El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, en su escaño, escucha la
intervención del secretario de Organización del PSOE, José Luis Ábalos,
en el debate de la moción de censura. REUTERS/Sergio Perez
"El jueves pasado, hasta minutos antes de que la Audiencia Nacional hiciese pública la sentencia del caso Gürtel, Mariano Rajoy
se las veía felicísimas. Con los presupuestos recién aprobados tenía en
el bote dos años más de poltrona, hasta bien entrado 2020, tiempo más
que suficiente para retomar la iniciativa política y acabar con
Ciudadanos.
Dos años es mucho tiempo, y al laminado integral de los
naranjitos se apuntarían encantados tanto los socialistas como Podemos
y, por descontado, los nacionalistas. El futuro, una vez más, sonreía al
insumergible Mariano, que lleva cuarenta años en política y que, como
un leño arrojado en los rápidos de un río, se menea pero no se hunde.
En
esas estaba cuando pasó lo que todos ya sabemos. Un rosario de penas
ejemplares con balazo directo al partido. Aquello dinamitaba el plan
bienal de amarrarse al poder mientras ingeniaba el modo de seguir en él
otros cuatro años tras las elecciones de 2020.
Porque Rajoy, como otro gallego ilustre que gobernó entre 1939 y 1975,
es de los que creen que él nació para mandar y que sólo la parca puede
retirarle.
El ensueño rajoyano se vino abajo en 24 horas, la
legislatura saltó por los aires y Rajoy ha empezado a atisbarlo a cámara
lenta, como todo en él. Por de pronto, no ha reconocido la gravedad de
los hechos (ni lo hará), ni ha mostrado la más mínima intención de pedir
disculpas por la parte que le toca como presidente del PP
desde hace más de una década. Está convencido de que esto no va con él a
pesar de que el caso Gürtel le salpica personal y políticamente.
¿O acaso no mantenía una fluida relación privada y profesional con Luis Bárcenas? Fue él quien le ascendió y le hizo tesorero jefe del partido. Con otros también mantuvo gran sintonía en el pasado. Con Eduardo Zaplana,
por ejemplo, que acaba de ingresar en prisión acusado de blanquear unos
dineros que presumiblemente vendrían del cobro de comisiones ilegales
cuando presidía la Generalidad valenciana.
O con Rodrigo Rato,
con quien compartió gabinete y muchas horas, pero que luego expulsó del
partido con deshonor y pena de telediario. Ni siquiera se dignó a
decírselo en persona. Envió a un sicario. Más o menos lo mismo que hizo
hace sólo un mes con Cristina Cifuentes. Este hombre es así. Como capo de los Gambino hubiera dejado a John Gotti, conocido como Don Teflón porque todo le resbalaba, de mero aprendiz.
Pero,
a pesar de que, como buen cacique que es, vive para la intriga y la
puñalada, no estaba preparado para la que le tenía reservada el simple
de Pedro Sánchez. El viernes pasado sintió
la punzada de que, a poco que el diablo se ponga a enredar, le van a
desalojar del poder antes de lo que creía. No contaba con una moción de censura que, aunque constituye una torpeza inmensa para su promotor, cambia de golpe el tiempo político.
Digo
torpeza porque para Sánchez es una catástrofe segura. Si la gana y se
convierte en presidente de Gobierno lo hará con el apoyo de Podemos y
los nacionalistas. Pero no podrá pasar mucho tiempo en La Moncloa.
Tendrá que convocar elecciones y ahí el batacazo será brutal. Si la
pierde habrá hecho el ridículo más espantoso. Un ridículo del que se
aprovechará Albert Rivera, que en principio se conforma con un adelanto electoral sin más. (...)" (Fernando Díaz-Villanueva, Vox Populi, 30/05/18)
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