28.9.17

La excepción española: el fracaso de los grupos fascistas pese al paro, la desigualdad y la inmigración

“España es excepcional en el panorama político europeo actual, en el que los grupos populistas de derecha, xenófobos, antieuropeos y antiglobalización obtienen relevantes triunfos electorales: a pesar de la crisis económica y de la rápida erosión de la confianza política, en España no ha habido ningún partido populista de derechas que haya obtenido más del 1% del voto en las elecciones generales de los últimos años.

¿Cómo se podría explicar la extraordinaria ausencia de un partido populista de derechas con éxito electoral en España?

Utilizando datos publicados (estadísticas y sondeos de opinión), consultas a expertos y resultados de una encuesta original, este estudio de caso analiza diversos factores que influyen en el fracaso del populismo de derechas en España, pese a que el país reúne todos los elementos que suelen presentarse como causa del auge de este tipo de partidos: paro, desigualdad, pobreza, inmigración y descrédito de la clase política.

Se analizan varias explicaciones, entre ellas la debilidad de la identidad nacional y el fuerte europeísmo de los españoles. (…)

Existen tres grupos de fenómenos que los estudios asocian al aumento del populismo de derechas: la corrupción política, la crisis económica y la preocupación por la inmigración. (…)

La crisis afectó particularmente a dos grupos, los inmigrantes y los trabajadores autóctonos varones menos cualificados, debido a la concentración de ambos grupos en el sector de la construcción. (…)

La crisis ha provocado un aumento muy evidente de la pobreza básicamente debido al desempleo y un incremento de la desigualdad:4 entre los años 2000 y 2015 el coeficiente de Gini aumentó casi tres puntos porcentuales. En 2014, en ningún otro país de la UE existía una brecha tan grande entre la renta del 10% de los más ricos y la del 10% de los más pobres. (…)

En el terreno político la crisis ha estado asociada a una importante caída de la confianza en todo tipo de instituciones públicas, ya fueran nacionales, europeas o internacionales. Los partidos políticos, que ya disfrutaban de poco prestigio antes de la crisis, han sido los que más han sufrido la pérdida de confianza.

Además, los efectos políticos de la crisis económica se agravaron para los principales partidos al destaparse prácticas corruptas: los escándalos afectaron especialmente al partido que estaba en el poder (Partido Popular), al principal grupo nacionalista catalán (Convergencia Democrática) y, en menor medida, al principal grupo de la oposición (Partido Socialista Obrero Español).

La corrupción pasó a ser, a ojos de los españoles, el defecto más importante del país, citado por delante de los problemas económicos o el paro (BRIE 35, 2014). En este contexto, las medidas de austeridad presupuestaria que se impusieron a partir de 2011 causaron indignación y protestas contra el conjunto del sistema político. (…)

Sorprendentemente, en la actualidad no hay ningún grupo que esté movilizando a los votantes tradicionales de la derecha que han sufrido los efectos de la crisis, como, por ejemplo, los pequeños comerciantes que se han visto afectados por la pérdida de poder adquisitivo de los clientes y la competencia de los comerciantes inmigrantes y las grandes superficies comerciales.

Así pues, la protesta ha sido dominada por la izquierda, quizá porque el Partido Popular, de centro-derecha, gobierna desde 2011. Solo hay signos mínimos de reacciones de protesta en la derecha, como la aparición de una asociación benéfica llamada Hogar Social Ramiro Ledesma, que se inspira en el partido griego Amanecer Dorado. (…)


La opinión pública: una identidad nacional débil

Una de las explicaciones de la ausencia de una reacción populista de derechas a la crisis puede encontrarse en la relación especial de los españoles con su identidad nacional.

Los datos del Eurobarómetro nº 84 (2015) indican que los españoles están por debajo de la media de la UE en cuanto a los sentimientos de “apego” hacia sus conciudadanos (cuatro puntos por debajo), mientras que superan claramente la media en relación con su apego a la UE (siete puntos por encima).

