"La puesta en marcha del proceso formal de secesión de la Unión Europea
por parte del Reino Unido, en cumplimiento de la decisión de un
referéndum popular, cambia cualitativamente la Unión Europea (...)
¿De dónde surge, pues, el antieuropeísmo mayoritario de la sociedad?
Yo estudié la campaña del referéndum desde mi observatorio de
Cambridge. Dos fueron los temas que conformaron la opinión
antieuropeísta.
Uno, el rechazo a la inmigración de ciudadanos europeos
con derecho de acceso a los servicios de salud, educación y vivienda.
Este rechazo se concentró en los cientos de miles de europeos del este
que llegaron al Reino Unido en la última década y saturaron los
servicios públicos ya sobrecargados por los recortes de los gobiernos
conservadores.
Es significativo que aunque el racismo es tan
activo como en otros países, no fue el detonante de la xenofobia. Porque
la mayoría de las minorías étnicas son autóctonas y porque los
inmigrantes de otros países no tienen los mismos derechos. Lo esencial
fue la oposición a compartir el sistema británico con ciudadanos
europeos.
Consecuencia directa de la falta de una identidad común que es
el fallo de base de la construcción europea. Mientras la economía va
bien, no hay problema en sentirse ciudadano europeo. Pero cuando llegan
la crisis y la austeridad, la prioridad es para los de casa, excluyendo a
los que no son conacionales.
Algo así está ocurriendo en la mayoría de
los países de la Unión, con una actitud negativa hacia la solidaridad
intraeuropea, ejemplificada por Dijsselbloem, el socialista holandés
presidente del Eurogrupo en su caracterización de los países del Sur
como los que se gastan los préstamos en alcohol y mujeres. Sin la
construcción de una identidad europea el proyecto europeo se
resquebrajará bajo los embates de crisis económicas o sociales, de la
crisis del euro a la crisis de los refugiados.
La segunda razón
detectada en los análisis sobre el Brexit es el rechazo a la arrogancia y
autoritarismo de la burocracia de Bruselas. Una casta política no
elegida, reacia a someterse al control del Parlamento Europeo y que
aunque tiene poder delegado por los gobiernos nacionales en realidad lo
asume como poder propio.
A la gobernanza supranacional encarnada en la
Comisión Europea, una mayoría de británicos y buen número de políticos
oponen la afirmación de la soberanía nacional. Tanto más cuanto que las
instituciones europeas, incluido el Banco Central Europeo, expresan cada
vez más la hegemonía alemana, despertando profundos recelos en el único
país capaz de resistir el intento de dominación alemana en las dos
guerras mundiales.
De modo que xenofobia y nacionalismo están en
la base del Brexit, pero con importantes precisiones en ambos casos.
Xenofobia contra los conciudadanos europeos con quienes no se siente una
identidad común. Y nacionalismo contra una euroburocracia que se sitúa
por encima de la soberanía de los pueblos.
Por eso no hay vuelta atrás
en el proceso de negociación, en el que lo fundamental que se discute es
el acceso al mercado único a cambio de libertad de movimientos de los
europeos en el Reino Unido. Como este es precisamente el punto clave del
Brexit, es poco probable que un futuro acuerdo vaya más allá de las
formas.
Los británicos se sienten fuertes, confiados en sus empresas, en
su investigación e innovación, y en su capacidad de atracción al
capital global y empresas multinacionales. Piensan que tendrán más
libertad de competir en una economía global abierta, exportando a
Estados Unidos y a Asia para compensar pérdidas en Europa. (...)
Aun así, el daño mayor para la Unión Europea es el precedente
establecido por el Brexit. Las causas de esta separación están presentes
en muchos otros países. Partidos xenófobos están en el Gobierno en
Finlandia y son decisivos en el Parlamento danés. En Holanda se contuvo
su auge, pero si hubiera un referéndum, probablemente ganaría el Nexit.
Al igual que en Francia si Le Pen consiguiera la presidencia con un
programa antieuropeo.
Hoy por hoy, sólo una movilización de todas las
otras fuerzas políticas francesas en torno a un semidesconocido, Macron,
puede bloquear a Le Pen.
Será difícil la supervivencia de la
Unión confrontada a constantes situaciones extremas para detener la
hemorragia de antieuropeísmo que por razones diversas surge en la
mayoría de países. Se mezclan en ese sentimiento la crisis de
legitimidad de las clases políticas en general.
El miedo a un mundo en
ebullición de donde surge la amenaza difusa del terrorismo cuyo rostro
se identifica ideológicamente con el de las minorías étnicas nacidas en
Europa y con los millones de refugiados que huyen del apocalipsis.
La
inseguridad del empleo afectado por los cambios empresariales y
tecnológicos. La crisis de creencias y valores religiosos. La cacofonía
informativa de las redes sociales en la cultura de la posverdad. El
vértigo de un cambio multidimensional no identificado.
¿Cómo en esas
condiciones fiarse a unas instituciones europeas sin identidad
compartida ni control democrático? Si la Unión Europea no reconoce en su
práctica las soberanías nacionales, el Brexit será el principio del
fin." (Brexit, de Manuel Castells, La Vanguardia, en Caffe Reggio, 01/04/17)
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