"(...) Presentado como innovador y original, a menudo con fórmulas
“nórdicas” y sofisticaciones conceptuales para camuflar simples y viejas
políticas neoliberales de recorte social, el programa de Macron no
tiene gran cosa de original: se trata de aplicar de una vez por todas en Francia el catálogo completo de Bruselas/Berlín.
La narrativa habitual afirma que esa involución
socio-laboral nunca se ha podido aplicar en Francia, país “conservador”
con “exceso de Estado” y de funcionarios, y que esas reformas,
“liberarán las energías del país”. En realidad se trata de imponer a la
fuerza un recorte de pensiones del 20%, una bajada de salarios, un
recorte de la función pública (120.000 funcionarios menos) y una
“flexibilidad” que de alas a la precariedad.
“Es el político anglófono y filo germano que Europa necesita”, dijo de él la revista Foreign Affairs.(...)
El objetivo es emular el “modelo alemán”, incrementando la
franja de salarios bajos que en Alemania afecta al 22,5% de los
asalariados (7,1 millones) y en Francia solo al 8,8% (2,1 millones). Con
estas fórmulas se podrá llegar a los “satisfactorios” niveles de
desempleo alemanes. El paro en Alemania es del 3,9% según Eurostat, y
del 5,8% según la oficina federal de estadística alemana, que usa una
contabilidad diferente a la europea.
Pero desde hace años se conoce que,
gracias a diversos trucos contables que barren debajo de la alfombra a
sectores enteros de la población laboral, la cifra real de paro es bien
superior, del 7,8% actualmente.
Es decir, solo dos puntos menos que en
Francia y con más precariado entre los asalariados y más pobreza entre
los jubilados, un problema apenas existente en Francia. Alemania, que
tiene una demografía languideciente, no es un modelo para Francia con su
dinámica tasa de natalidad y su mayor necesidad de servicios públicos.
Que Francia no ha hecho reformas en esa dirección, forma
parte del mito. La intentona de Macron es la radical culminación de
treinta años de hegemonía neoliberal en la política y en los medios de
comunicación de Francia, algo que comenzó en 1974 Valéry Giscard
d´Estaing, fue proseguido por Mitterrand (traicionando su programa
inicial en 1983) y continuado desde entonces por todos los presidentes
de “izquierda” y de derecha que ha conocido el país. La globalización
quiere destruir una tradición nacional de estado fuerte particularmente
apreciada por los franceses y que económicamente funciona mucho mejor de
lo que se dice.
En términos generales el modelo político de Macron es la “marktkonforme Demokratie”
(la democracia adecuada al mercado) de la Señora Merkel, incluida la
marginalización de la oposición parlamentaria. La empresa y la
meritocracia nunca habían estado tan presentes en el gobierno. Los
sectores privilegiados nunca habían pesado tanto (por encima del 70%) en
el cuerpo de diputados.
Ideológicamente Macron es, según la definición del fundador
de Attac Peter Wahl, “una mezcla programática de relato liberal de
izquierda-verde-alternativo (cuestiones de género, minorías sexuales,
medio ambiente, europeísmo y cosmopolitismo), modernismo start-upista digital en la línea “uber para todos”, un subidón make France great again, y un neoliberalismo casi a la Margaret Thatcher con rostro humano”.
Su hoja de ruta es “gaidarista” (por Yegor Gaidar,
el autor de la “terapia de choque” rusa): introducir rápidamente y por
decreto una involución socio-laboral a partir del verano, y contener la
contestación social que seguirá mediante la introducción en el derecho
común, a partir del otoño, de los preceptos liberticidas de las medidas
de excepción contenidas desde noviembre de 2015 en el “estado de
urgencia” aún vigente.
En Rusia, la “terapia de choque” de Gaidar (1991) precisó de
un golpe de estado (1993). Francia no es Rusia, pero Macron tiene
muchas posibilidades, y todas las posiciones, para ser el Presidente
autoritario de Francia.
También tiene muchas posibilidades de fracasar, por su
política socio-laboral errada e impuesta, y porque su base social y
electoral (la Francia de los de arriba y el voto del 16% del censo) es
reducida. La suma de ambas cosas arroja una legitimidad débil (que
contrasta mucho con su aplastante mayoría absoluta en las instituciones y
medios de comunicación) y convierte en temeraria su autoritaria
ambición de enderezar a Francia acabándola de destrozar. (...)
Para llegar a donde ha llegado, Macron y las fuerzas
oligárquicas que lo auparon en el último ciclo electoral han tenido que
dinamitar la alternancia y casi el pluralismo institucional en el país
(el incendio de la cocina). En las instituciones francesas ya no hay más
que un solo partido. El conglomerado macronista, ampliado a sus
satélites (socialistas y conservadores “constructivos” hacia el
Presidente), tiene el 80% de los diputados cuando obtuvo el voto real
del 16% de los franceses.
Esta victoria, será a medio y largo plazo su mayor factor de
derrota, porque esa abolición condena a la oposición a un estatuto
“antisistema”: cualquier fuerza social que se oponga al macronismo
tendrá que cambiar el régimen. Un escenario muy ruso, que recuerda al
drama de la autocracia, pero en Francia.
El autoritarismo macronista que se anuncia es el último cartucho del establishment
para disolver/cambiar Francia. Su fracaso no tendrá alternativa en el
actual marco institucional, la V República, y probablemente, tampoco en
el actual sistema. A partir de este pronóstico, se admiten todas las
apuestas…" (Rafael Poch , Diario de París, blog La Vanguardia, 23 Junio, 2017)
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