Otro indicador de este mismo fenómeno es la valoración que los ciudadanos hacen de su propio país: España destaca en los últimos años por una auto-valoración baja, que descendió sustancialmente a raíz de la crisis hasta encontrarse muy por debajo de la valoración que se hace del país desde el extranjero. (…)

El orgullo nacional español se vio fortalecido por la entrada del país en la UE en 1986 y fue reforzado por varios hitos que dieron presencia internacional a España, como las Olimpiadas de Barcelona y la Exposición Universal de Sevilla en 1992.

Desde finales de los 90 la autoestima se afianzó gracias al fuerte crecimiento económico, muy superior al de los vecinos europeos, pero desde el inicio de la crisis económica la valoración de los españoles sobre España se deterioró rápidamente al ritmo del declive económico y los escándalos de corrupción. (…)

Al comparar los grados de identificación con distintos elementos del sentimiento español entre 2002 y 2015 se observa un marcado descenso generalizado en todos los elementos de la identificación nacional.

Disminuye la identificación con la cultura española, la lengua castellana y la historia y los símbolos españoles, pero la caída más pronunciada se observa en la identificación con la independencia, las fronteras, el sistema político y legal y la vida económica. (…)

La identidad europea de los españoles

España es excepcional también por el sentimiento europeísta generalizado y persistente de su población. Ese alto grado de identificación con Europa y los europeos se ha mantenido constante, e incluso ha aumentado ligeramente en los últimos años: el 59% de los españoles se siente bastante o muy cercano a otros europeos, dos puntos más desde 2002, mientras que el porcentaje de los que se sienten poco o nada cercanos a otros europeos ha disminuido cuatro puntos (del 44% al 40%). (…)

La crisis económica provocó un aumento del sentimiento antieuropeo en toda Europa, incluida España, pero, incluso así, las actitudes negativas hacia la UE están menos extendidas en España que en otros lugares (el 23% en España frente al 27% de media de la UE en 2016).

El alto grado de identificación de los ciudadanos españoles con la UE se confirma por el hecho de que sólo el 28% de los españoles no se considera en absoluto ciudadano europeo (frente a una media del 39% en toda la UE) (EB 85, 2016).

Este europeísmo se presenta no sólo como una identificación cultural con Europa, sino también en forma de simpatía por la UE como proyecto político. (…)

Junto con Polonia, España es la menos favorable a abandonar la UE y, con Alemania, es la más favorable a aumentar las competencias de la UE. El europeísmo es especialmente intenso entre los ciudadanos de mayor edad, que son los que tienen un recuerdo más vivo del período anterior a la adhesión de España a la UE. (…)

Este alto europeísmo no significa que los españoles sean acríticos respecto al funcionamiento de la UE. Especialmente notoria es la caída de la valoración de la vida política en la UE y de su gestión de la economía (comparando datos de 2002 y 2015). Sin embargo, esta crítica del funcionamiento de la UE, que parece ser consecuencia de la crisis económica, no supone una disminución de la voluntad de permanecer en ella.

La aceptación de la globalización

Las actitudes de los españoles hacia la globalización son muy favorables en comparación con las de otros ciudadanos de la UE (…)

Mayor aceptación de las diferencias

En el período transcurrido desde 2002 a 2015 la sociedad española ha evolucionado hacia una mayor aceptación de las diferencias en la convivencia diaria con individuos de otras culturas.

Cuando los migrantes empezaron a llegar a España en gran número, al principio del nuevo milenio, la mayoría de los españoles veía a estas personas como forasteros con los que tenía poco en común, aunque, como veremos luego, se aceptaba su presencia.

En un entorno que hasta entonces había sido extremadamente homogéneo en términos culturales o étnicos, la presencia de estos grupos nuevos fortaleció la identidad nacional por contraste con la de los recién llegados. (...)

 Esto se compensa con un incremento del número de encuestados que se siente “poco cercano” a estos grupos (lo que podría ser sólo una expresión más aceptable socialmente del mismo sentimiento), aunque hay también un aumento significativo de las respuestas que expresan cercanía, especialmente notoria en el caso de los estadounidenses y los subsaharianos. 

La población marroquí es la que menos se ha beneficiado de esta tendencia y, junto con la china, encabeza la lista de los grupos hacia los que los españoles sienten menor cercanía (véase la Tabla 6). (...)

