber: que no se puede tener
a la vez globalización económica, democracia política y soberanía
nacional (que, en el caso de la izquierda, sería mejor llamar “soberanía
popular”).
Debemos elegir dos de entre estos tres conceptos. Y, para Rodrik, el
trilema es aplicable a escala europea en tanto que las dificultades
económicas y políticas que atraviesa Europa tienen su origen en el hecho
de que la integración monetaria y financiera ha ido muchísimo más allá
de la integración política.
Por lo tanto, para salvar la democracia en
Europa se necesitaría o más integración política o menos integración
económica [12]. Tertium non datur. Y de momento nadie, empezando por los
países acreedores, ha dado muestras de apostar seriamente por la
primera opción. (...)" (Redacción de Mientras tanto, en Salir del euro)
Alternativa a la salida del euro: europeseta electrónica de circulación interna
Existe una descripción con mucho humor, de economía-ficción,
sobre los beneficiosos efectos que se producirían si en Italia, el gobierno
impusiera una moneda digital (allá por el 2020), para salir de la quiebra
económica y política a la que la permanencia en el euro habría llevado al país. El objetivo se conseguiría rápidamente.
Los únicos perjudicados, los
especuladores de la deuda. Ver: J. D. Alt: ‘Europa,
2020: una ucronía iluminadora’. http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=5467 )
Los artículos de Juan José R. Calaza (Juan José Santamaría y Juan Güell) muestran con
gran claridad las ventajas de una europeseta electrónica de circulación interna:
Para entender la europeseta electrónica. Qué es y, sobre todo, qué no es. Enlace: http://www.farodevigo.es/opinion/2012/12/02/entender-europeseta-electronica/720458.html
Para salir de la crisis sin salir del euro: España
debe emitir europesetas (electrónicas). Enlace: http://www.farodevigo.es/opinion/2011/11/27/salir-crisis-salir-euro-espana-debe-emitir-europesetas-electronicas/601154.html
Las europesetas electrónicas, complementarias al euro, estimularán el crédito sin efectos colaterales perversos. Enlace: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=165815
Juan Torres insiste en que es necesario emitir una moneda complementaria al euro. Sus artículos:
Marear la perdiz. Enlace: http://ccaa.elpais.com/ccaa/2013/02/08/andalucia/1360327224_588117.html
Hay alternativas, incluso dentro del euro.
Enlace: http://juantorreslopez.com/publicaciones/hay-alternativas-incluso-dentro-del-euro/
Más información en: 'Si Grecia, España, o
Andalucía emitiesen una moneda digital, respaldada por la energía solar
instalada en sus tejados, alcanzarían la soberanía financiera. La de dar
créditos a familias y empresas': http://comentariosdebombero.blogspot.com.es/2014/06/si-una-autonomia-o-una-gran-ciudad.html
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