"El estallido del caso Gürtel pilló a
Mariano Rajoy haciendo campaña en Galicia. Corría el invierno de 2009 y
el líder del PP sabía que se jugaba el pellejo en las elecciones a la
Xunta donde el candidato era su apadrinado, Alberto Núñez Feijóo.
Rajoy
había perdido dos elecciones consecutivas frente a Zapatero y en el PP
todo el mundo daba por hecho que estaba ante su última oportunidad.
Los enemigos internos liderados por
Esperanza Aguirre y sus medios amigos estaban listos para liquidarlo una
vez más.
Rajoy reaccionó a la detención de Francisco Correa, el hombre
que organizaba sus mítines, pidiendo la dimisión de un ministro
socialista: Mariano Bermejo por coincidir en una cacería con el juez
Baltasar Garzón que estaba instruyendo la investigación.
“Son las 12 y
Bermejo no ha dimitido”, contaba a los mismos periodistas a los que daba
largas sobre las gravísimas acusaciones que revelaba el sumario Gürtel.
Feijóo ganó las elecciones contra todas las encuestas y dio una última
oportunidad a su presidente nacional, que ya había estado contra las
cuerdas otras veces en la batalla interna. (...)
Fue Rajoy quien dirigió la campaña
electoral que llevó a Aznar a La Moncloa y desde entonces ya estuvo en
todos sus gabinetes: Administraciones Públicas, Educación, Interior,
hasta llegar a vicepresidente. A todos los puestos le había mandado
Aznar a apagar incendios y fue al frente de ese cargo cuando le tocó
gestionar la catástrofe del Prestige, de la que salió chamuscado.
La
crisis puso al desnudo la manipulación de las televisiones públicas y
dejó algunas frases para la historia. Rajoy pronunció tal vez la más
famosa: lo que manaba del viejo petrolero, que soltó 77.000 toneladas de
fuel, eran según él vicepresidente, “hilillos de plastilina en
estiramiento vertical”.
Semejante hemeroteca no le impidió ser de
nuevo el elegido por José María Aznar, esta vez para sucederle. Rajoy
perdió las elecciones de 2004 en la última semana después de que todo el
Gobierno se empeñará en culpar a ETA de los atentados del 11M en
Madrid. (...)
Los escuderos que eligió para liderar el
partido en la oposición, Eduardo Zaplana, y Ángel Acebes, desataron una
furibunda campaña contra el Gobierno de Zapatero, a propósito del
matrimonio homosexual, la ley del aborto o la política antiterrorista:
corrían aquellos tiempos en los que se acusaba al expresidente de ser
cómplice de ETA e incluso de estar detrás de los atentados de Atocha que
causaron 192 muertos.
Rajoy dejó hacer sin implicarse demasiado
personalmente, lo que le valió ataques despiadados del flanco ultra del
PP que sus subordinados se encargaban de cuidar. El locutor Federico
Jiménez Losantos lo bautizó como “maricomplejines”, desde los mismos
medios de comunicación que el Partido Popular financiaba con su caja B,
según consta en los Papeles de Bárcenas.
Su distanciamiento con ese sector de la
derecha, con Esperanza Aguirre y con el propio Aznar, que lo había
designado con su dedazo se volvió irreversible. Estuvo a punto de caer
varias veces, la última en el Congreso de Valencia del PP en 2008, pero
resistió y logró mantener el control absoluto del partido tras la
victoria en Galicia.
En 2011, en lo más duro de la crisis económica,
llegó al poder tras haberse hecho fotos en la cola del paro con la
promesa de no tocar el gasto social. Lo que vino después fueron años de
recortes salvajes en la sanidad y la educación. Durante los primeros
cuatro años de mayoría absolutísima, en los que el PP acumuló un ingente
poder en autonomías y ayuntamientos, Rajoy fue alumno disciplinado de
la austeridad que imponía la troika y tiempo llevó a cabo reformas que
ni siquiera Aznar se atrevió a hacer en sus gobiernos: la reforma
laboral con el despido a veinte días, la ley mordaza y el cambio de la
ley de Radio Televisión Española que colocó a los medios públicos al
servicio de los intereses del PP.
En 2015 resistió la presión del establishment
para dar un paso a un lado e incluso renunció a intentar la
investidura, como habían hecho todos los candidatos que habían ganado
las elecciones en democracia. Decidió esperar, la fórmula que le había
servido para deshacerse de todos los rivales internos a costa de que
España estuviese once meses sin Gobierno.
Tras la repetición electoral
que le sirvió para volver a la presidencia con el apoyo de Ciudadanos y
una guerra civil en el PSOE que descabalgó a Pedro Sánchez por
mantenerse en el “no es no”, los cronistas volvieron a dibujar a Rajoy
como un maestro en manejar los tiempos.
La legislatura se convirtió en un
calvario. Estalló la crisis catalana, que no supo medir a tiempo.
Contemporizó hasta que el Gobierno de Puigdemont declaró unilateralmente
la República Catalana y después aplicó un 155 más suave que el que
reclamaba el ala dura de su partido.
Al mismo tiempo, los casos de corrupción
que el líder del PP decidió esconder bajo la alfombra durante los años
anteriores fueron aflorando uno a uno. En forma de sentencias o
titulares. (...)
Su final ha llegado cuando se las
prometía más felices, un día después de haber logrado aprobar los
presupuestos con dos fuerzas antagónicas como Ciudadanos y el PNV que en
teoría, le iban a permitir agotar la legislatura y sobrevivir hasta
2020.
Pero el pasado siempre vuelve y esta vez lo hizo para golpearlo al
presidente con toda su virulencia. La sentencia del tribunal de Gürtel,
nueve años después de aquellos mítines de Rajoy en Galicia, no solo
condena al PP por lucrarse de la corrupción, también argumenta que el
testimonio de Rajoy en el juicio negando veinte años de caja B en su
partido no es verosímil.
El fallo y la moción de censura que el
PSOE registró inmediatamente en el Congreso noquearon al presidente, al
Gobierno y a su propio partido. (...)
En su penúltima jornada en el Congreso, el señor de orden, el defensor máximo de las instituciones y el sistema, ni siquiera quiso vivir su final en el escaño. A mediodía del jueves, en cuanto supo del viraje del PNV
abandonó el hemiciclo y se fue a comer a un restaurante con sus
colaboradores más cercanos. Se negó a escuchar de primera mano las
razones de los partidos nacionalistas para desalojarlo de La Moncloa.
En uno de esos reservados de la zona noble de Madrid estiró la sobremesa
hasta las diez de la noche mientras una parte del PP siguió esperando
la última jugada maestra del líder que siempre había sabido manejar los
tiempos. No la hubo. La leyenda de que Rajoy mata a sus rivales por
agotamiento, tan manoseada estos años por la crónica parlamentaria, se
acabó. Esta vez esperar no fue suficiente." (José Precedo, eldiario.es)
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