"Araceli Cañadas (Madrid, 1969) escucha la pregunta dibujando media
sonrisa, suspira mientras espacia su respuesta unos segundos y repite
advertencia (...) Mujer y gitana –“aunque no cante por soleá, ni tenga una melena negra
hasta el culo y las uñas así de largas”–, Cañadas estudió en la Facultad
de Filología de la Universidad de Alcalá de Henares (UAH), la misma en
la que hoy es responsable de la única asignatura de todo el sistema
universitario español dedicada a enseñar la historia y la cultura
gitana.
(...) ¿Se siente la comunidad romaní representada dentro el movimiento feminista?
No, para nada. Recomiendo mucho el comunicado que publicó el colectivo Afroféminas
los días previos a la huelga del 8M. Viene a decir lo que muchas
pensamos: nunca nos miráis a la cara, nunca contáis con nosotros, no nos
sentimos representadas.
¿Cuántas personas racializadas hay en órganos
de decisión? ¿Cuantas veces se consulta con esas personas los pasos a
dar? ¿Vosotras vais a la huelga, nos dejáis a nosotras en casa cuidando
de vuestros hijos y nos decís que colguemos un delantal en el balcón?...
Aún cala la idea de que somos personas que estamos en un estadio
inferior, que tenemos mucho que aprender, algo que en parte es verdad.
Todas sabemos que de aquí no vamos a salir a lomos de un caballo blanco,
pero tampoco a lomos de un libro de Simone de Beauvoir, ni de Silvia
Federici –autoras a las cuales, por cierto, adoro y son para mi
fundamentales–.
Hay muchas formas de entender el feminismo, y no todas
tienen que ver con el feminismo académico. Pero no se puede obviar todo
ese caudal de conocimiento, de estrategias, que las mujeres han
desarrollado, están desarrollando y desarrollarán, en cualquier
ambiente, no solo en los ambientes académicos y culturalmente
normativos.
El enemigo es muy fuerte, está muy bien preparado y muy
enfadado, porque está viendo que su discurso está perdiendo crédito. No
podemos dejar atrás a nadie, porque esa grieta que dejemos va a ser
utilizada para acabar con los avances de todas las demás. O nos salvamos
todas o no se salva ninguna, eso está muy claro.
Bajo mi punto de
vista, y con todo el respeto, creo que ese tipo de feminismo tiene que
hacerse mirar un poco sus privilegios. Es la idea de la fragilidad
blanca, una persona que se cree progresista –y que quizá lo es– a la que
cuando se le pone un espejo delante y se le muestran sus privilegios,
lo primero que hace es atacar. Hay que cuidar esas reacciones. No pasa
nada por decir: me lo voy a mirar.
¿Percibe por tanto un cierto paternalismo por parte del feminismo hegemónico?
Por su supuesto. Es esa idea, muy de privilegio blanco, de: “yo te
voy a salvar, te voy a abrir el mundo”. A lo mejor la que voy a salvarte
soy yo. Es una idea ofensiva. Duele mucho, porque el racismo burdo, el
que viene de frente, te lo esperas y ya estás acostumbrada a defenderte
de él. Pero el de baja intensidad… de ese te cuesta mucho más
recuperarte.
Si no se cuenta con nosotras para nada, cuando pretendan
hacerlo no vamos a querer participar. Somos invisibles, ignoradas. Mis
reivindicaciones o inquietudes no se ven como urgentes. Buscan
solucionar primero el “objetivo fundamental”, y luego ya veremos.
No, se
puede hacer todo a la vez, tu lucha no es más importante que la mía.
Estamos hablando de privilegio. Todo el que tenga un privilegio debe de
hacérselo mirar, yo la primera. Se piensa que se resta fuerza, que es
una estrategia machista para dividir, y no.
Las mujeres no somos
competitivas, somos colaborativas, actuamos mejor en grupo. No podemos
adoptar los modelos de conducta de los hombres, y ese sistema jerárquico
es masculino, de privilegio. Nosotras no debemos funcionar así, debemos
colaborar, porque nuestro enemigo común es muy fuerte. Olvidar eso y
plantear una división yo considero que es un error." (Entrevista a Araceli Cañadas, Carlos H. De Frutos, CTXT, 21/03/18)
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