"Aquel verano, cuando hablar nos costaba 15 céntimos el sms y las tapas aún llevaban gluten, hubo señales suficientes.
El número de embargos en el ladrillo había crecido más del cuarenta
por ciento, la deuda exterior duplicaba el PIB y el Euribor se subía por
las paredes. Sin embargo, ahí seguía España, sin inmutarse. Como ese
último borracho que siempre queda bailando solo al final de las
verbenas.
Todo cambió el 8 de julio, cuando un Rodríguez Zapatero, acorralado
en un plató de televisión, se quedó corto de eufemismos. No tuvo más
remedio que poner nombre a esa destemplanza que ya se extendía por las
comidas familiares y los consejos de administración.
La llamó crisis y la música se apagó de golpe. De aquello hace ahora
diez años. Una década que pasará a la historia por haber creado su
propio lenguaje, el numérico, para interpretar el sentir de una sociedad
entera: 6 millones de parados, 60 mil desahucios al año, 10 millones de
españoles en riesgo de convertirse en pobres.
“Yo ya había empezado a notar que algo no iba bien”, suelta Ángel con
la entereza culpable de quien lo vio venir desde primera fila.
A su lado, Auxi asiente con la cabeza.
Son dos trabajadores del Servicio Público de Empleo Estatal (SEPE). (...)
Ellos son los que detrás de cada número vieron al vecino, al amigo del
fútbol, a la cajera que antes de ayer le atendía en el súper, al
carpintero que le puso las puertas de casa. (...)
Ellos son los que se llevaron esas seis millones de historias a casa y
se acostaron con ellas, y las desayunaron al día siguiente.
“Somos como una especie de psicólogos. La gente nos llora, nos pide
ayuda. Es mucha responsabilidad la que tenemos para las pocas soluciones
que les podemos dar” (...)
“Hubo una mujer que llamaba desesperada porque tenía que devolver una
prestación. De pronto, se encontró sin trabajo y teniendo que pagar una
deuda. La señora llamó muchísimo, llorando desesperada, decía que le
estaban ayudando a comer unos amigos. Eso me impactó mucho”, relata
Auxi.
“Yo recuerdo con tristeza varios casos de violencia de género. He
visto chicas completamente destrozadas, llorando sin saber a dónde ir,
sin ningún asidero”, le sigue Ángel. (...)
“Las inmobiliarias fueron las que dieron la voz de alarma. Fue el
primer sector que cayó”, empieza a narrar Ángel con la tensión del que
describe una contienda militar. “Después le siguieron aparejadores,
arquitectos, personal de construcción. Eso vino en cascada.
Una vez que
cayó la construcción, empezaron las industrias auxiliares: empresas de
cocinas, de muebles, electricidad, pintura. Luego el comercio y la
industria. Fue todo muy rápido”, revive hoy el funcionario. Todavía se
siente el vértigo en sus palabras.
Porque aquel verano, hace diez, el porcentaje de paro pasó de 11,9 a
13,7. Y las hordas de vencidos llegaban a espuertas a las oficinas de
empleo: obreros, comerciales, electricistas, chavales que habían dejado
la escuela para comprar con ladrillo su primer Volkswagen esperaban
ahora como el que acude a la casa del verdugo. (...)
“Hemos visto muchísimos divorcios y separaciones como consecuencia de todo esto”.
Con el tiempo, fueron haciendo callo en el oído. Aprendieron a
dosificar las palabras de ánimo y a medir con tacañería las de
esperanza. (...)
“Hay gente que descarga contra nosotros”, reconoce Ángel. “Algunos
piensan que le damos las ayudas a quien queremos y eso duele mucho. Como
si fuera una elección personal”.
Y todavía no había llegado lo peor. Aún faltaba 2012. El año de la
reforma laboral, del rescate bancario, del 25,77 por ciento de desempleo
- la mayor tasa de nuestra historia -, del famoso “que se jodan” de
Andrea Fabra.
En aquel momento, 1,8 millones de familias tenían a todos
sus miembros en el paro. Las hipotecas, la factura de la luz, la compra
de la semana. Todo dependía en exclusiva de unas ayudas económicas que,
encima, empezaron a menguar.
Ese año el Gobierno, ya en manos del PP, decidió recortar las
prestaciones contributivas, las que se obtienen por haber cotizado
durante al menos un año. (...)
En compensación, se creó una batería de ayudas complementarias. Una
maraña complicada de prestaciones, con requisitos cada vez más
estrictos. Ayudas precarias, de pura subsistencia. “Son ayudas a la
desesperada”, insiste Ángel, “se ha desmantelado la contributiva y se ha
ido expulsando a todo el mundo a la ayuda asistencial. Es el último
escalón”. Como querer curar un cáncer a base de ibuprofenos.
“Cuatrocientos euros de ayuda no dan para nada, como mucho para pagar
la luz y una comida. Las rentas son tan mínimas que le gente busca
subsistir como puede. Por eso nos preguntan qué hacer, dónde ir. No es
que estén mendigando, es que no llegan”, explica Auxi. (...)
Otras veces, les toca mirar a los ojos y decir, como en la peor pesadilla de un cirujano, “lo siento, no se puede hacer nada”.
Y decírselo a alguien con quien quizás se cruce por la calle días después. (...)
En mi oficina somos tres personas atendiendo el teléfono”, cuenta
Auxi. “Hay mucho estrés porque en una hora pueden entrar cuatro llamadas
y en otra treinta. Nos tienen dicho que tienen que durar como máximo
cinco minutos, pero yo lo siento mucho, hay personas a las que no puedes
atender en cinco minutos porque necesitan más ayuda”, destaca
satisfecha de su pequeña rebeldía.
Violar esa medida de tiempo – tan
fría - es su manera de demostrarle a los que están al otro lado que son
más que un número.
Porque muchos de ellos llaman todos los meses, les conocen por su
nombre, saben si tienen familia o están solos, si el hijo se le ha
puesto enfermo, si volvió a llegar un aviso de desahucio. (...)
Ahora ellos, que desde el principio fueron como esos canarios que
llevan a las minas, los primeros en darse cuenta de que algo no iba
bien, deberían ser los primeros en notar también la recuperación, esa
salida de la crisis de la que hablan los discursos oficiales.
Sin
embargo, a la pregunta tuercen la cara.
“Es verdad que hay más contrataciones, que hay algo más de esperanza,
pero hemos bajado como mínimo tres escalones en cuanto a condiciones
laborales. Los contratos son más precarios, por días sueltos o a tiempo
parcial. No creo que volvamos a las condiciones de 2007”, lamenta el
funcionario.
Diez años después de aquel verano, de aquel violento fin de fiesta,
Auxi y Ángel reconocen al menos haber aprendido algo. “Lo que más me ha
sorprendido en estos años es la capacidad de resistencia del ser humano.
Que las personas aguantan muchísimo. A veces, por desgracia,
demasiado”. (María José Carmona, CTXT, 04/07/18)
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