"(...) he analizado no hace mucho tiempo (con Santiago Lago) lo que en la
actualidad aporta cada Estado al presupuesto común. Nos encontrábamos
con tres anomalías: que el resultado agregado es ridículo para una
estructura cuasi federal con moneda propia (un 1% del PIB europeo), que
lo que aporta cada Estado nada tiene que ver con su nivel de riqueza y
que no existen ingresos públicos europeos de entidad, pues casi todos
los recursos son cedidos por los Estados.
(...) la segunda anomalía. El lector puede comprobar cómo
dos países con semejante nivel de riqueza aportan un 0,9% o un 1,2%; y,
al mismo tiempo, que países por debajo del 80% de riqueza media de la UE
aportan porcentajes superiores a países que superan el 120% de riqueza
media.
Una estructura de ingresos plagada de gorrones que
aportan igual (o menos) que otros socios menos ricos. Y que sobre la
base de ese gorroneo a los fondos comunes capturan, en la unión de
mercado resultante, unos superávits comerciales multimillonarios (como
sucede con Alemania, Bélgica o los Países Bajos).
Para corregir dicho gorroneo, no se trataría tanto de
que algunos países aportasen más a unos fondos comunes que seguirían
siendo regresivos, sino de contar con ingresos propios europeos que
tuviesen un carácter progresivo (basados en figuras impositivas para las
que las bases imponibles de los países más ricos aportasen más ingresos
en relación a su PIB que en los menos ricos).
Defendíamos un tramo del Impuesto de Sociedades
gestionado a escala de la UE (con otro tramo mínimo obligado para cada
Estado y para así evitar competencia fiscal) entre otras opciones (IVA
europeo, transacciones financieras, etc).
Propuestas que no solo
garantizan un fuerte (y progresivo) impulso de los ingresos públicos
europeos (no cedidos por los Estados) sino que, al tiempo, necesitarían
de un andamiaje institucional que dificultase la actual tela de araña
intraeuropea de evasiones fiscales.
Por su parte, T. Piketty propone avanzar en una
imposición global, sobre el capital y el patrimonio, que permita
redistribuir la riqueza y las rentas que la megatécnica concentra en
cada vez menos manos, y que se sustraen de los ámbitos estatales de
recaudación.
En El capital en el siglo XXI (2014) defiende para
ello un impuesto mundial progresivo sobre el capital (por encima de un
millón de euros) que, junto a los recursos del tramo del impuesto de
sociedades europeo, podría estar asociado a una prestación por desempleo
europea o a una renta de mínimo vital contra la pobreza extrema.
Un
impuesto que, para empezar a escala europea y con tipos inferiores al
dos por ciento, en sus estimaciones arrojaría una capacidad recaudatoria
por encima del actual presupuesto europeo (con un 2% PIB de la UE).
Por ambas vías se podría afirmar que la UE contaría
por primera vez con recursos fiscales propios (hasta ahora son
básicamente cedidos por los Estados), y que dichos recursos tuviesen
carácter progresivo (frente a la arbitrariedad actual del esfuerzo
realizado por cada Estado mienbro respecto a su PIB).
Recursos que
duplicasen o triplicasen los actuales fondos cedidos, permitiendo en
consecuencia financiar políticas sociales (desempleo o pobreza) que se
enfrenten a los shocks cíclicos, y asimétricos, de los mercados.
La bola de nieve de gastos fiscales (gorroneo interno)
y de rescates de deudores privados más el pago de intereses (a
prestamistas temerarios) ha ido generando un volumen de deuda pública
galopante –y asimétrico– que, pese a ser impagable, condena a
interminables recortes de servicios públicos en países obligados a
atender a los intereses acreedores.
También coloca a esos países a los pies de los
caballos de la prima de riesgo (respecto del bono alemán como paradigma
del prestamista), y ha obligado al BCE a mutualizar por la puerta de
atrás buena parte de dichas deudas con compras masivas en los mercados
secundarios para evitar la expulsión de los mercados financieros.
Compras que para el caso español habrían alcanzado los doscientos mil millones a mediados del pasado año.
Mientras todo esto sucede en la eurozona de los
prestamistas, y mientras no pocos países tienen que destinar a pago de
intereses –para refinanciar la deuda que va venciendo y los nuevos
déficits– lo mismo que gastan en sanidad (caso de España), otros países
se permiten ingresar dinero a cuenta del que quiera comprar su deuda
(caso de Alemania). Esta es la situación en época de vacas gordas con
tipos de interés rondando el cero, imagínense ustedes que regresamos a
una fase “normal” de tipos de interés.
La eurozona de los prestamistas (como sucedía con la UE de los gorrones
en el apartado anterior, con la que en más de un caso coincide) nos
conduce bien a un abismo social al que ya se asomó Grecia, o bien a una
devaluación interna (laboral y social, en Portugal o España) que iguala
por abajo el deterioro, la precarización o los mini-jobs; presionando a
la mercantilización monetaria y exclusión social de servicios que
estaban fuera del mercado. (...)
En su conjunto, cabe decir que la disciplina exigida a
los deudores convive con la indisciplina de los prestamistas (pues
nadie los obligó a serlo, menos sin asumir riesgos y menos aún a ignorar
el mandato de inflación del BCE). Indisciplinas disculpables para unos y
disciplinas obligadas para otros.
Conclusión
Para superar una moneda que se gestiona así, es
necesario que el BCE cumpla su mandato de inflación al menos igual al
2%, que modifique sus estatutos para incorporar el empleo como un
objetivo central y que pueda comprar deuda soberana europea en el mercado primario. Para lo cual es imprescindible que el Tesoro de la zona euro tenga una dimensión triple de la actual(...)
Todo lo que precede son herejías para el ordoliberalismo extremo del Bundesbank
y para la cibernética económica que profesa su actual presidente Jens
Weidmann, del que se habla como próximo presidente del BCE (...)
Pero escapar de esa tutela no es antisistema: es justo lo que hace el
banco central de una unión como los Estados Unidos. Eso, y rendir
cuentas de sus actividades a un Parlamento soberano de la Unión. Lo que a
su vez obligaría a que el Parlamento Europeo y la Comisión no sean de
cartón. Pues a día de hoy el auténtico poder está en órganos
a-democráticos (federalismo ejecutivo se le ha llamado) como el Consejo
de la UE o el del BCE." (Albino Prada, CTXT, 06/04/18)
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