"(...) La política Coca-Cola es el soft power de Joseph Nye o la publicidad corporativa de siempre, que ni la descubrió Naomi Klein con No Logo
ni Philip Knight con Nike, sino los asesores de Rockefeller en 1914
(tras una masacre obrera a manos de sicarios del empresario), derramada
en la arena política.10
En bruto: a Dios
rogando y con el mazo dando. Como Coca-Cola, sirviendo con su mano
izquierda anuncios de relajada gente guapa y “enrollada” sonriendo en la
playa mientras con la diestra deja a cientos de trabajadores sin
empleo, aplasta la disidencia sindical o desobedece sentencias
judiciales.11
La praxis Coca-Cola se basa en
cometer las mismas fechorías capitalistas e imperialistas de siempre,
pero con un halo de santidad “cool” que les hace parecer justo lo contrario de lo que son. (...)
Como aventuró Terry Eagleton hace casi veinte años y como ha confirmado recientemente Slavoj Zizek,14
hemos llegado a un punto en el capitalismo que ya ni siquiera es
necesario, o cada vez resulta más prescindible, el hecho de otorgarle un
rostro humano al fascismo que requiere cualquier sociedad de clases.
En
este sentido, Trump constituye el principio del fin de la moral pública
en la política de masas controladas mediáticamente. Y no puede ser de
otro modo viniendo de un hombre que, henchido en un mitin televisado,
anunció su apoyo a las torturas en los interrogatorios: “¿Qué si apoyo
los ahogamientos simulados? Te puedes apostar el culo a que sí”.15
El patoso Donald, hipercaricaturizado por la prensa
“seria”, con su pose de John Wayne, es el inicio del fin de la política
Coca-Cola. Es el ocaso del soft power de negros
y mujeres travestidos, la extinción de las miradas cándidas y los
hollywoodienses discursos para justificar lo injustificable. Trump es,
por fin, el soñado héroe mediático del trabajador totalmente alienado
por el discurso de aquellos que le oprimen.
El presidente estadounidense
es como aquel “héroe” de violentas películas de acción que tras
masacrar a “los malos”, mientras le contemplan temerosos y moribundos,
todavía es capaz de mofarse de ellos con sus propios chascarrillos.
En realidad, Donald Trump y sus mediáticos enemigos no son sino diferentes partes de la élite de la clase dirigente en disputa por controlar la superestructura capitalista actual.
Donald y los nuevos protofascistas electos de derecha son los renovados
rostros que necesita la lógica del capital en esta época de recortes
sin recuperaciones.
En este tiempo de capital mundializado y
trabajadores nacionales enfrentados, de jornadas extenuantes pese a la
robotización acelerada y el paro estructural, de necesarios chivos
expiatorios a los que cargar la ira de los aplastados (siempre los
otros: los no americanos, los inmigrantes, los musulmanes, etc.).
El
capital actual necesita a Trump y sus acólitos del mismo modo que el
gran capital alemán se sirvió de Hitler poco antes de la II Guerra
Mundial en un contexto de crisis económica con inquietantes similitudes
con la actual. (...)
Aquellos a los que todavía no se les oye debido a lo fuerte que resuenan
los altavoces de los de siempre en sus taponados y atolondrados oídos.
Pero en algún momento se acabará la música de unos y empezará la de
otros, del mismo modo que se acabó la de Coca-Cola/Obama/Perry en la
política y llegarán las de las nuevas y burbujeantes estrellas
protofascistas del pop que apoyarán a Trump.
Así las cosas, hay que
entender que el gran pecado que la élite “ilustrada” del capital no le
perdona a Trump no es que sea racista, chauvinista o imperialista, sino
que se está cagando (y disculpen la palabra) sobre el soft power
que la industria cultural junto con el gobierno estadounidense
cultivaron durante décadas desde el fin de la II Guerra Mundial para
garantizar su hegemonía como potencia mundial.
Trump y la nueva élite
que lo apoya, están destruyendo su obra en
cientos de artículos, libros, series de TV, películas, videojuegos o
videoclips. Tanta diplomacia cultural, tantos cerebros engullidos, para
que ahora venga alguien tan tosco a aguar la fiesta.
(...) ¿quién se esperaba acaso que alguien como Trump se convirtiera en
presidente de Estados Unidos hace tan solo ocho años cuando el Yes We Can de Obama sonaba victorioso en los oídos del confundido progresismo mediático globalizado?
No debe resultar sorprendente que los enlatados cantos de sirena de la
élite “buena” resuenen por todo el orbe, lo lamentable es que nosotros,
en tanto que asalariados, los tarareemos. Lo grave es que nos creamos su
propaganda disfrazada de refrescantes anuncios y pegadizos videoclips,
que pensemos que el mañana lleno de amor y convivencia multicultural que
nos garantizan si apoyamos a “sus buenos” serán posibles en nuestra
realidad.
Precisamente aquí, en una sociedad-mundo que todavía sin
asentarse se resquebraja por doquier debido a la lógica del capital que
amenaza con explotar impidiendo la consolidación de los antiguos sueños
de emancipación que nos llevaron a lo mejor del presente.
Es decir, los
sueños de un mañana donde los ciudadanos nacionales, los inmigrantes y
los refugiados dejen de serlo para transformarse en lo que ya son pero
casi nadie reconoce: trabajadores internacionales. Si lo hacemos bien,
esta vez lo serán, lo seremos, de una sociedad-mundo sin clases, sin muros ni fronteras. El único espacio posible donde los Derechos Humanos dejarán de ser papel mojado para, por fin, habitarnos." (Jon E. Illescas, El Viejo Topo, 23/02/17)
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