"(...) Nadie quiere creerse -y menos que nadie Alemania, la gran
beneficiaria de la situación actual- que Trump vaya a cumplir sus
promesas de la campaña electoral, pero lo cierto es que la condena al
proteccionismo desapareció del comunicado final en la pasada cumbre por
la oposición de EE. UU.
En ese intento por desembarazarse de estos fantasmas son muchos los
que quieren ver una diferencia entre el comercio justo que proclama
todos los días Trump y las políticas proteccionistas. La misma Christine
Lagarde en una entrevista concedida a varios medios se afianzaba en
esta idea: “Cuando EE. UU. pide comercio justo algunos traducen automáticamente: ¡Oh, riesgo de proteccionismo! Pero
la idea de un comercio libre, justo y global, va en la buena dirección.
En las reuniones de primavera del FMI hay que sentarse y discutir qué
es comercio justo”.
Lo cierto es que Trump parece que tiene muy
claro, si no lo que es, sí lo que no es. Arremete fuertemente contra
Alemania y China por el ingente superávit en la balanza de pagos por
cuenta corriente que ambos países mantienen, en especial Alemania, y
considera insostenible esa situación, además de perniciosa para los
intereses de EE. UU. y de sus ciudadanos.
En este asunto a Trump no le falta razón. El 17 de noviembre del año
pasado mantenía yo en este diario digital que todos somos
proteccionistas, ya que hay muchas formas de serlo. El proteccionismo no
se reduce exclusivamente a establecer contingentes y aranceles. Las
contiendas comerciales pueden adquirir también la forma de una guerra de
divisas.
El actual presidente de EE. UU. acusa a China y a Alemania de
obtener beneficios al mantener un yuan y un euro artificialmente
devaluados frente al dólar. La primera, por el especial control de la
economía que ejerce el gobierno de Pekín, y la segunda, por ser también
la moneda de todos los componentes de la Eurozona, lo que origina que
para la economía alemana el tipo de cambio esté infravalorado, mientras
que permanece sobrevalorado para casi todos los demás miembros.
Pero existe otro tipo de proteccionismo mucho más sibilino pero que
practican casi todos los países, el de obtener competitividad frente al
exterior no mediante el incremento de la productividad, sino por el
abaratamiento de los costes sociales, laborales y fiscales (una especie
de devaluación interior), lo que incrementa la desigualdad.
No es
extraño por lo tanto que los que se sienten perjudicados aboguen por
otro tipo de proteccionismo que no recaiga sobre sus espaldas. Los
mandatarios internacionales empiezan a vislumbrar el problema. Aunque
parezca paradójico, el FMI lo viene insinuando desde hace ya tiempo,
colocando la desigualdad social como el mayor peligro de cara a la
globalización y a los mercados internacionales.
Schäuble destacó en la reunión del G-20 la necesidad de defender lo
que denominó un nuevo crecimiento “inclusivo”, que no excluya a amplias
capas de población de las ventajas resultantes del crecimiento económico
y que espante, por consiguiente, el fantasma de las guerras
comerciales.
“Mucha gente siente que no se beneficia del crecimiento y
la globalización, tenemos que encararlo. De lo contrario, veremos más
proteccionismo”, afirmó. Este proteccionismo, añadió, “sería nefasto
para la economía mundial”. Se le olvidó decir que especialmente para
Alemania.
La incongruencia, sin embargo, se manifiesta en que los mandatarios
no renuncian a la política que causa la desigualdad y en que parecen
esperar que se reduzca de manera espontánea y sin corregir ninguna de
las medidas que la han ocasionado. Alemania y otros países del norte de
Europa no están dispuestos a enmendar su superávit exterior, que tanto
daña a otros países de la Eurozona y que obliga en cierta medida a sus
gobiernos a instrumentar políticas muy duras para sus ciudadanos, en
particular para las clases bajas.
El FMI, que lleva tiempo denunciando
el peligro que para la economía mundial puede representar el incremento
de la desigualdad, continúa aconsejando la misma política y las mismas
medidas que la causan.
La propia Christine Lagarde en la entrevista citada, tras alabar al
Gobierno español por la política realizada y las reformas acometidas,
amén de ponderar los esfuerzos que han hecho los españoles, plantea, con
la excusa de la dualidad del mercado de trabajo, la necesidad de una
nueva reforma laboral que, por supuesto, significaría una nueva vuelta
de tuerca en contra de los derechos de los trabajadores.
Nuestro país, ciertamente, presenta en la actualidad una tasa de
crecimiento, junto con EE. UU. y Gran Bretaña, de las más altas de los
países desarrollados, y ha cerrado 2016 con un superávit de la balanza
de pagos por cuenta corriente del 2%, dato en extremo importante si
queremos ir amortizando la deuda externa. Pero todo ello se ha debido,
aparte de a factores externos como el abaratamiento del petróleo, al
profundo sacrificio de una buena parte de la población. Sangre, sudor y
lágrimas.
En el futuro es totalmente improbable que se produzcan los
mismos factores exteriores, más bien su evolución será la contraria; ni
tampoco los ciudadanos estarán dispuestos a someterse al mismo grado de
padecimientos; Es lógico que reclamen otro tipo de proteccionismo del
cual no sean ellos las víctimas.
Se quiera o no, un cierto proteccionismo, por mucho que hoy su solo
nombre haga temblar al pensamiento económico oficial, se irá imponiendo.
Una porción importante de la población de los países desarrollados
concibe ya la globalización como una carga de la que hay que huir.
En
las elecciones presidenciales francesas celebradas el pasado fin de
semana, más del 40% de los franceses votaron a formaciones que, aunque
mantienen posiciones antagónicas en otros temas, coinciden en rechazar
la globalización y la UE. Ante esta perspectiva, son muchas las voces
que comienzan a proclamar que si se quiere controlar la situación, los
beneficios deben repartirse.
En realidad es un brindis al sol. Empresa
imposible. Al margen de las buenas intenciones, en la propia esencia de
la globalización y de la libertad absoluta de los mercados se encuentra
incrementar la desigualdad. No puede ser otro el resultado cuando el
poder político democrático abdica de sus competencias y concede la
supremacía a los mercados." (Juan Francisco Martín Seco, República.com, 27/04/17)
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