"(...) -Una de las dudas que aparecen al leer sobre la crisis
venezolana es qué factores sostienen a Nicolás Maduro en el poder.
Siempre parece estar por caer y no cae, mientras la crisis se agrava.
¿Cuál es su interpretación?
Se combinan varios elementos.
Por una parte, está el aparato estatal y la elite chavista. En la
medida que vienen cerrándose espacios de maniobra en el plano doméstico e
internacional, y tiene que recurrir más y más al autoritarismo, las
figuras centrales del gobierno van atrincherándose al percibir una
amenaza no solo a su permanencia en el poder sino verdaderamente
existencial.
Para algunos, es cuestión de principios: ante una oposición
envalentonada y con amplio apoyo en el país y en particular en el
extranjero, lo que está en juego es el legado de Hugo Chávez, en
particular el avance hacia el estado comunal.
Más allá de la oposición
misma, esto siempre iba a significar una batalla contra la propia
Constitución de 1999 –redactada en los comienzos de Chávez–, y con
sectores internos del chavismo menos dados a la corriente socialista que
a la de democracia participativa, base de esta Carta.
De modo que, para
los sectores más radicales, de cierta manera es un conflicto bienvenido
aunque muy demorado, quizás demasiado para ser exitoso, pero darán la
batalla de todas formas. Para otros, no obstante, el interés es más
prosaico: los lazos de cuadros claves del chavismo con la corrupción
desmedida –sea vinculada con el dólar preferencial o en algunos casos,
con el narcotráfico– hace que cualquier salida del poder implique la
cárcel, en Venezuela o en el exterior.
De modo que la crispación del
conflicto, vista en términos existenciales, tiende a cerrar filas,
aunque por motivos muy diferentes. (...)
Por su parte, la oposición –aunque más unida que en años previos–
peca como en otras oportunidades de exceso de confianza y cortoplacismo,
en base su certeza de una victoria inminente. En esta oportunidad, esta
dinámica ha sido alentada de manera acentuada y –estoy convencido–
irresponsable, por voces como la del secretario general de la
Organización de Estados Americanos (OEA), Luis Almagro, cuyas
declaraciones llegan a sonar más fuertes que las de la propia oposición.
El acercamiento opositor al gobierno de Donald Trump, la emergencia de
gobiernos de derecha en Brasil y Argentina, y los intentos de diálogo
carentes de sinceridad por parte del gobierno debilitan cualquier
incentivo tendiente a moderar posiciones y buscar espacios para
negociar.
Ante este escenario, el atrincheramiento por parte del
gobierno tiene su espejo en la actitud, también atrincherada, del
liderazgo opositor, del cual, de hecho, se nutre.
Por último, está
el «factor pueblo». Como en otras oportunidades, las manifestaciones
opositoras han sido multitudinarias. Pero a diferencia de otros
momentos, estas han logrado mantener día tras día, durante mucho tiempo,
niveles de participación importante.
También tienden a incorporar
sectores sociales más diversos que en el pasado, aunque resultaría
exagerado decir que hay un verdadero cruce de clases. De hecho, la
brecha entre sectores populares y la oposición se mantiene y se
manifiesta en las calles. La oposición lo atribuye a temor o control
social de los barrios, sea por el Estado en su función de distribuidor
de recursos –los Comité Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP)– o
por los llamados «colectivos».
De eso hay algo, pero está
sobredimensionado, y creo que obedece más bien a una falta de capacidad
de autocrítica por parte de sectores de oposición para entender por qué,
luego de dieciocho años, y a pesar de la crisis severa, aún no han
logrado encausar un mensaje que atienda a la enorme desconfianza por
parte de sectores que no creen que la oposición reunida en la MUD abogue
por sus intereses a futuro.
Ante esa enorme falla, resulta mucho más
fácil atribuir la falta de participación masiva de los sectores
populares a un aparato coactivo. (...)
-Vinculada a esta descripción que hace de los sectores
populares, ¿por qué finalmente no «bajan» de los cerros, como suele
decirse, dadas las privaciones crecientes provocadas por el descontrol
económico?
Primero es importante entender que así como la
oposición es heterogénea y en el chavismo hay diferencias importantes
en su interior, los sectores populares son un actor complejo y a veces
contradictorio.
Dos ejemplos solo en Caracas: en 2015 la parroquia 23 de
Enero, vista como un bastión de la revolución, votó mayoritariamente
por la oposición en las elecciones parlamentarias. Y en el municipio
Sucre, que abarca el barrio más grande de América Latina – Petare–
gobierna la oposición desde 2008, aunque también allí operan consejos
comunales muy afines al gobierno.
Como esos hay muchos otros ejemplos
importantes de zonas populares con representación política mixta, lo
cual permite matizar sus repuestas ante la crisis, que de hecho son
diversas.
Por ejemplo, si bien es cierto que no hemos visto
participación masiva de parte de aquellos sectores más afectados por la
severa crisis, sin duda sí hay protestas en los barrios. Tienden a verse
más y más saqueos, sea de comercios o de camiones de abastecimiento.
Esto ocurre de manera particular en el interior del país, donde el
aparato de seguridad del Estado es más tenue que en las grandes
ciudades. Además, se reportan disturbios en zonas del oeste de Caracas,
de corte más popular, toda vez que el sistema de abastecimiento de
comida en los barrios –los CLAP– presenta fallas y retrasos. (...)
