"En 2012 o 2013, las encuestas reflejaban que el sentido
común de la gente hacía responsables al PP y al PSOE de lo que estaba
pasando. Quizá no de una crisis que se sabía era internacional, o de las
medidas europeas sobre las que teníamos pocas posibilidades de escapar,
acosados como estábamos por “los mercados”.
Pero sí del estado de
desconfianza general, del asco que nos producía la corrupción cada vez
más claramente vinculada como una segunda piel a los aparatos de los
grandes partidos gobernantes, de su falta de empatía con las personas
que más sufrían… Y eso fue lo que daba alas a quienes, fuera de las
coordenadas en donde dominaban los hasta entonces grandes partidos,
ofrecían algo nuevo.
Puesto que los votantes de izquierdas suelen ser menos
fieles (porque sean más exigentes con sus representantes, porque
respondan a principios morales más firmes o, quién sabe, porque son más
inflexibles o intransigentes y estén menos dispuestos a admitir que sus
líderes se salgan de la línea que consideran adecuada), la desafección
hacia el PSOE e Izquierda Unida fue casi inmediata.
Y, a poco que las
calles se pusieron en tensión y un personaje de por entonces notable
presencia mediática como Pablo Iglesias dio un paso adelante, el PSOE
entró en barrena e Izquierda Unida (que nunca se enteró de lo que estaba
pasando a su alrededor) resultó incapaz de recoger sus despojos. Las
encuestas y las elecciones europeas pusieron en órbita a un Podemos que
se convirtió en la primera “nueva” referencia de la política española.
El desafecto al PP era paralelo, aunque menos acelerado y
más suave porque el gobierno, se diga lo que se diga, siempre desgasta
mucho menos que la oposición cuando se está en caída libre.
Y también
porque la buena coyuntura económica y el hacer lo contrario de lo que
decía que había que hacer para salir de la crisis, permitió al PP
liderar los primeros síntomas de recuperación y anotarse el éxito que
objetivamente significaba salir de los momentos tan malos que habíamos
pasado.
Pero era evidente que el desafecto electoral era irremediable y
que iría a más a poco que se tirase de la manta o se fuese informando de
la corrupción, y de ahí que se reclamara crear cuanto antes “un Podemos
de derechas”.
Ciudadanos recogió el testigo y enseguida empezó a auparse en las
encuestas, aunque es verdad que con menos fuerza que Podemos: habían
nacido los partidos a los que la sociedad llamaba para que se
convirtieran en nuevos pilares del entramado institucional de España.
Pero sus torpezas de discurso y errores estratégicos no tardaron en
llegar.
Podemos fue el primero en equivocarse. (...)
A Podemos le ha perdido su algarabía y divisiones internas, la
prepotencia, su antipática relación con quienes no le son estrechamente
fieles, el ingenuo error de creer que una de las instituciones más
antiguas de España, el PSOE, se podía derribar con tiros de salva
verbales; el desconocimiento de las formas más elementales, no ya de
hacer política, sino de plantear, negociar y resolver problemas en una
sociedad compleja y diversa como la española de nuestros días (¡aquella
foto de Iglesias con “sus ministros”!); y, sobre todo, el de la forma de
pensar y de ser de los españoles (que Pablo Iglesias dijera que no
podía imaginar el debate que generó la compra de su nueva vivienda es
buena prueba de ello).
Ciudadanos se equivocó también cuando se introdujo en la
escena nacional con un doble lastre que terminaría siendo demasiado
pesado. Uno, el de no despegarse de la estela del PP, como hubiera sido
obligado en un partido sinceramente regenerador.
De hecho, se convirtió
en su muletilla y su único triunfo electoral se ha producido cuando lo
ha combatido. Y otro, disimular su auténtico proyecto por la vía de
hacerse pasar por un simple partido gran-nacional, tan exageradamente,
que ha rozado la caricatura y en folklorismo más primario y ridículo.
El partido de Rivera se sentó a ver pasar el cadáver de su
enemigo cuando lo que en realidad estaba en juego era quién era capaz
de poner al PP fuera del cuadrilátero. Resulta a posteriori
impresionante que los dirigentes de Ciudadanos creyeran que podrían
tener una baza victoriosa en el combate contra el PP uniendo su destino a
él y sin mostrar claramente que su nuevo partido formaba parte de la
nueva energía que debería regenerar España.
Tanto como el comprobar que
en Cataluña ganaran las elecciones y no hayan sido capaces de generar no
ya alternativa sino resistencia real alguna frente a lo que allí está
pasando.
Pero cuando, a mi juicio, ambos partidos cometieron el
gran error que anuló a Podemos como alternativa al esquema
político-institucional de la Transición y que ha impedido que Ciudadanos
se configure como tal a la hora de la verdad fue después de las
elecciones de 2015 y 2016.
Era evidente que ninguno de los dos podía encabezar la
alternativa en aquellos momentos. Lo era también que no se trataba de
que hubieran forjado una alianza entre ellos, que hubiera sido tan
incomprensible, como no viable, además de innecesaria.
Pero su gran
error estratégico fue no haber impulsado un vector de fuerza capaz de
desplazar del gobierno al Partido Popular para comenzar una nueva etapa,
un objetivo al que implícita pero muy claramente apuntaban los
resultados electorales.
Es verdad que una acción de ese tipo (por ejemplo, por la
vía de que Podemos hubiera dejado gobernar a PSOE-Cs, que Ciudadanos
hubiera dado el visto bueno a un gobierno del PSOE más o menos
apadrinado por Podemos y otras fuerzas, como ahora ha sucedido, o
mediante un acuerdo tripartito de PSOE-Podemos-Cs que se hubiera
traducido en un gobierno quizá de independientes o de dirigentes de
segundo escalón, entre otras posibilidades) hubiera podido ir en contra
de sus intereses particulares del momento.
Pero, seguramente, solo en
contra de los de a corto plazo porque la sociedad hubiera podido
contemplar que esos dos partidos casi recién nacidos eran los impulsores
efectivos, las fuerzas latentes, de la regeneración, aún no completa
dados los resultados electorales, cierto, pero ya en marcha.
Lo que ha ocurrido como consecuencia de todo ello es una prueba del algodón de la histórica torpeza de Podemos y Ciudadanos. (...)
En resumidas cuentas resulta que los dos partidos “nuevos” han pasado a
ser parte del pasado, mientras que uno de los viejos es ahora, gracias a
la jugada maestra de Pedro Sánchez, el nuevo referente de la política
española y en quien a toda velocidad parece depositarse la mayor
confianza para regenerarla. (...)
De ser los llamados a impulsar y liderar el cambio y la regeneración de
España han pasado (en unos días en el caso de Ciudadanos) a llorar
impotentes por las esquinas. En política la torpeza se paga en la misma
medida con que han resultado premiadas la determinación y la audacia de
Pedro Sánchez. Lo que ocurra a partir de ahora, y hacia qué lado se
vuelque finalmente la acción de su gobierno, es otra cosa."
(Juan Torres López. Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla. CTXT, 13/06/18)
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