28.9.17

A día de hoy, Sara nunca va a la calle con cartera...

"En 1980 la American Psychiatric Association (APA) reconoció la ludopatía como trastorno dentro de la rama de la salud mental. Como resultado de las investigaciones realizadas, se ha observado la similitud con las adicciones al tabaco, el alcohol y otras drogas, lo que ha propiciado que en el último Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DMS-5) de la APA se clasifique junto a ellas, con la singularidad de ser una “adicción sin sustancia”. 

La memoria anual de la Dirección General de la Ordenación del Juego (DGOJ 2016) recoge que, en el Estado español, el 0,9% de las personas adultas (alrededor de medio millón) es jugadora patológica, es decir, que cumple cuatro o más de los síntomas descritos en el DMS-5. Un 30% son mujeres y solo un diez busca ayuda terapéutica.

María Josefa Vázquez Fernández, doctora por la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla y experta en la atención a personas adictas al juego, opina que “todavía el hecho de ser mujer pesa, sobre todo en la cuestión de adicciones. La misma conducta en un hombre se acepta, se tolera, se legitima, se comprende… a una mujer se le exige mucho más, se le pone otra connotación a su conducta y se condena”.  (...)

Yo llevo en la Federación desde 1991, y ya entonces la mujer se sentía mal porque estaba gastando dinero del hogar y ahí se entremezclaba la culpabilidad de ser malas madres, de abandonar a sus hijos…”. 

Precisamente por esta razón es tan importante que las mujeres reconozcan su adicción y la cuenten en su entorno, asegura Vázquez Fernández: “En la ocultación sufren mucho porque ellas mismas se refuerzan y les reforzamos la autoinculpación y la condena que le hacemos en la sociedad. Sin embargo, cuando ve que se la entiende, la mujer se libera porque no se ve como una mala persona, sino que siente que tiene una enfermedad como otra persona tiene otra”.

Sara, de 66 años, ha vivido en sus propias carnes esa satisfacción: “Ahora sí que no se lo oculto a nadie. Te llevas muchas sorpresas y te puedo decir que todo el mundo ha valorado que yo sea capaz de contarlo. Ves que te ayudan, que no te tiran por tierra”. (...)

Para ambos sexos son determinantes los acontecimientos vitales de estrés, los cuales se relacionan habitualmente con fallecimiento de familiares o amigos, problemas económicos, enfermedades graves o cambios de domicilio, siendo ellas quienes han identificado mayor número de acontecimientos relevantes.

Respecto a la frecuencia en la elección del tipo de juego, ambos prefieren en primer lugar las máquinas tragaperras (53,8% mujeres; 75,9% hombres), pero ellas acuden también al bingo y las diferentes variables de lotería (48,7%). En el ámbito psicológico, no hay una diferenciación por sexos marcada, puesto que las mujeres con mayor gravedad por el juego coinciden con los hombres en presentar rasgos más impulsivos de personalidad y también como respuesta a emociones positivas o negativas, así como bajos niveles de autodirección. 

A pesar de que se desconoce la existencia de una causa principal, se menciona un modelo biopsicosocial. Así lo explica Bárbara Zapico, terapeuta familiar y colaboradora con la asociación Vida Sin Juego de Alcorcón: “Lo biológico se refiere a la parte frontal del cerebro —el control de impulsos—, la parte psicológica a cómo me enfrento a los problemas y la parte social tiene que ver con cómo me está influyendo el ambiente”. 

Lo que sí se sabe es que el enganche al juego está relacionado con la ilusión de control, esto es creer que se puede influir sobre acontecimientos que, en realidad, son incontrolables. “Los jugadores patológicos son especialmente vulnerables a este tipo de correlación ilusoria, y tienden a sobrevalorar la relación entre su comportamiento y el resultado obtenido, sobre todo durante el juego”, según el estudio La falsa sensación de control de los adictos al juego les afecta a la hora de tomar otras decisiones realizado por Cristina Orgaz, Ana Estévez y Helena Matute de 2014. (...)

Sara jugaba únicamente al azar del cartoncillo hasta que un día le apeteció un bocadillo de calamares y entró en un bar, con tan mala suerte (paradójicamente) que, cuando se fue el señor estaba en la máquina, ella echó las vueltas y le tocó el gran premio. “Lo de las máquinas lo odiaba con todas mis fuerzas, pero aquel día... [respira]. Ahí empezó todo. Me olvidé del bingo. Mi perdición han sido las tragaperras”. 

Desde esa mañana su cabeza maquinaba cómo conseguir más dinero y que no se notase el derroche en las cuentas del hogar. “Llegué a mentir muchísimo”, confiesa, y daba igual si eran familiares, amigas o vecinas: pedía dinero porque necesitaba tapar los agujeros que había generado o para saciar el impulso, según explica a El Salto.

La historia de vida de Sara coincide con el trabajo escrito por la profesora Vázquez Fernández titulado Ludopatía y mujer: un análisis desde la perspectiva de género, que asegura que las mujeres ludópatas son quienes llevan las cuentas del hogar, por lo que les resulta sencillo ocultar los gastos inusuales y, además, que la incapacidad de controlar los impulsos aparece habitualmente tras un episodio estresante, como el duelo al que Sara evitaba enfrentarse. 

Precisamente fue al mentir a una de sus hermanas cuando su marido y sus hijos conocieron la situación por la que estaba pasando. Sara se decidió a abordar la rehabilitación en una asociación lejos de su casa, pero, meses después, una inocente partida de cartas hizo que el descontrol interior resurgiera. “No pensaba que fuera para toda la vida, pero sí. No se puede jugar a nada si quieres salir de esto”.
Esto lo tiene claro hoy, después de haber recaído a escondidas con todas las consecuencias, de haber sido descubierta y, sobre todo, después de casi cinco años en la Asociación Vida Sin Juego, con terapias grupales, apoyo psicológico y el de su familia. “Salgo del problema primeramente por mí, porque yo estaba hecha una verdadera mierda, no era feliz, me tiraba las noches enteras sin dormir, pensando en cómo decirlo, ‘no voy a volver a jugar’, o manipulando cómo sacar cincuenta euros para jugármelos. Fatal. Pero sí te puedo decir que tengo unos hijos…”. 

La familia también es la gran perjudicada de esta adicción.

Alicia, la hija de Sara, notó un gran cambio desde que su madre decidió poner punto y final: “Dejé de verla como un despojo que solo lloraba; vi que ella contaba la historia, cómo se sentía… En todo momento quiso recibir ayuda y salir porque siempre ha odiado esa parte de ella”. (...)

A día de hoy, Sara nunca va a la calle con cartera, en casa controlan el dinero que se lleva y los recibos que trae, ha dejado de ser titular de las cuentas familiares de los bancos y se ha inscrito voluntariamente en el Registro de Interadicciones de la DGOJ, una autoprohibición por la que la administración y las empresas le impedirán el acceso a las salas físicas o webs donde se lleven a cabo actividades relacionadas con el juego, porque ella quiere hacer lo imposible para no dar ni un paso atrás: “El dinero es lo menos importante porque se recupera. Para mí la mentira, lo que yo le he hecho a mi familia, no tiene precio. Solamente me queda no volver a jugar el resto de mi vida y darles esa satisfacción”.                    (Julia Gas  , Salud Mental, 18/09/17)

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