"Escuché hace unos días las palabras del presidente de la patronal, CEOE,
Joan Rosell, que afirmaba que era imposible llegar a fin de mes con 800
euros de sueldo. Y me quedé sorprendido. No porque sea imposible llegar
con ese dinero a fin de mes, sino porque lo diga el máximo
representante de los que pagan los salarios. (...)
Más en detalle, el 10% de los asalariados, un millón y medio de
personas, gana por término medio tan sólo 420 euros y otro número
semejante tiene un sueldo mensual de 820 euros. Se puede aducir que
muchos de ellos ganan tan poco porque trabajan a tiempo parcial, no las
ocho horas del tiempo completo.
Pero también la Encuesta de Población
Activa dice que el 70% de los que trabajan a tiempo parcial lo hacen
porque no les han contratado por más. Lo que cobran es, por tanto, lo
máximo que la empresa les quiere pagar.
Eso tienen para vivir. Además,
si observamos a los que trabajan a tiempo completo, un millón y medio
cobra, por esas ocho horas al día, 615 euros mensuales. Les faltan
todavía 185 euros para que “les sea imposible llegar a fin de mes”. Otro
millón y medio recibe, por sus ocho horas diarias de trabajo, 850 euros
mensuales. (...)
Se comprende así que el bajo salario mínimo establecido por el
Gobierno (648 euros mensuales en 2015) se ha convertido en un simple
adorno, pese a que este año el PP y el PSOE alcanzaron un pomposo
acuerdo para subirlo hasta los 707 euros al mes. No es de extrañar, si
se tiene en cuenta que el Banco de España en su Informe Anual en 2013
pidió que se creasen empleos por debajo del salario mínimo. Entre sus
funciones figura la de asesorar al Gobierno.
La desvergüenza de pagar por debajo del salario de subsistencia no es
de ahora, pero desde la reforma laboral del PP se ha convertido en una
estrategia contenida en la misma. ¿De qué manera? Pues de dos formas. La
primera, debilitando la negociación colectiva para conseguir congelar
salarios e incluso lograr bajarlos en numerosas empresas.
La segunda, y más eficaz si cabe, es facilitando aún más el despido.
Esto no tuvo como único objetivo permitir que las empresas pudiesen
desprenderse fácilmente de trabajadores que no necesitan. Más que eso,
hizo posible a las empresas deshacerse de una parte de las plantillas y
sustituirlas, sólo en parte, por nuevos trabajadores con sueldos
claramente más bajos. (...)
Rosell, los empresarios a los que representa y el Gobierno lo saben
muy bien: cuando han conseguido reducir drásticamente los salarios por
la vía de sustituir unos altos por otros bajos, no les importa sentirse
generosos y comprensivos y anunciar que deben subirse más. Pueden
incluso salir ganando.
Veamos el efecto práctico, tomado de datos reales, también de la
Encuesta de Población Activa. Una empresa tenía empleada a una persona a
la que pagaba 1.113 euros al mes. Llevaba ocho años en el puesto de
trabajo. En 2015 la despide y contrata a otra a la que paga 616 euros.
Se ha ahorrado 497 euros mensuales por que le hagan el mismo trabajo.
Ahora, alardeando de comprensión social, decide subir a sus empleados el
2,5%. Si no hubiera despedido al asalariado que llevaba ocho años en la
empresa tendría que subirle 28 euros cada mes. Pero como lo sustituyó
por otro al que le abona un salario más bajo, esa subida se convierte
en 15 euros mensuales.
Si hacemos números, comprobamos que ahora el
ahorro por haber sustituido a ese trabajador no sólo no ha descendido,
sino que ¡ha aumentado! con su bondadosa comprensión de las penurias
ajenas. La diferencia entre lo que ganaría el asalariado que se quedó en
la calle y el nuevo ha pasado a ser de 509 euros al mes. Es lo que se
ha ahorrado el empresario con su “sentido particular y farisaico de la
justicia distributiva”. Como se ve, el cielo premia siempre a los
caritativos. (...)" (Emilio de la Peña, CTXT, 12/07/17)
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