Luego está el hecho que la idea de barrios que «bajan» está muy atada
a lo que fue el Caracazo de 1989 y tiende a limitar lo que se imagina
como protesta popular en Venezuela. Se piensa en términos de explosiones
sociales masivas y repentinas, no como han venido trascurriendo en
sectores populares propiamente identificados con los reclamos de la
oposición: a cuenta gotas. Hoy, el tipo de protesta popular que se ve en
sectores populares suele tener un carácter reivindicativo más que
político partidista.
Pero las cifras del Observatorio Venezolano de
Conflictividad Social muestran protestas continuas y a escala nacional;
protestas barriales contra los efectos de la escasez, la inflación, el
colapso de servicios públicos, etc. De modo que los barrios han venido
protestando y seguirán haciéndolo.
Pero, y esto es clave, una cosa
es la protesta ante el gobierno, y otra la protesta anti-gobierno. En
el pasado reciente, cuando la oposición logró una incidencia importante
en sectores populares, lo consiguió enfocando su mensaje precisamente en
aquellos reclamos que tienen eco en los barrios.
Pero tiende a perder
terreno cuando se aleja de estos y se enfoca en demandas de corte más
político: cambio inmediato del gobierno, cese de la represión y
violencia del Estado, ausencia de representación política. No es que
estos sean temas que no importen en sectores populares. Todo lo
contrario: precisamente estas fueron las bases sobre las cuales Chávez
en su discurso y, por un tiempo en la práctica, logró el apoyo de estos
sectores otrora marginados por las elites políticas y sociales.
Pero
hoy, el foco en la condena hacia el Estado por su represión de la
oposición –sin duda correcto en principio– luce en los barrios como
privilegio de clase, ya que la violencia y el abuso policial es pan de
cada día en los sectores populares.
Y ante ese escenario vemos el
repliegue de las protestas puntuales en estos sectores, ya que, por más
grave que sea la crisis, no van a apostar a un cambio de gobierno sin
alguna señal más o menos concreta sobre lo que vendría, y encima con
gente al mando que por décadas ha demostrado poca voluntad de
acercamiento y menos aún de comprensión de las exigencias de los
sectores populares; que no se esforzó en entender por qué Chávez logro
cautivar los sueños de tantos venezolanos, lo que no ocurrió por meras
dádivas, por carecer sofisticación ni por ser «enchufados». (...)
Pero las encuestas demuestran que la oposición cuenta con una clara
mayoría de aproximadamente 55% de apoyo contra un 15-20% del gobierno.
Significa que a pesar de la crisis, una parte de la población otrora
simpatizante del chavismo y hoy decepcionados con el gobierno, aun no se
decide a apoyar a la oposición.
Y ciertamente, van a pensarlo muy bien
en el marco de protestas que se tornan más y más violentas, de manera
particular en momentos como el actual en el que las protestas van
dirigidas a cambiar el gobierno sin una idea más clara del futuro. (...)
-¿Qué perspectivas imagina para la coyuntura venezolana actual?
Todo
apunta a un escenario de más confrontación, lo cual, de hecho, marca un
hito en la trama reciente de Venezuela. Lo que se comenta poco es que,
dada la intensidad de la polarización, protesta y conflicto que ha
vivido el país en las últimas dos décadas (e incluso antes), a lo cual
se le suma el número descomunal de armas en la calle y los altísimos
índices de violencia delictiva, resulta insólito que la tensión social y
política no haya pasado a mayores, incluso a una guerra civil.
Lo
cierto es que en momentos en los que también se hablaba en términos del
todo o nada, del fin del mundo, de un desenlace final ante un tablero
cerrado –como en 2002, 2007 o 2014 – Venezuela y su gente, a pesar de
todo, encontraron cómo frenar en el barranco. (...)
El comodín es la Fuerza Armada Nacional Bolivariana. Más y más resulta
evidente y conocido, no solo a escala internacional sino en la propia
Venezuela, sobre todo entre aquellos que simpatizan o simpatizaron con
el gobierno, que sus cúpulas están metidas de pleno en actos de
corrupción, especialmente en el tráfico de alimentos y de divisas que
afecta de manera más directa a sectores populares.
Pero al contrario de
las elites civiles chavistas, los militares saben que son una ficha de
negociación precisamente por controlar las armas del Estado y estar en
la posición, en un momento dado, de dirigir esas armas en función de una
«pacificación» de sectores, por ejemplo los colectivos, que se opongan
de manera violenta a una transición. De hecho, la oposición mantiene
lazos con la jerarquía militar y pide públicamente que se manifieste
abiertamente contra el gobierno.
Y puede que lo haga, pero más allá de
la paradoja de una oposición que por años ha criticado al componente
militar por sobreponerse al civil, quienes sufrirán las consecuencias
son esos mismos sectores populares de los que tanto se habla. Vale
recordar las palabras que el entonces flamante presidente Carlos Andrés
Pérez, en vísperas de lo que sería el Caracazo de 1989, le apuntó a un
dirigente de Acción Democrática: «Cuando el ejército sale a la calle, es
a matar gente».
De modo que no sirve hablar de ángeles y demonios en
Venezuela. Quienes ayer enarbolaban los derechos humanos hoy los violan,
y viceversa. Y el precio siempre lo pagan de manera marcada esos
barrios de los que tanto se habla, y a los que tan poco se escucha, y
menos aún, se entiende. Esto es, en resumidas cuentas, el nudo y tamaño
de nuestra crisis." (Alejandro Velasco
, profesor en la Universidad de Nueva York , Sin permiso, 13/06/17)
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