"Estados Unidos se acostó ayer entre lágrimas. Más de medio
país debió de arrastrar hasta la cama el llanto generado por las bombas
lacrimógenas lanzadas por su presidente durante el discurso sobre el
Estado de la Unión.
La otra mitad, si no lloró, debería hacerlo porque
está históricamente probado que alimentar el corazón de las masas con
sensiblería barata, chovinismo y conservadurismo extremo funciona.
Donald Trump lo hizo ayer como un profesional, mezclando con pinceladas
de pura telebasura un discurso más sobrio y mejor escrito que los que
suele ofrecer y obtuvo el aplauso entusiasta de los republicanos, los
únicos que en realidad tendrían poder para sacarle de la Casa Blanca, y
que ayer ejercieron de cheerleaders, recordándonos que nos
queda Trump para rato.
En él han encontrado un patoso aunque utilísimo
paladín, –desde Reagan no conseguían una bajada de impuestos para las
empresas tan salvaje– lo cual augura un futuro oscuro para Estados
Unidos y como efecto en cadena, para el resto del planeta.
Ni siquiera George W. Bush, en aquellos infames días post
11-S, se atrevió a ofrecer un despliegue de sensiblería tan baboso como
el que ayer Donald Trump llevó hasta el Congreso. Pero si Nieves Herrero
consiguió sus récords de audiencia hurgando sin pudor en la llaga de
las niñas de Alcasser,
Trump, buen conocedor del poder de un reality,
no iba a ser menos. Varias parejas marcadas por la tragedia fueron
utilizadas por el presidente durante su discurso para cortocircuitar los
corazones de los estadounidenses y así ayudarles a procesar mejor
mensajes clave de su ‘ideario’ político (si es que tiene uno propio):
los inmigrantes matan americanos y son criminales, hay que construir un
muro para garantizar nuestra seguridad; los drogadictos son malos, se
inyectan heroína delante de sus hijos; los norcoreanos son diabólicos
porque matan estadounidenses y no son cristianos...
Sí, también habló de
otras cosas, como sus éxitos bélicos en Siria o su plan (indefinido)
para modernizar las infraestructuras o bajar el precio de los
medicamentos (tras nombrar a un exejecutivo de una farmacéutica para
negociarlos) pero los temas que sin duda marcarán su agenda son los que
subrayó con gente de carne y hueso.
Es tradición que un presidente lleva a gente ‘corriente’
al congreso estadounidense para que le ayude a apuntalar sus ideas, pero
lo de ayer tuvo momentos auténticamente Estrenos TV. Trump
colocó entre el público a dos parejas de padres (negros) cuyas hijas
fueron asesinadas por pandilleros (latinos) y las invitó a llorar
mientras subrayaba lo malos que son los inmigrantes; también llevó a los
padres de Otto Warmbier, el estudiante norteamericano que tras visitar
Corea del Norte fue arrestado por intentar robar un póster.
Lo
torturaron durante casi un año y fue devuelto a Estados Unidos
prácticamente muerto. Los rostros de los padres, desencajados por la
pérdida y el horror, funcionaron mejor que cualquier diatriba
pro-bélica.
Prepárense porque aunque los norcoreanos vayan pacíficamente
a las olimpiadas de Seúl, la presencia en el Congreso de la familia de
Otto y de un disidente norcoreano sin piernas que agitando un par de
muletas de madera le puso el rostro heroico a los que luchan contra Kim
Jong-un es un mal augurio.
Puede tener un efecto similar (e
infinitamente más peligroso) a lo que Bush hizo en 2002 tras apuntalar
en las mentes estadounidenses y del planeta las palabras “Eje del Mal”,
ese triunvirato formado por Irak, Irán y Corea del Norte.
En la América de hoy unos padres (americanos) rotos y un
mutilado son infinitamente más efectivos para vender una guerra, aunque
sea nuclear, que salvar de un dictador a los habitantes de un país
lejano (los fracasos de Afganistán e Irak están demasiado cerca).
Además, ya lo dicen los libros de historia, nada mejor que una guerra
para enterrar problemas domésticos (¿la trama rusa? ¿obstrucción de
Trump a la justicia), de los que por una vez evitó hablar (los discursos
del Estado de la Unión pasan a los libros de historia). Total, en su
mundo paralelo no existen.
la pornografía emocional barata con la que Trump
consiguió llegar a presidente se va perfeccionando y el discurso de
ayer, cargado de extras lacrimógenos (¿involuntarios?) va un paso más
allá de lo que habíamos visto hasta ahora.
La América post 11-S en la
que yo viví se tragaba absolutamente todo lo que le vendía su gobierno y
aunque había un grupo de población crítico, el segundo mandato de Bush
dejó claro que ante el miedo, la entrega ciega de la población hacia un
gobierno es total.
Hoy vemos como las mentiras informativas se han
multiplicado amparadas por la proliferación de páginas webs de origen
dudoso, periodismo perezoso, lectores poco críticos, redes sociales
insaciables de followers y un presidente que miente más que
habla y al que medio país (y gran parte del Congreso) aún jalea.
El
propio Trump arremete constantemente contra las llamadas fake news,
un concepto que él mismo ha popularizado al ser uno de sus más
prolíficos productores. Contra esas mentiras algunos de los medios que
hace una década tuvieron que disculparse por su inacción ante las
mentiras de Bush –por ejemplo The New York Times– hoy se han
quitado de encima las telarañas y vuelven a hacer periodismo con
mayúsculas, rebuscando entre la porquería que esconde la administración
Trump y peleando por desenmascararla.
Sin embargo, las armas de toda la vida, las que prescinden
del raciocinio o la verdad para vender simplemente emociones, siguen
ahí, y funcionan. Y si las condimentas con Dios, cuando gran parte de tu
país es evangelista cristiano, el triunfo está asegurado. Entre los
invitados al discurso de ayer había una pareja con bebé. Según contó
Trump, él, policía, vio en las calles de Albuquerque a una yonqui a
punto de inyectarse heroína con un bebé en brazos. Intentó frenarla y
ellá lloró.
En ese momento Dios le habló así que volvió a su casa y le
propuso a su mujer adoptar al niño. Ayer policía, esposa y bebé eran
aplaudidos y celebrados por Trump. Por supuesto de la madre real y
adicta no había rastro. Tampoco en su discurso. Total, ¿qué más da si
era yonqui? Y ése es el problema. En un país en el que el año pasado
murieron 64.000 personas por sobredosis se podrían haber contado muchas
historias, pero Trump escogió ésta, un relato que refleja perfectamente
cómo funciona y se aplica la pornografía emocional a la política.
La
construcción de una imagen de país en base a buenos y malos, el repudio
del otro, del diferente, el abandono a su suerte del más débil y la
caridad y la religión como maquillaje de la ignominia son parte de un
guión del que ayer Trump escribió uno de sus capítulos más brillantes...
y aterradores. " (Barbara Celis, CTXT, 31/01/18)
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