15.12.17

Marine Le Pen: "Quiero defender a las mujeres francesas”. Una de las claves del éxito del resurgimiento de la extrema derecha en el continente es su versión del feminismo... cousas veredes.

"Quiero defender a las mujeres francesas”. Esta es una frase de Marine Le Pen, líder del Frente Nacional –FN–, partido de extrema derecha que llegó a la segunda vuelta de la presidenciales este año. Defender a las mujeres significa aquí defender a las “auténticas francesas” –nacidas en suelo francés, blancas, no judías ni musulmanas.  (...)

Una buena parte de la extrema derecha, sobre todo la que cosecha éxitos electorales en Europa, ha cambiado mucho desde la emergencia del fascismo y el nazismo en los años 20-30 del pasado siglo, y ha hecho esta transformación con mujeres al frente y en gran medida gracias a nuevos enfoques de los temas femeninos.

 El fascismo se renueva –se “feminiza” podríamos decir, si con ello queremos hablar de la visibilidad de las mujeres en los partidos– y lo hace para adaptarse a los nuevos tiempos y preocupaciones.

Además de Marine Le Pen –y su sobrina Marion Marechal–, los partidos ultras tienen muchas mujeres en primer línea. La noruega Siv Jensen encabeza el Partido del Progreso, Pia Kjærsgaard es una de las confundadoras del Partido Popular Danés y Alternativa para Alemania llevó a Frauke Petry como cabeza de lista hasta hace muy poco. 

Este partido además, en la actualidad tiene a una diputada y responsable de cuestiones económicas que es abiertamente lesbiana y feminista: Alice Weidel.   

En realidad, todas podrían encarnar valores similares a los defendidos por un tipo de feminismo, el neoliberal, que autoras como Nancy Fraser critican: meritocracia, emprendedurismo e igualdad de oportunidades. 

Mientras los partidos y organizaciones que representan estas políticas alientan medidas y valores abiertamente reaccionarios. Incluso muchas veces, apoyan medidas contra los derechos de las personas LGTBI –como el matrimonio igualitario– o los derechos reproductivos de las mujeres.

Todas ellas están contribuyendo a cambiar la imagen y el estilo de la ultraderecha europea, a hacerlo más aceptable para la mayoría o, al menos, a atraer a más mujeres, incluso a jóvenes. Sin duda, una de las claves del éxito del resurgimiento de la extrema derecha en el continente. Al menos, de una parte. Como fenómeno relativamente novedoso y en evolución, no sabemos cuál será la forma definitiva que adoptará.

Pero es un tema clave sobre el que vale la pena reflexionar porque en muchos países, aunque los ultras todavía no ganen elecciones, sí consiguen determinar la agenda de un manera clara, incluso moviendo las posiciones de otros partidos –no necesariamente de derechas– sobre temas clave para los derechos humanos y la propia definición y existencia del proyecto europeo.  (...)

Lo que diferencia a la extrema derecha actual en Europa occidental con respecto al neofascismo es un cambio de discurso donde se produce una redefinición de su ideario en términos postmodernos. 

En unas sociedades que han sido transformadas por las luchas por los derechos civiles, donde las conquistas por los derechos de la mujer son mayoritariamente aceptadas, la ultraderecha está obligada a cambiar sus postulados si quiere prosperar. 

Al igual que sus homólogos norteamericanos, su novedad proviene de que adaptan las teorías de la izquierda –sobre todo de las conquistas de los movimientos post mayo del 68– a los moldes de la extrema derecha. Esto supone copiar el esquema de pensamiento y discurso de la nueva izquierda, para adaptarlo a su marco ideológico para ser más competitivos electoralmente. 

En este sentido, la posición respecto a los temas feministas –derechos reproductivos, desigualdad laboral, etc.– en la extrema derecha europea varía según los países. En general dependen de la configuración interna de los propios partidos donde siempre se tienen que producir negociaciones con los sectores más tradicionalistas.

 Así como de la capacidad de establecer una cierta hegemonía de los feminismos existentes. Por ejemplo, en Escandinavia, la posición de la extrema derecha hacia la mujer es mucho más avanzada y cercana a un feminismo liberal, por presión política y cultural del entorno. 

En el caso de Francia, la transformación del FN se produjo tras el ascenso de Marine Le Pen que asegura haberse apartado de una línea más "tradicionalista" y católica. Hace unos años, criticaba los abortos realizados "por comodidad”, sin embargo hoy esquiva el tema. 

De hecho, ha sostenido una contienda al respecto con su sobrina Marion Marechal que representa al ala dura del partido y que es contraria al aborto. Además, Le Pen, como hemos visto, adopta el discurso de la defensa de los derechos de la mujer como pretexto de su islamofobia, lo que le funciona para conseguir voto femenino que ha aumentado considerablemente respecto al del FN original.

Es posible que una parte de la extrema derecha europea siga reivindicando la maternidad y el hogar como destinos “de la mujer” contra algunas conquistas del feminismo. Sin embargo, la nueva ultraderecha lo hace con nuevos argumentos. Por ejemplo cuando usa la propia tradición teórica o los debates dentro del feminismo como hace Alain de Benoist, uno de sus intelectuales. 

Hay un buen tipo de feminismo, que llamo feminismo identitario, que trata de promover valores femeninos y mostrar que no son inferiores a los masculinos”. Para Benoist, se tiene que afirmar la igualdad de la mujer partiendo de una desigualdad esencial. “No somos iguales pero valemos lo mismo”, dicen los jóvenes neonazis del Hogar Social de Madrid. 

Aquí usan argumentos de un feminismo esencialista de la misma manera a cómo hacen con la raza o la cultura: “somos de diferentes culturas, respetemos las diferencias” –que lleva implícito un “como somos distintos, cada uno en su país”. En este caso, los argumentos “feministas” no se utilizan para reivindicar más igualdad o más derechos, sino para dejar a cada uno en su lugar, incluso si eso significa un papel subordinado. 

Ya que somos diferentes, valoremos las cosas “de las mujeres”: la maternidad, el cuidado del hogar… o “las mujeres no tienen que asumir roles masculinos y competir con ellos”. Es decir, argumentos que en realidad maquillan su racismo y su machismo. La ultraderecha es supremacista, abomina de la igualdad.

 Los partidos de ultraderecha renovada son un fenómeno nuevo en la política europea y están basados en las nefastas consecuencias sociales del envite neoliberal que han puesto en crisis a las izquierdas europeas. Las fuerzas progresistas necesitan un nuevo modelo conceptual que les permita ofrecer respuestas a la altura. 

Estamos en un momento de transición histórica. A la derecha liberal –ahora neoliberal– le llevó 40 años reinventarse, y la nueva ultraderecha es producto de 30 años de redefinición. La izquierda parece que apenas ha empezado a actualizar sus postulados y está encontrando algunas dificultades para ello. 

Adoptar un feminismo antirracista radicalmente igualitario dirigido a todas y no solo a las que tienen posibilidades de romper “el techo de cristal” podría ser un buen comienzo. Así como incidir en las luchas materiales de las que menos oportunidades tienen, de las que están obligadas a dedicarse al cuidado y que tampoco encuentran oportunidades fuera del hogar porque ahí solo les esperan los peores trabajos. 

Porque, y aunque pueda parecer paradójico, ¿acaso no son ellas unos de los principales objetivos de los partidos ultras?"              (Nuria Alabao, CTXT, 06/12/17)

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