19.6.18

Si el poder público y la política parecen inútiles para hacer frente a esta acracia económica (el conflicto entre el taxi y Uber), entonces lo que se pide es un poder duro que restaure un cierto equilibrio entre las partes

"(...)  Quien conduce es un hombre que ha pasado la cincuentena, camisa blanca, pelo escaso bien cortado. Tras hablar sobre el tiempo, que se debate entre el bochorno y la tormenta, le pregunto qué tal llevan lo de Uber. 

En Córdoba, me responde, de momento no hay demasiados, total aquí no hay negocio, tampoco para eso. No entiendo para qué sirven los gobiernos, me dice mientras toma una rotonda, si a la hora de proteger un sector nos dejan en la estacada.
 
Me parece más útil escuchar que hacer alguna apostilla a sus reflexiones, que luego se dirigen hacia la corrupción, hacia la supuesta recuperación que no se nota en la calle y a que él ya no sabe ni hacia dónde tirar. 

Mira, me dice girándose en un semáforo en rojo, yo de joven era de los que no podía ni ver a Franco y ahora te reconozco que casi he acabado por echarle de menos. Sinceramente, no me sorprende la conclusión, no por su profesión o su edad, sino porque no es la primera vez que lo escucho en estos últimos años en boca de alguien que no parece un ultraderechista.

Llegamos al destino, a un recinto ferial en el que se divisan unas carpas y un escenario coronados por banderas rojas, la fiesta del Partido Comunista de Andalucía, donde me han invitado a una mesa de debate. Veo que el hombre parece incómodo. Mientras que le pago casi me pide disculpas, parece algo avergonzado por sus palabras.

Nos despedimos. Nos deseamos una buena jornada. Supongo que a él le quedarán unas cuántas horas frente al volante. Yo no me quito la conversación de la cabeza en todo el día, mientras que hablo con conocidos y desconocidos, esencialmente, de lo mismo que he hablado con el taxista en un breve cuarto de hora.

 Creo que resume los problemas capitales a los que la izquierda se enfrenta, no ya para ganar unas elecciones, sino para continuar siendo un referente político en el siglo XXI, para frenar la deriva autoritaria de nuestras sociedades.

El primero de ellos es lo que el taxista identifica con la máxima de que el Gobierno no vale para nada, es decir, que los poderes públicos lejos de velar por el bienestar de la mayoría son un aparato inútil. 

Esto, que es una descripción genérica y por tanto injusta respecto al trabajo de muchos servidores públicos, es sin embargo un buen cuadro de lo que, en último término, representa el Estado bajo el capitalismo, una maquinaria orientada al mantenimiento de su orden social. Es decir, los gobiernos si valen, sí son útiles pero solo para los intereses de unos pocos.  (...)

Así, un problema esencialmente de desregulación de un sector, en este caso el del taxi, en quien acaba recayendo no es en los poderes privados que lo fomentan, sino en el poder público, ausente por incomparecencia obligada. Lo neoliberal descuartiza pero siempre evita que le salpique la sangre.
 
La política de izquierda que podría enfrentar este conflicto, dando una alternativa beneficiosa para la mayoría y no solo para los accionistas de empresas con sede fuera del territorio nacional, no es percibida como una herramienta, sino como un foco de problemas por asociación con la política neoliberal, la única tolerada y promocionada desde los resortes de mediación cultural. 

Si el poder público y la política parecen inútiles para hacer frente a esta acracia económica, entonces lo que se interpreta como necesario es un poder duro que restaure un cierto equilibrio entre las partes. La ecuación, de resultado poco deseable, es contemplada por cada vez más personas como necesaria, aún situándose estos individuos, de inicio, fuera de los círculos habituales del autoritarismo.  (...)

Si la izquierda quiere volver a ser un actor de peso debería empezar por arrojar luz sobre las relaciones entre los problemas y sus responsables, como el detective que resuelve el asesinato para regocijo de los lectores. Buscar la manera de que lo público y lo político no solo sean percibidos como útiles por la mayoría, sino como propios. 

No como lo que sobra y es sacrificable, sino como la herramienta indispensable. Hacer notar que mientras que el asesino siga suelto por nuestras páginas nadie estará a salvo la próxima vez que se vaya la luz y suene el trueno.

Vivimos en un desguace incoherente sobre un mapa troceado donde al ciudadano medio le resulta complicado establecer algún tipo de relación entre hechos y responsables. No se puede pretender estar solo en la defensa de las ruinas de lo conseguido hace décadas, que la fuerza sea a la contra, únicamente en la protesta y la indignación. No se puede estar solo esperando que la corrupción, de tan evidente, acabe regalando un escándalo mayúsculo –otro más–.  (...)

Y para eso hubiera sido una gran idea que alguna de las instituciones que se conquistaron mediante la movilización popular en 2015 hubiera dado un golpe en la mesa para al descubierto estas relaciones. (...)"                 (Daniel Bernabé, La Marea, 25/04/18)

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