21.6.17

Las ‘gentes de a pie’ (los ‘pueblos’ de Europa) consideran que la UE es una máquina sin rostro sin control popular, que desmantela las redes protectoras a las que estaban acostumbrados

"¡Para el pueblo, no solo para las élites!: este es el lema de todos los tipos de populismo. Sin duda alguna, el triunfo del populismo es una catástrofe, pero la amenaza del populismo es una propiedad esencial de cualquier democracia. 

Es lo que hace que un régimen democrático sea mejor que uno tecnocrático, burocrático o autocrático; es lo que recuerda a los gobernantes que no deben perseguir única, o principalmente, sus propios intereses y preocupaciones, y los de las personas como ellos.

En concreto, si observamos la actual Unión Europea, lo que debería grabarse en las mentes de los legisladores europeos sobre la amenaza del populismo es que no deberían preocuparse solo por los intereses de los ‘que obtienen beneficios’, de la gente como tú (y yo) aquí presente, de la gente que está dispuesta e interesada en aprovechar las oportunidades que crean las cuatro libertades del mercado único y que se dan cuenta de lo mucho que les deben.

El populismo les obligará a prestar mayor atención a los intereses y preocupaciones de la ‘gente de a pie’, esas personas que, más que nadie, son conscientes de la amenaza que supone la competencia internacional para sus empleos y la amenaza para sus entornos familiares de lo que perciben como una invasión de gente con la que tienen grandes dificultades para comunicarse y todavía más dificultades para identificarse.

No es de extrañar que hoy en día estas ‘gentes de a pie’ (los ‘pueblos’ de Europa) consideren la UE como una máquina sin rostro que escapa al control popular y que continúa desmantelando las redes protectoras a las que estaban acostumbrados, una máquina anónima que continúa disciplinando a los Estados-nación cada vez que intentan proteger a sus ciudadanos.

 No es de extrañar que consideren a los gobernantes europeos como una camarilla cuya mayor preocupación es conservar sus muchos privilegios y los de los suyos. No es de extrañar que ahora pidan liberar a su país de las garras de Bruselas y recuperar su plena soberanía nacional.   

La respuesta estándar y complaciente de las élites a este tipo de exigencia eurofóbica es: “No se puede devolver un huevo a su cáscara”. Tras el voto del Brexit, esta respuesta ha perdido gran parte de su poder de persuasión. 

Es cierto que remendar la porción menos descascarillada de la cáscara sería laborioso, lento y en ocasiones ineludiblemente desagradable, pero no es posible librarse del remiendo. No obstante, creo que existe una variante menos metafórica, menos categórica y más circunscrita de esta respuesta, una que afecta solo a la eurozona, como afirma Claus Offe: “El euro es un error cuya eliminación sería un error todavía mayor”.

Pero entonces, ¿qué hacemos? ¿Seguir adelante como sea y esperar que la revuelta populista siga ganando terreno, inflándose y propagándose de elección en elección, de país en país, de partido en partido? No. Para que la Unión Europea pueda escapar de la trampa en la que está atrapada, para evitar un destino caótico y agónico autoinfligido, necesita convertirse y ser considerada una unión protectora. 

Esto no se conseguirá multiplicando directivas y regulaciones que interfieran con la autonomía de los gobiernos y parlamentos nacionales, se conseguirá haciendo algo sin precedentes en la historia de la humanidad: poner en marcha un proyecto de redistribución transnacional e interpersonal.

Hace falta una unión distributiva que proporcione la estabilidad macroeconómica que permita sobrevivir al euro; que proporcione la estabilidad demográfica que permita la supervivencia política de Schengen; que proporcione un sólido mínimo común sin el cual es imposible defender la generosidad y diversidad de nuestros Estados del bienestar nacionales frente a la competencia tributaria y social. 

Hace falta para que los de a pie sientan de forma tangible que la UE también se preocupa por ellos y no solo por los éxitosos. ¿Es radical esta propuesta? Pues claro que sí, pero no es más radical que lo que hizo Bismarck cuando creó, tras una sucesión de violentas protestas, el primer sistema de seguridad social del mundo. ¿Realmente creen que la UE sobrevivirá sin cambios radicales? (...)"           (Philippe van Parijs (Social Europe), CTXT, 31/05/17)

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