"(...) Visto en la perspectiva de clase, de izquierdas y derechas, el 
“procés” ha servido para consolidar a la derecha a costa de una enorme 
derrota de la izquierda: ha destruido a todos los partidos de izquierda 
federal en Cataluña (el PSC, ICV, EUiA y Cataluña en Comú).
La propuesta de Cataluña en comú/Podem (errática en lo político, 
aislada en lo social e indefinible en lo práctico) era, como sabemos, un
 referéndum pactado y con garantías. En realidad un artificio 
lingüístico que le permitiera pescar votos en todos los caladeros. 
Durante este tiempo las propuestas de Podemos no han sido más que 
“ocurrencias”: propuestas de negociación bilateral Generalitat/Gobierno,
 asambleas de cargos electos…. Por no concretar, jamás se explicitó 
porque en este debate no debían participar los otros inquilinos de este 
bloque de pisos llamado España.
 Los resultados en Cataluña, que tienen 
traslación a nivel nacional (las encuestas así lo pintan), dibujan una 
enorme sombra para las opciones progresistas.
Podemos y sus marcas, cada vez más auténticos reinos de Taifas, han 
perdido diferentes oportunidades electorales. 
 Creyeron que era posible 
dar el “sorpasso” al PSOE y fracasaron, imaginaron que el “procés” abría
 la posibilidad de destruir al PP, apuntando hacia un horizonte 
progresista en lo político y cosecharon una nueva derrota. 
La 
“derechona” ha salido reforzada. La penetración de Ciudadanos en los 
barrios de base popular va mucho más allá de ser un caso puntual; apunta
 hacia una derechización de esos sectores que, huérfanos de alternativas
 claras desde la izquierda, han acabado confiando en las propuestas de 
la derecha. (...)
En este período, la izquierda, huérfana de propuestas propias más 
allá de repetir los eslóganes de la derecha nacionalista (presos 
políticos, democracia de baja calidad, estado postfranquista…), ha 
tenido la virtud de situar a la izquierda en el mismo espacio ideológico
 que la derecha independentista, desorientando completamente a su base 
social que ha acabado girando hacia la derecha. 
La confusión ha sido la 
marca de la izquierda en este período. Incluso los “antaño venerables 
adalides de la izquierda” se han enredado en debates técnico/jurídicos 
sobre el derecho a la autodeterminación, como si ese fuera el problema 
catalán. Otros, han creído que era el inicio de la Revolución tantas 
veces anunciada, proclamada y pospuesta.
 Dirigentes de la izquierda 
radical andaluza han visto en el procés” una fase del proceso de 
liberación nacional, sin querer darse cuenta que ese mismo movimiento 
está imbuido de un profundo supremacismo que califica al andaluz como 
vago y ladrón.
La crisis catalana se transforma en la rueda del hámster, da vueltas 
sobre sí mismo sin solución de continuidad. Puigdemont se enroca. Su 
única posibilidad de supervivencia política es mantener la ficción de un
 gobierno en la sombra. Los poderosos medios de propaganda puestos a su 
servicio y que el estado no ha querido controlar le permiten chantajear a
 sus propios socios de gobierno en especial a ERC. 
Pero más allá de la 
refriega táctica de uno u otros actores o del posicionamiento político 
concreto, hay otra realidad mucho más inquietante. La derecha 
nacionalista ha fracasado en este primer asalto al poder. Precisa, si 
quiere la ir más lejos, profundizar la hegemonía cultural ampliando su 
base social, generando un neo-relato con vocación de discurso único. 
Para ello debe controlar de nuevo los resortes del gobierno y la 
movilización social.
 Precisa que esta movilización continúe siendo 
apolítica más allá del monotema. Sus consecuencias ya las hemos visto: 
división vertical de la sociedad catalana entre pro y anti 
independentistas; desaparición del imaginario social del conflicto de 
clase y las responsabilidades políticas de las clases dirigentes, 
enfrentamiento abierto entre los sectores populares que permite desviar 
el foco. En definitiva: el debilitamiento de las propuestas de 
izquierda.
La resolución del caso “Palau” es paradigmática de como los 
responsables políticos del saqueo salen “de rositas”. La corrupción en 
Cataluña está amortizada y la clase dirigente lo sabe. El “procés” lo 
engulle, lo perdona y lo amnistía todo. El sí al Referéndum fue el 
alzhéimer de la sociedad catalana.
