"Confieso que en una cosa estoy de acuerdo con Salvini: hay que cerrar la
vía libia. Basta de tragedias en el mar, basta de dar dinero a las
mafias libias del contrabando. Yo también sueño con un Mediterráneo sin
desembarcos. La cuestión es cómo lograrlo.
Y sobre esto, como llevo diez
años investigando el asunto, me voy a permitir darle un consejo al
ministro, ya que me parece que está repitiendo los mismos errores de sus
predecesores. (...)
Europa, que lleva décadas importando mano de obra a bajo coste en
gran cantidad, estos años ha firmado acuerdos de libre circulación con
decenas de países extraeuropeos, que resulta que son los países de donde
proceden la mayor parte de nuestros trabajadores emigrantes: Rumanía,
Albania, Ucrania, Polonia, los Balcanes, toda Sudamérica.
En cambio, esa
misma Europa sigue prohibiendo a los trabajadores africanos la
posibilidad de emigrar legalmente en su territorio. Dicho de otro modo,
las embajadas europeas en África han dejado de conceder visados, o bien
han hecho imposible obtener uno.
Hemos llegado al extremo de que
el último y único camino factible para emigrar de África a Europa pasa
por el contrabando libio. Las mafias libias se han hecho hoy por hoy con
el monopolio de la movilidad sur-norte en el Mediterráneo central.
Consiguen mover hasta a cien mil pasajeros por año con una facturación
de millones de dólares, aunque también con miles de muertos.
Y,
sin embargo, no siempre fue eso lo que ocurrió. ¿En serio que nos hemos
olvidado de que no había desembarcos antes de los años noventa? ¿Se han
preguntado por qué? ¿Se han preguntado por qué en 2018 en lugar de
comprarse un billete de avión una familia debe pagar el precio de su
propia muerte en una barca destartalada en medio del mar?
El motivo es
bien sencillo: hasta los noventa resultaba bastante fácil conseguir un
visado en las embajadas europeas en África. Luego, a medida que Europa
fue dejando de conceder visados, las mafias consiguieron hacerse con el
negocio. (...)
Que no mande a nuestros servicios secretos a Libia con las maletas
llenas de dinero contante para pagar a las mafias del contrabando para
que cambien de oficio o hagan de perros de guardia. Que no construya más
cárceles en la otra orilla con el dinero de los contribuyentes
italianos, puesto que es nuestro dinero y no queremos dárselo ni a las
mafias ni a las policías de países como Libia o Turquía.
Nosotros
habíamos pagado los impuestos para financiar nuestro bienestar. Para
abrir guarderías que no hay. Para construir viviendas sociales que no
hay. Para financiar la escuela y la sanidad que están desmantelando.
Para crear trabajo. De hacerse eso, sí que dejaríamos de hacernos la
guerra entre pobres, sí que tendríamos un objetivo común por el que
luchar.
Porque también ese es otro embuste: que no hay dinero para los
servicios. Vaya si lo hay, pero ¿cómo se gasta? ¿Cuántos miles de
millones hemos pagado a escondidas a las milicias libias cómplices de
las mafias del contrabando en los últimos años? ¿Cuántas guarderías se
podían abrir con ese dinero?
Que no pierda tiempo Salvini. Que
deje desembarcar a los seiscientos náufragos del Aquarius en vez de
tomársela con las ONG; que llame al Ministerio de Asuntos Exteriores
italiano y que reescriban de inmediato los reglamentos para la
expedición de visados en los países africanos.
Que introduzca el visado
por búsqueda de trabajo, el mecanismo del patrocinador, la reunificación
familiar. Y ya de paso que vaya a negociar a Europa para que sean
visados válidos para circular por toda la zona UE y buscar empleo en
toda la UE, en lugar de agravar un sistema de acogida que hace agua por
todos lados.
Yo sigo sin entender por qué un veinteañero de Lagos
o Bamako debe gastar cinco mil euros para cruzar el desierto y el mar o
sufrir en Libia una detención, torturas, su propia venta; por qué debe
ver morir a sus compañeros de viaje y por qué debe llegar a Italia al
cabo de un año, traumatizado y arruinado cuando con un visado en el
pasaporte se hubiera podido comprar un billete de avión de quinientos
euros y gastarse el resto de su dinero en alquilarse una habitación y
buscar un trabajo.
Igual que hicieron cinco millones de trabajadores
inmigrantes en Italia, que –nótese bien– ni pasaron por los desembarcos
ni por la acogida. Llegaron de Rumanía, Albania, China, Marruecos, se
remangaron y empezaron a trabajar. Igual que hicieron cinco millones de
italianos, entre los cuales me incluyo, que emigraron estas últimas
décadas. Igual que quisieran hacer los cien mil que se encuentran
aparcados en el limbo de la acogida. (...)
Que Salvini les dé un permiso de residencia por motivos humanitarios y
un título de viaje con el que puedan salir de ese limbo de la acogida
para así poder firmar un contrato de trabajo, ya sea en Italia o
Alemania. Y también para dar sentido a proyectos que no han tenido
seguimiento hasta ahora.
Porque la integración la hace el trabajo. Y si
el trabajo está en Alemania, Dinamarca o Noruega carece de sentido
forzar a las personas a estar dentro de un mapa por motivos
burocráticos. Porque no podemos permitirnos tener ciudadanos de primera y
segunda división. Y miren que nos lo debemos, antes de nada, a nosotros
mismos.
Porque quienquiera que tenga hijos sabe que crecerán en
una sociedad cosmopolita. Ya ahora sus mejores amigos en las guarderías
son árabes, chinos, africanos. (...)
Después de todo, ¿somos o no una generación a la que el mercado le
robó el mercado y la dignidad? ¿Somos o no una generación que retomó el
camino de la emigración? Así es que basta de guerras entre pobres. Basta
de políticas duras con los débiles y débiles con los poderosos.
Legalicen
la emigración África-Europa, concedan visados válidos para buscar
trabajo en toda Europa, arranquen a las mafias libias el monopolio de la
movilidad sur-norte y hagamos que el Mediterráneo vuelva a ser un mar
de paz en lugar de una fosa común. ¿O es que treinta mil muertos todavía
no son suficientes?" (Gabriele del Grande es el fundador de Fortress Europe, Ctxt, 13/06/18)
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