Este avance parece el resultado de varios procesos: la práctica acumulada de convivencia con los inmigrantes, la mejor integración social de la población gitana local, la mayor experiencia internacional de los españoles a través del turismo y las estancias en el extranjero como estudiantes o migrantes, y el aumento de la presencia de las empresas españolas en otros países.

En resumen, han disminuido las identidades colectivas españolas, ya sean nacionales, regionales o locales. A la vez ha aumentado la aceptación de las diferencias étnicas y culturales. Todo ello forma un medio ambiente en el que un mensaje nacionalista y xenófobo tendría poca audiencia.

La evolución de la opinión pública sobre la inmigración

España empezó el nuevo siglo siendo el país menos xenófobo de Europa, muy lejos de la media europea (véanse las Tablas 7 y 8). 

En ello influyeron diversos factores: el escaso número de inmigrantes extracomunitarios y su elevada concentración en el área mediterránea y Madrid; el recuerdo reciente de la migración de españoles a Europa central y septentrional; la influencia de la Iglesia católica, que ha mantenido una posición abiertamente favorable hacia los inmigrantes; y la actuación de las ONG que se ocupan específicamente de la inmigración, el asilo o a la lucha contra el racismo.

 Por último, el hecho de que muchos de los primeros migrantes procedieran de países latinoamericanos católicos y de lengua castellana, facilitó su aceptación en la sociedad española.  (...)

Esta opinión pública tan excepcional se vio modificada durante los años siguientes y se aproximó a la media europea, cuando el país recibió durante varios años seguidos una media de 400.000 inmigrantes anuales. 

Aunque en aquellos años (2000-2008) el mercado laboral era capaz de absorber a los recién llegados, la intensa inmigración tuvo un impacto negativo en los servicios sociales, produjo competencia entre autóctonos e inmigrantes en algunos sectores del mercado laboral, causó tensiones de convivencia en edificios de viviendas, parques y servicios públicos y llevó a la aparición de nuevas formas de delincuencia.

La crisis económica provocó que a partir del 2009 se disparara el sentimiento antiinmigración, registrado por varias fuentes de sondeos,11 que alcanzó su máximo entre 2011 y 2012. A partir de ahí empezó a reducirse el número de inmigrantes residentes en el país, un hecho que tuvo mucha resonancia en los medios, y las actitudes negativas disminuyeron, aunque aún superan los niveles previos a la crisis.  (...)

En la actualidad, el 74% de los españoles piensa que el número de inmigrantes que hay en el país es “un poco excesivo” o “demasiado elevado”, frente a sólo un 22% que lo considera “más o menos correcto”. El grupo de edad más activo en el mercado laboral, el tramo de 35 a 44 años, es el más descontento con el nivel de inmigración en España.

Este aumento del descontento con la inmigración ha acercado a España al sentimiento dominante en Europa, pero el país sigue aún muy por debajo de las medias europeas. (...)

En un clima de desconfianza generalizada hacia los partidos políticos tradicionales, cualquier partido nuevo podría beneficiarse del sentimiento antisistema. Pero un partido monotemático dedicado a la reducción de la inmigración tendría que apelar casi inevitablemente a los sentimientos nacionalistas, dado que la negativa a aceptar inmigrantes solo se puede argumentar sobre la base de su “otredad” con respecto a una identidad nacional común y unos intereses compartidos. 

Sin embargo, un discurso de esta naturaleza se enfrentaría a la desconfianza generalizada en España porque, como se ha explicado anteriormente, el nacionalismo español no se ha recuperado del abuso que se hizo de él durante el franquismo, mientras que las tensiones territoriales centrífugas lo han erosionado aún más. Por último, la población española no cree que la inmigración sea uno de los problemas más importantes del país.  (...)

En el caso español está claro que otros elementos, como la política económica/laboral o la imagen de honradez frente a corrupción tienen un peso electoral más importante que la posición ante la inmigración.

Factores políticos

Hasta aquí hemos examinado los elementos que podrían componer la base social de un eventual partido xenófobo/populista de derechas en España. Ahora analizaremos la oferta, esto es, la existencia de grupos y partidos políticos que ofrezcan este tipo de mensaje. España ocupa un lugar interesante también en este sentido.  (...)

