"(...) Es muy común oír entre dirigentes de
izquierda que la clase trabajadora está desapareciendo objetivamente y/o
subjetivamente, al considerarse a sí misma como clase media en lugar de
clase trabajadora.
Los datos, sin embargo, no avalan tal supuesto.
Según la encuesta más detallada de la estructura social de EEUU, The
Class Structure of the United States, realizada a principios de este
siglo XXI, hay más estadounidenses que se definen clase trabajadora que
clase media. Lo que ocurre no es que la clase trabajadora haya
desaparecido sino que, desencantada con el sistema político, se ha ido
absteniendo, con el resultado de que la mayoría de tal clase no
participa en las elecciones, con lo cual, los partidos de izquierda, en
lugar de intentar revertir esta abstención (lo cual requeriría unas
propuestas electorales más radicales) se centran en las clases medias,
compitiendo con los partidos de derecha y de centro para conseguir su
respaldo.
De ahí surge el apoyo electoral por parte de la clase
trabajadora a las ultraderechas que con su mensaje antiestablishment van
movilizando a estos sectores populares. En realidad, es muy fácil
entender lo que pasa en EEUU y en Europa, aunque raramente se explica en
los mayores medios de información y persuasión.
La adaptación del discurso de la ultraderecha al discurso que solía ser de izquierdas
Un análisis de las ultraderechas, como
el candidato y ahora Presidente Trump, muestra que ha copiado bastante
el discurso y las propuestas de las izquierdas, tales como la oposición
al libre comercio, que tenía muy poco de “libre” y mucho de apoyo a las
grandes empresas; su énfasis en una gran inversión en la infraestructura
del país (hoy muy en decaída); el rechazo a los programas sociales
dirigidos directamente a las poblaciones pobres, sustituyéndolo por
programas supuestamente universales; el fin de la confrontación con la
antigua Unión Soviética (con el acercamiento entre Trump y Putin,
deseado por ambos), entre otros, son ejemplos de ello.
Tales propuestas
se acompañan de un discurso de confrontación con el establishment
federal que se presenta como instrumentalizado por la clase corporativa.
Este discurso recuerda componentes del nacionalsocialismo (la manera
académica de definir el nazismo) que dominó en la mayoría de países
europeos en los años treinta y cuarenta del siglo XX.
Esta dimensión
supuestamente “socialista” es lo que explica que algunos sectores de la
federación de los sindicatos mayoritarios de EEUU, AFL-CIO, hayan
aplaudido algunas de las propuestas de la administración Trump, como ha
sido la de invertir en la infraestructura del país.
El discurso casi “obrerista” de Trump
contrasta, sin embargo, con la manera cómo piensa aplicar sus
propuestas, todas ellas profundamente anti-Estado federal. Es este
anti-Estado lo que constituye la mayor diferencia entre él y el nazismo,
y donde aparecen más claramente los intereses del sector especulativo
(no productivo) del capital.
Su programa de invertir en la
infraestructura del país, por ejemplo, es un enorme subsidio público a
las grandes empresas constructoras que recibirán enormes ayudas públicas
para el usufructo privado, privatizando, por ejemplo, las carreteras
públicas, que pasarán a tener sistemas de peaje de beneficio privado.
Esta inversión de un trillón de dólares (que es de un billón de dólares
en la contabilidad europea), de la que Trump habla, será financiada a
base de bonos privados, subvencionados por el Estado. Sería la
privatización más masiva que haya jamás existido en EEUU. Y un tanto
igual en cuanto a la posición universal de los servicios sanitarios (que
no existe, y que Obama no resolvió con su programa Obamacare de
financiación sanitaria).
Trump tampoco lo resolverá. En realidad, lo
empeorará, al eliminar programas para poblaciones pobres (de las cuales
la gran mayoría son blancos), sin expandir los derechos sanitarios de la
población, sumamente limitados. Trump reducirá todavía más los derechos
sociales, laborales y políticos, garantizados hoy por el gobierno
federal, desmantelando el ya muy insuficiente Estado del Bienestar
estadounidense.
Será, en muchas maneras, el nacionalismo libertario la
ideología real detrás de las políticas de Trump, que por cierto, encaja
bien con la cultura individualista que está en el centro de la cultura
popular en EEUU. Y de ahí su gran atractivo en sectores populares.
Ese
es el gran drama político que existe hoy en EEUU. Trump, como expresión
máxima del americanismo nacionalista libertario, está, mediante un
lenguaje obrerista, nacionalista, racista y machista, movilizando a sus
bases a fin de mantenerse en el poder. Y todo ello debido al abandono,
por parte de las supuestas izquierdas, de los valores de solidaridad y
justicia social que las habían caracterizado y que habían generado su
gran apoyo electoral hoy desaparecido. Así de claro."
(Artículo publicado por Vicenç Navarro en la columna “Pensamiento Crítico” en el diario PÚBLICO, 24 de enero de 2018, en www.vnavarro.org, 24/01/18)
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