"I- Sobre el contexto
Con 500 millones de habitantes y representando el 25% 
del PIB global, la Unión Europea no puede ser abordada como si se 
tratara de un país, sino que debe serlo como lo que es: una parte del 
mundo. Así que para abordar su crisis hay que situarla primero en el 
momento general del mundo. 
Ese “momento mundial” contiene dos tendencias
 muy relacionadas; 
- El paso a la multipolaridad que ahora vivimos, lleno de tensiones bélicas, y
- Las enmiendas a la globalización actualmente en curso.
Sobre lo primero, venimos de una realidad bipolar, la 
de la guerra fría, inquietante pero relativamente estable. Hemos pasado 
por el desastroso intermedio del ensayo de una hegemonía en solitario de
 Estados Unidos (desde Afganistán a Libia, pasando por Iraq) y nos 
dirigimos hacia una situación de multipolaridad, a un mundo con diversos
 centros de poder.
Este cambio en la correlación de fuerzas afecta a la 
globalización, tal como ha sido entendida en los últimos 30 años, y así 
entramos en lo segundo. 
La globalización del libre cambio va bien cuando se es
 el más fuerte. Por eso durante mucho tiempo ese concepto fue una 
especie de seudónimo del dominio mundial de Estados Unidos. Ahora el 
marco ha cambiado. 
Algunos emergentes (China es el caso más flagrante) 
han realizado la proeza de fortalecerse jugando hábilmente en esa 
globalización que era el terreno de juego creado por Occidente contra el
 mundo en desarrollo (un “occidente” entendido como “la tríada” de Samir
 Amin; Estados Unidos+EU+Japón). 
Además, aunque ese Occidente siga 
siendo el más fuerte en todos los terrenos (económico, militar, 
industria cultural, mediático…) ya no es lo que era: cuando se diseñaron
 las actuales instituciones, la economía de EEUU representaba el 40% del
 PIB mundial y chinos e indios no pesaban casi nada en el mundo. Ahora 
la economía de Estados Unidos representa el 15%. No es lo mismo. 
Por eso, tanto los EE.UU de Trump como el brexit (los anglosajones) y la
 Europa del Este están acometiendo una enmienda a la globalización tal 
como se entendía, un regreso al énfasis en la soberanía nacional y el 
proteccionismo: a una globalización atenta a los intereses nacionales (pro-trade nationalism).
 Hay que decir que China se metió en la globalización ya desde esa 
enmienda, por lo que hay que considerarla como la verdadera anticipadora
 de esa mudanza. (...)
La pregunta que se presenta es la de si esta 
reconfiguración, a la vez geopolítica y económica, desembocará en un 
nuevo consenso multilateralista-multipolar, en el que los diversos 
actores mundiales, tradicionales y emergentes, alcanzarán nuevas normas y
 acuerdos de coexistencia consensuados, o si por el contrario nos 
dirigimos hacia una dinámica bélica de imperios combatientes. 
Este me parece que es el contexto que define y sitúa la crisis de la Unión Europea: 
- -su no participación en el tránsito a la multipolaridad como sujeto autónomo y
- -su mala posición para las enmiendas a la globalización actualmente en curso.
El segundo punto necesita más detenimiento porque es el que explica mejor la actual espiral desintegradora de la UE.
II. Espiral desintegradora
En su última encarnación, entre 1990 y 2000, la Europa alemana de Maastrich (1992: euro, BCE, primacía del derecho europeo sobre el nacional) fue la locomotora de la globalización neoliberal.
Representaba la organización supranacional más integrada del mundo. Su diseño fue muy rígido, a la medida del interés nacional de Alemania, de su estrategia exportadora y de su demografía menguante de ancianos rentistas con fondos de pensiones colocados en las burbujas bancarias. Eso explica muchas de las enormes dificultades actuales de la UE, tanto hacia fuera como hacia adentro. (...)
Se impone un cambio. Cierta deconstrucción, pero la UE se parece a un vehículo obligado a retroceder para reubicarse pero que carece de marcha atrás. Comparado con cualquiera de los otros actores (EE.UU, China, etc) ese vehículo parece muy mal dotado para las enmiendas a la globalización. (...)
Cada movimiento que se efectúa para adaptarse a la realidad, cerrando fronteras ante la emigración exterior o restringiendo movimientos y posibilidades laborales en su interior, genera disconformidades y tensiones soberanistas desintegradoras de distinto signo en los estados-nación. (...)
Además la “idea europea” sufre cierta muerte espiritual. Después de haber sido atracados en nombre de Europa (rescate bancos, conversión de deuda privada en deuda pública, drásticos recortes en el estado social…) y después de constatar que no hay soberanía en decisiones fundamentales, muchos europeos, incluso los que recibimos fondos de cohesión, miran a la UE con otros ojos.
Donde antes se veían ventajas y progresos, ahora se abren paso desventajas y retrocesos. Eso tiene diversas manifestaciones, en el Norte, en el Sur, en el Este y en el Oeste, pero se produce un poco por todas partes; referéndums, “populismos”, avances de la extrema derecha y -más débiles- nuevos altermundismos y eurocriticismos de izquierda. (...)
