"(...) Ocho años después del inicio de La Gran Recesión, los
bancos centrales siguen inyectando 200.000 millones de dólares al mes en
el sistema financiero mundial para evitar que éste implosione. Pero en
la actual crisis sistémica del sistema capitalista global, los bancos
centrales están perdiendo, aunque ellos no lo crean, el control sobre el
valor de su moneda, la situación de sus sistemas financieros y su papel
en la economía global.
Sin embargo, hay una pérdida
sutil todavía más preocupante desde el punto de vista de quienes
realmente mandan. No pueden frenar un descontento social creciente fruto
de la cosecha de todo aquello que fueron sembrando durante años de
políticas económicas injustas, incluidas aquellas implementadas por los
bancos centrales, y que han enriquecido en gran medida a los más ricos a
expensas de todos los demás.
Cuando las personas se empobrecen y
empiezan a ser conscientes, y asumen que la culpa no es de ellos, al
final, tras el desbordamiento de esa última gota que colma el vaso,
acaban enojándose con las autoridades que muñeron las políticas
distópicas. Y obviamente se desata la de San Quintín.
La expansión financiera que despega a partir de 1993
obedece a políticas explícitas, y deliberadas. Desde finales de los 80
occidente en general, y muy especialmente Estados Unidos, experimentaba
una larga secuencia de crecimientos raquíticos que mostraban las
tremendas dificultades para mantener expansiones de la producción, sobre
la base de una redistribución de la renta que no conseguía expandir a
la clase media, ya entonces muy afectada por una intensa deslocalización
que trataba de aprovechar la globalización comercial y financiera. Un
proceso simultáneamente acelerado por un continuo cambio tecnológico.
La
burbuja financiera, no fue sino una vía para sortear artificialmente
los límites que imponía la desequilibrada distribución de la riqueza en
el mundo. Las emisiones billonarias de activos financieros derivados,
solo servían, y sirven, para sostener una expansión artificial de la
demanda, que sortease la caída de la tasa de ganancia del capital y,
sobre todo, facilitase la financiación de un gigantesco proceso de
acumulación, y la adquisición de riquezas por todo el globo a favor de
unas pocas manos.
La continua aplicación de
regulaciones, o re-regulaciones a favor de la movilización del capital,
es una constante histórica, que desdice la visión ingenua que alude a
los problemas de codicia desatada para explicar la actual crisis. Por
ello cualquier ejercicio de prospectiva no debe dejar de tener en cuenta
las posibles estrategias de las clases dominantes y las configuraciones
históricas que dan forma operativa y real a los intereses de las
elites.
A la vista de los acontecimientos, el capital aún sigue pensando que
puede darle una vuelta de tuerca al mercado global liberalizado,
posicionándose desde hace años para dominar la extracción de rentas
especulativas, aprovechando los escenarios de geo-escasez energética y
alimentaría, y diseñando, a espaldas del poder democrático, las nuevas
arquitecturas financieras globales. (...)
La política económica implementada en la mayoría de las
democracias occidentales desde el inicio de la actual crisis sistémica
se diseñó, y continúa dibujándose, al margen de la defensa de los
intereses de la ciudadanía.
No existe la libre competencia, los mercados
no son eficientes, el libre albedrio solo genera pobreza, las gerencias
corporativas nos han robado como nunca, la autorregulación no funciona,
la avaricia de las élites es desmedida, los mercados financieros están
fuertemente sobrevalorados.
El objetivo último de las
políticas implementadas en diversos campos –económico, social,
educativo, judicial,..- es tratar favorecer de manera permanente los
intereses de la clase dominante. Nunca en la historia reciente las
democracias habían caído tan bajo, con tanto mediocre al frente de
distintos gobiernos de diferente pelaje. En eso debemos reconocer que la
superclase lo ha hecho muy bien.
Pero, a diferencia de la portada del The Economist, lo peor no ha
pasado. Todo lo contrario, las causas que han originado la actual crisis
económica no solo no se han corregido sino que han empeorado. La carga
de la deuda en los países desarrollados se ha convertido en un evento
extremo utilizando cualquier medida histórica y requerirá de una ola de
condonaciones de deuda, negociadas o no.
Y cuando los mercados
financieros, profundamente sobrevalorados, de una vez por todas se den
cuenta de ello, el juego se acabó. Al final, a las élites les puede
salir muy cara su avaricia porque, como demuestra la historia, las
tensiones sociales y el caos les acabarán devorando. Y sino al tiempo." (Juan Laborda, Vox Populi, 19/03/17)
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