El Partido Popular no puede considerarse, a diferencia de su predecesor, como una herencia del franquismo, pero la inexistencia de un partido alternativo en la derecha lo convierte aun así en la formación política preferida de los nostálgicos de esa época o de los que mantienen posiciones más restrictivas respecto a temas como el aborto, el matrimonio homosexual, la inmigración o el poder de las Comunidades Autónomas.  (...)

VOX, fundado en 2013, ha supuesto el primer intento ambicioso de crear un partido destinado a recoger el voto a la derecha del PP pero sin resonancias con el franquismo o la Falange. Fue dirigido en sus comienzos por una figura moderna y de prestigio, Alejo Vidal-Quadras, antiguo vicepresidente del Parlamento Europeo (2004-2014), ex presidente del PP en Cataluña (1991-1996) y catedrático de Universidad. 

En su mensaje, VOX ha incluido elementos islamófobos (restricción a la llegada de inmigrantes musulmanes), nacionalismo centralista contrario al Estado de las Autonomías, rechazo al aborto y propuestas económicas de tipo liberal. VOX intentó atraer a los votantes de la derecha decepcionados con las políticas del Partido Popular y se quedó a un paso del éxito en las elecciones europeas de 2014, en las que obtuvo 247.000 votos (el 1,6%), a sólo 15.000 votos de conseguir un escaño, en lo que ha sido el éxito más destacado de la derecha radical desde la transición.  (...)

En resumen, las actitudes relativamente favorables hacia la UE, la inmigración y la globalización, acompañadas de la debilidad de una identidad española común a la que apelar, convierten a España en un terreno inhóspito para la extrema derecha populista.  (...)

La mayor parte de la insatisfacción política generada por la crisis económica en España se ha canalizado a través de Podemos, formado a raíz de las protestas callejeras del llamado movimiento 15-M.

 Aunque por su retórica se puede calificar a Podemos como populista, comparte muy pocos rasgos con los populismos que preocupan en Europa: no es antieuropeo (no propone abandonar la UE), ni antiglobalización, y desde luego no es xenófobo ni contrario a la inmigración. (...)

Un segundo aspecto importante del marco político es el predominio de la división centro-periferia en la agenda política a lo largo de la historia de la democracia española, un dominio que ha dejado poco espacio al debate público sobre otros asuntos.

 Los conflictos entre los partidos nacionalistas vascos y catalanes, por un lado, y el gobierno central y el resto de las Comunidades Autónomas, por el otro, han sido los campos de batalla políticos permanentes de la vida política española. La opinión pública está profundamente dividida en esta cuestión, con un cuarto de la población que apoya las tendencias centrífugas y un tercio que opta por volver a recentralizar el poder estatal.20 

La inmigración ha sido objeto de debate público sólo durante un breve período de tiempo en los primeros años del nuevo milenio, e incluso entonces no llegó nunca a ser el tema central. Más recientemente, la corrupción se ha convertido en uno de los principales temas del debate político, y han sido los políticos En lugar de los migrantes como ha ocurrido en otros países los que se han transformado en una suerte de chivo expiatorio de la crisis económica.

En resumen, a pesar de las dificultades que buena parte de la población española ha sufrido desde 2008 y la pérdida generalizada de la confianza en las instituciones y los partidos políticos tradicionales, resulta difícil imaginar que un partido de extrema derecha, xenófobo, antiglobalización y/o antieuropeo logre afianzarse en España en un futuro próximo.

La hipótesis de que un pasado reciente autoritario, derechista y nacionalista actúa como una vacuna contra los partidos de extrema derecha en el presente se confirma por las similitudes entre España y Portugal: ambos países compartieron una experiencia parecida de cuatro décadas de autoritarismo nacionalista, católico y corporativista, y, hasta ahora, los dos han permanecido inmunes a esta oleada de partidos populistas de derechas a pesar de la grave crisis económica y política que han sufrido."    


("La excepción española: el fracaso de los grupos de derecha populista pese al paro, la desigualdad y la inmigración", de Carmen González Enríquez, Documento detrabajo- 8/6/2017 (41 págs.), Real InstitutoElcano)

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