Para impedir, para salir al paso de todo eso, habría que corregir, cuestionar y cambiar las normas de funcionamiento de esta UE neoliberal, que provocan todos esos descontentos, esas involuciones sociales y esos referéndums de contestación
(...) la Unión Europea está estancada: no está siendo un factor de la reconfiguración en curso. No está participando como actor autónomo en ese parto de la multipolaridad que antes describíamos. Geopolíticamente va a remolque y el gran vector que apunta sugiere que más bien se dirige y contribuye a un escenario de los imperios combatientes: la “Europa de la defensa”, con mayor gasto militar (ver las últimas cifras del SIPRI) y protagonismo intervencionista para garantizar el “acceso” a recursos disputados y vías comerciales amenazadas…
Tampoco está creando enmiendas a la globalización 
desde sus instituciones. Esas enmiendas ocurren desordenada y 
unilateralmente en los estados nacionales; Polonia no acepta esto, 
Hungría aquello, Alemania decide en solitario abrirse a los emigrantes y
 luego decide cerrar sus puertas, los británicos votan irse, los 
franceses murmuran, los italianos, los catalanes…Y todo eso crea 
conflictos y tensiones de signo desintegrador que configuran un panorama de cinco brechas que sugiere una balcanización disgregadora: 
III) Cinco brechas
1-La brecha del eje franco-alemán (intereses 
nacionales divergentes han acabado con tal eje. Hay una sumisión de 
Francia a Alemania a costa de sus intereses nacionales. 
El Presidente 
Macron, última esperanza, propone más inversión pública, más 
flexibilidad, presupuesto común y ministro de finanzas común, parlamento
 de la zona euro…cosas que Alemania no está dispuesta a conceder, y 
ahora menos todavía con un Bundestag lleno de ultraderechistas. Y ese 
fracaso era la compensación ofrecida a los franceses a cambio de 
destruir su estado social y sus servicios públicos -entre los mejores 
del continente- en línea con las exigencias de la política 
germano-europea.
2-La brecha Norte/Sur entre los Pigs y países beneficiarios del euro 
3-La del brexit. Aquí hay que decir que el propósito de Bruselas de que la salida británica salga ejemplarmente mal (...)
4-La Este/oeste (Visegrad, desencanto, nueva dependencia a 25 años de la emancipación de la tutela soviética del antiguo bloque).
5-La brecha regional: No solo Escocia o 
Catalunya, sino también y sobre todo multitud de tensiones nacionales y 
regionales en los Balcanes y en Europa Central/Oriental (...)
La suma de estas cinco brechas producto del 
estancamiento es una crisis fenomenal ¿Es reconducible o es 
irreversible? Les adelanto que no voy a responder a la cuestión que da 
título a este artículo, por simple humildad, pero sí diré que, 
subjetivamente, a mí me parece irreversible. 
Quizá por haber ya 
presenciado algo impensable: la disolución de un superestado como era la
 URSS. Claro que las circunstancias y contextos eran diferentes, pero la
 impresión en el espectador queda ahí…No lo puedo evitar.
Por otro lado, pienso que el vacío no existe. Con la 
UE estancada, otras fórmulas europeas ocuparían su lugar, nuevas 
asociaciones, etc. Por ahí veo un vector reconducible. 
No creo en un 
escenario de disolución, un 8 de diciembre de 1991 en Bruselas (el
 día en que tres presidentes de repúblicas soviéticas declararon 
disuelta la URSS, no me imagino algo así con Alemania, Francia e Italia,
 por ejemplo), porque la necesidad de organizar vínculos entre los estados europeos permanecerá de una u otra forma.
Lo más probable parece una especie de regreso al consenso entre estados en detrimento de lo supranacional.
 Así lo sugiere el fracaso manifiesto de Macron con sus propósitos 
federalizantes (presupuesto europeo significativo, ministro de finanzas 
común, listas transnacionales en el parlamento europeo, etc.) que 
Alemania no piensa aceptar. Ahí está el manifiesto del 8 de marzo de 
ocho estados del norte –Dinamarca, Holanda, Suecia, Finlandia, Irlanda, 
Estonia, Lituania y Letonia– contra cualquier reforma del euro sobre 
bases supranacionales: “La toma de decisiones debe mantenerse firmemente
 en las manos de los estados miembros”, señala el manifiesto que 
Alemania ha bendecido... 
Pero en cualquier caso, la actual inoperancia de la UE
 la aparta de los grandes vectores de nuestro tiempo y recuerda a la de 
un muerto viviente. Eso me hace pensar en el precedente de la Sociedad 
de Naciones (1918-1946). 
La Sociedad de Naciones fue inoperante para los retos 
de su tiempo; para Abisinia, Libia, la China invadida por Japón, para 
los sudetes y el Anschluss de Hitler, para la enormidad de la II Guerra 
Mundial… y cuando se disolvió, en 1946, nadie la echó a faltar porque 
era un cadáver. Pero, claro, aquel cadáver dio lugar a otro sujeto: la 
ONU. Esta es la analogía que se me ocurre con la UE que hoy tenemos y 
que vemos apagarse mientras va perdiendo los trenes del tiempo 
mundial... "                   (Rafael Poch, CTXT, 09/05/18)
 
 
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