"Se ha celebrado recientemente en Fráncfort la Segunda
Conferencia Anual de la “Junta Europea de Riesgo Sistémico” (ESRB),
presidida por Mario Draghi, en la que he tenido ocasión de presentar una
ponencia.
Uno de los temas tratados, a bombo y platillo, ha sido cómo
abordar el serio problema de los activos improductivos en la banca
europea, que se elevan todavía a cerca de un billón de euros. Resumiré
aquí una parte de su contenido y añadiré algo de pimienta al final.
Realmente, el hecho de que se aborde ahora este
importante tema en Europa, con ímpetu renovado y al más alto nivel, es
una buena noticia.
Pero es también una mala noticia. Porque, después de
diez años de crisis y de “ardor regulatorio”, los activos improductivos
mantenidos en los balances de numerosos bancos europeos siguen
suponiendo un fuerte problema para la estabilidad financiera.
Pero la
noticia es aún peor, porque -paradójicamente - el conjunto del sistema,
sin objeción de los diferentes supervisores, declara niveles de
solvencia altamente satisfactorios. No lo entiendo. Algo falla.
Recordemos que los activos improductivos
contabilizados incluyen no sólo los créditos morosos, sino también los
bienes adjudicados por impago de deudas.
De hecho, también son improductivos los abundantes
activos dañados que no están contabilizados como tales, con frecuencia
refinanciados. Como lo son también los fondos de comercio y los activos
fiscales diferidos.
Y ¿por qué se mantienen en los balances los activos
dañados susceptibles de liquidación? Probablemente, porque no están bien
provisionados y su liquidación materializaría pérdidas no declaradas.
Y ¿por qué no están bien provisionados? Por una o
varias causas: por la opacidad de algunos gestores y algunos auditores,
porque la regulación es laxa y porque la supervisión es ineficaz. Sin
olvidar, como trasfondo, que reconocer menos resultados o incluso
arrojar pérdidas afecta a los dividendos, a los bonuses e incluso a la
permanencia de los directivos en sus cargos.
El problema es serio. No sólo por su pecado de origen
y su impacto de presente, sino porque sigue afectando continuadamente a
la futura salud de los bancos. En efecto, los activos improductivos,
como su mismo nombre indica, no producen. Pero los pasivos que los
soportan sí que originan un coste y una salida de flujos de caja. Día
tras día.
En este contexto, se tiene la impresión de que
gobiernos y reguladores pueden estar sacrificando la transparencia, para
mantener la tranquilidad del mercado, sin alterar una supuesta
estabilidad del sistema financiero y de la economía. A veces, se dice
incluso que hemos alcanzado una “beautiful normality”. Cuando la
realidad de la situación no es ni “beautiful” ni “normal”.
De hecho, la supuesta estabilidad actual es muy
vulnerable. Veamos. Las autoridades monetarias estimulan una situación
de exceso de liquidez que emborrona el sentido del riesgo. Además, con
ello se encarece artificialmente el precio de los activos y se generan
burbujas, como puede ser la de la renta fija. Por otra parte, la
desregulación que se anuncia en Estados Unidos podrá arrastrar a Europa
en el mismo sentido, por razones de competencia.
¿No nos recuerda ésto a
2007? Por añadidura, como ya he dicho, el sistema mantiene ahora en sus
balances un fuerte volumen de activos improductivos mal provisionados,
que castigan la rentabilidad. Todo ello, en un contexto de bajos tipos
de interés, que también dañan seriamente la rentabilidad. Obvio es decir
que, además, el mundo sufre una inestabilidad geopolítica en frentes
estratégicos clave, internacionales y nacionales.
Por todo ello, retrasar indefinidamente la
transparencia por miedo a sus posibles consecuencias es muy arriesgado,
porque puede acarrear peores consecuencias. E incluso propiciar una
nueva crisis.
Por lo tanto, se impone una supervisión realista y no meramente formal o de procedimientos o conductas. Una supervisión que aplique el rigor en la valoración de activos y, por
tanto, en sus exigencias de cobertura, que son las claves de una
verdadera supervisión. ¿Cómo? Detectando las pérdidas esperadas mediante
el ajuste del valor de los créditos a la capacidad de pago del deudor. Y
ajustando los activos fijos a su valor de mercado. (...)
Gradualmente, cuando aún es tiempo de aplicar medidas
correctivas sin traumas. Entonces, la valoración de los activos
improductivos de pasado y futuro será realista y propiciará su venta.
Porque mercado siempre hay. También mejorará la capacidad de crédito con
flujos de caja propios.
Para ello, es necesario que la supervisión se aplique
mediante inspecciones caso a caso. Y no sea sustituida, sino sólo
complementada, por otras herramientas que no cuantifican ni captan la
realidad, como son los modelos y las pruebas de esfuerzo sobre
hipotéticos escenarios de futuro. Mecanismos ambos basados en
información proporcionada por los bancos, que, cuando tienen problemas,
no son transparentes.
Puede argüirse que tal política podría hacer aflorar
una situación patrimonial delicada en alguna entidad. Situación a la que
los accionistas y los reguladores deberían hacer frente prontamente y
con capital real. No sustituyendo la recapitalización por la mejora de
la gobernanza o el llamado enfoque “de futuro” o “forward looking”, que
no serviría de mucho a corto plazo. Porque los supervisores bancarios
deben centrarse en el presente y actuar.
En otras palabras, pueden surgir nuevos casos de
“resolución”, al aflorar súbitamente voluminosas pérdidas. Pérdidas que
germinaron y crecieron gradualmente en el pasado, pero no fueron
desveladas por los gestores ni por los supervisores, responsables éstos
de la solvencia y estabilidad del sistema. Eso sí, la factura no la
pagará el erario público, en aplicación del principio del “bail-in”, que
evita el contagio de las crisis al fisco.
Cabe pues preguntarse si,
dada la falta de transparencia de los gestores, no corregida por los
supervisores, resulta justo que, más allá del castigo a los accionistas,
proporcional a las pérdidas, paguen la factura los acreedores,
minoristas o institucionales, que no pudieron conocer la verdadera
realidad. Por otra parte, está por ver cuál será la reacción del mercado
de la deuda computable como capital, cuando se produzcan nuevos casos
de “bail-in”, sin clara justificación. (...)
Probablemente debieran ser revisadas en Europa las
actuales normas de reparto de cargas en la resolución de bancos y el
propio mecanismo de resolución, todavía inmaduro. Entre otras cosas,
porque este mecanismo, alimentado por una regulación confusa y una
supervisión cuestionable, lleva a abordar los problemas tardíamente, y
sólo cuando aflora una iliquidez incontenible.
Concluiría estas reflexiones recordando la famosa
frase del General McArthur: “La causa de todas las derrotas puede
resumirse en dos palabras: Demasiado Tarde”. (Aristóbulo de Juan fue director general del Banco de España. El País, 19/01/18)
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