"El gobierno francés ha anunciado una ley de fiabilidad y de
confianza de la información para luchar contra las “fake news”. ¿Qué
piensa usted de ello?
Me siento muy inquieto. Lo que me
sorprende en el periodo actual, cuando se supone que vivimos la
apoteosis de la democracia liberal tras el hundimiento de los
totalitarismos, es el encogimiento de los espacios de expresión y de la
libertad de pensamiento.
La libertad, desde la Edad Media, se ha
definido en primer lugar contra la Iglesia y, luego, contra el Estado.
Decir que el Estado va a garantizar la libertad de expresión ¡es un
oxímoron histórico!
Y me siento particularmente inquieto en el caso de
Francia, en tanto que historiador, puesta que se muestra ambivalente en
su relación con la libertad: es al mismo tiempo una de las naciones que
han construido la democracia liberal, con Inglaterra y los Estados
Unidos, y el país del absolutismo de Luis XIV, de Napoleón I y Napoleón
III, de Pétain y de la ORTF [Oficina de Radiodifusión-Televisión
Francesa, el organismo radiotelevisivo público de Francia entre 1964 y
1974].
Ahora bien, estamos viviendo una desintegración de los
partidos y de la representación política. Los grupos culturales e
ideológicos antagonistas que garantizaban un pluralismo estructural de
la información (el PC, la Iglesia, el socialismo moderado, el
gaullismo…) han hecho implosión.
El pluralismo no está, por tanto,
garantizado y los medios representan cada vez más una masa indistinta.
Se trata típicamente de una clase de situación en la que puede aparecer
el Estado como máquina autónoma y colocarse por encima de la sociedad
para controlarla.
La amenaza que veo dibujarse no es la de las “fake
news” sino la del autoritarismo de Estado y su autonomización en tanto
que agente de control de la opinión. Será tanto más autoritario en el
plano de la información en la medida en que se revele impotente en el
plano económico: la sociedad está bloqueada, con una tasa de paro que
oscila en torno al 10%, y cada vez más fragmentada en grupos que se
cierran sobre si mismos (los corsos, los habitantes de Neuillly, lo
mismo que los musulmanes).
Las GAFAM [acrónimo que
engloba a las cinco grandes de la Red: Google, Apple, Facebook, Amazon y
Microsoft ], que son ahora vehículos primordiales de información, ¿no
representan también un peligro?
Que las GAFAM no paguen
los impuestos que deberían, que tengan estrategias monopolistas, sí,
desde luego. Pero no creo que estos medios de intercambio entre
individuos, por otro lado extraordinarios en lo que respecta a hacer
circular la información, sean los poderes ocultos que se nos describe.
Lo que digo, por el contrario, es que hay países en los que está
controlado el acceso a Internet, como China, un Estado semi o
post-totalitario en el que reina la policía.
Llamar la atención
sobre las GAFAM es desviar la atención del actor mayor y productor
principal de “fake news” en la Historia, que es el Estado. Como estamos
en una economía de mercado, los franceses sobreestiman el liberalismo
intrínseco de su sociedad y subestiman el poder de desinformación del
Estado.
La guerra de Irak comenzó, mira por dónde, por las “fake news”
que provenían del Estado norteamericano sobre las armas de destrucción
masiva en Irak, con Colin Powell agitando su frasquito ante el Consejo
de Seguridad de la ONU.
El Estado es que tiene el poder
financiero, la ventaja de la continuidad, el monopolio de la violencia
legítima: si es cierto que hay un productor de “fake news” es el Estado.
Y el Estado del propio país, no los estados exteriores. El principio
fundador de la democracia liberal es, en efecto, que si la colectividad
ha de garantizar la seguridad del ciudadano, el ciudadano debe estar
protegido frente a su propio Estado.
Por ende, las noticias
falsas, los delirios y los rumores mentirosos son el nunca acabar de la
vida democrática. Y la idea misma de la democracia liberal consiste en
apostar por que los hombres no son niños para siempre. Controlar la
información es infantilizar al ciudadano.
¿Qué indica una ley sobre “fake news”?
En
el fondo, este debate nos hace pensar en clases dirigentes con una gran
desesperación intelectual. Como ya no comprenden la realidad que han
creado, el comportamiento de los electorados, Trumpo, el Brexit…quieren
prohibir. No contento con disponer del monopolio de la violencia
legítima, el Estado querría garantizarse el monopolio de las “fake
news”. (Entrevista aEmmanuel Todd
, Marie Lemonnier, Fuente: L´Obs, nº 2782, del 1 al 7 de marzo, en Sin Permiso, 14/03/2018)
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