A la errática posición de la izquierda, perdida entre su propia 
retórica grandilocuente, se antepone a la visión de la derechona que 
entendió que era necesario reconducir la ira popular que, tras los 
sucesos del 11 de septiembre del 2011, había provocado una crisis de 
gobernabilidad y ponía en evidencia las fórmulas de dominación de las 
clases dirigentes.
La crisis catalana, que es una crisis del Estado y de la izquierda, 
es por tanto consecuencia directa de la depresión económica y la 
resistencia social sin que existiera un proceso de politización de las 
protestas. Podemos no quiso o no supo cubrir ese espacio aunque bloqueó 
las posibilidades de una nueva organización de fuerzas alternativas en 
Catalunya. 
La aparición de Podemos en 2014 acentuó la crisis final y la 
desaparición de la izquierda clásica. La falta de un análisis de clase 
en esta organización, en su origen avalado por el peso de las teorías de
 Negri o Laclau, ha provocado la invisibilización de las propuestas de 
la izquierda. Los principios sobre los que se construyó una visión 
integradora y progresista en la lucha contra el franquismo han sido 
ignorados y olvidados.
Las fuerzas nacionalistas han sabido utilizar los déficits de la 
cultura democrática de la derecha española para convertirse en mártires y
 apóstoles de la libertad. Así han conseguido que se identificara el 
Referéndum con la democracia. Aquel que haya cuestionado el referéndum, 
aun siendo poseedor de una nítida trayectoria de izquierda, es tildado 
de fascista o aliado del PP.
 Lo vimos cuando importantes sectores de la 
izquierda tildaron a Paco Frutos de fascista, mientras entonaban el 
panegírico en favor de los “presos” (algunos de los cuales implicados 
hasta el corvejón en el expolio que ha sufrido el país). De esta forma 
el nacionalismo ha sido capaz de ahondar la fractura social que ahora se
 extiende no sólo hacia los españoles, sino hacia los otros catalanes 
que no opinan como ellos. (...)
La izquierda, y es bien patético, teoriza que el desgaste del PP en 
esta refriega es objetivo tan valioso en sí mismo que puede justificar 
el apoyo indirecto a la derecha nacionalista. La izquierda nunca puede 
apoyar una división vertical de una sociedad. 
La división implica la 
fractura social entre los trabajadores y dificulta la creación de 
espacios de creación colectiva entorno a objetivos comunes. El 
nacionalismo conservador crea en su lugar espacios cerrados, sin 
conexión social, ligados únicamente a la identidad nacional.
En el ciclo político abierto vemos como la ausencia de propuestas 
alternativas y creíbles por parte de la izquierda, que no sean el uso de
 la institución, genera a su vez la desaparición de espacios de 
sociabilidad. El miedo a la crisis y al empobrecimiento vital se 
transforma en manos de la derecha en la conciencia de una ilusoria 
soberanía de los pueblos frente a enemigos comunes (siempre el más 
cercano) o imaginarios.
El nacionalismo catalán ha sido capaz de ganar y articular hegemonía.
 Ha sabido aprovechar la movilización para sus propios fines. Su 
objetivo, y en ello coincide con la derecha española, es romper el 
compromiso constitucional. Las dos ofensivas se relacionan, se 
complementan. 
Una ofensiva no se entiende sin la otra. Se produce un 
reparto de papeles, donde la nueva legitimidad conseguida la 
proporcionan también las fuerzas situadas en la periferia del poder 
central: el PSOE, por la izquierda, la la CUP y Cataluña en Común, por 
el lado nacionalista. Como ya estamos viendo, se acentuará aún más.  (...)
 La respuesta procesal que ha dado el gobierno de Rajoy a la crisis 
catalana no ha sido por falta de alternativas, por ceguera o ineptitud 
política. Se ha buscado, se ha perseguido este choque de trenes. Se ha 
evitado ofrecer a los grupos sociales un objetivo básico y común; la 
recuperación de la soberanía nacional. Se ha optado por la respuesta más
 radical la que iba a dividir a los sectores populares.
No es una propuesta insensata puesto que el objetivo de ruptura 
social ha sido el objetivo del nacionalismo español y el catalán. Se ha 
pretendido que las ideas de una parte (minoritaria según el resultado 
electoral) representen a un todo. Para conseguirlo el nacionalismo 
necesita construir un relato trágico, de víctimas, de héroes y 
excepcionalidad histórica. Alimentada con altas dosis de esencialismo. 
Evidentemente un compromiso por el autogobierno habría descartado este 
escenario. El nacionalismo español y el catalán se hayan más cómodos en 
un marco de ruptura y de división."                   (Eduardo Luque Guerrero, Crónica Popular, 09/03/18)
1 comentario:
Buenos días,
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