"(...) El caso es que las grandes empresas están recogiendo
lo que han sembrado. No hay una única causa que nos haya llevado a este
terrible momento, pero la cínica política de la América empresarial
durante décadas ha desempeñado un papel clave.
¿A qué me refiero cuando
digo política cínica? En cierta medida, aludo a la alianza tácita entre
las empresas y los ricos, por una parte, y los racistas, por otra, que
es la esencia del movimiento conservador moderno.
Durante tiempo dio la
impresión de que las empresas tenían el juego bajo control: ganar
elecciones con mensajes racistas velados y luego pasar a un programa de
rebajas fiscales y liberalización. Pero tarde o temprano iba a pasar
algo como Trump: un candidato que habla en serio de racismo, con el
apoyo entusiasta de las bases republicanas y al que no se puede
controlar.
Hace poco, Tom Donohue, el presidente de la Cámara,
publicaba un artículo en el que condenaba el maltrato de Trump a los
niños en la frontera, y declaraba que “no somos así”.
Lo siento, señor
Donohue, sí son así: ustedes y sus aliados se han pasado décadas
empoderando a los racistas, y ahora toca pagar la factura. Pero la
política migratoria racista no es el único ámbito en el que la gente
como Donohue se enfrenta a un monstruo que ha ayudado a crear.
Cuando organizaciones como la Cámara de Comercio o la
Fundación Heritage declaran que los aranceles son una mala idea, se
basan en razones intelectuales: todos los expertos económicos coinciden.
Pero no tienen ninguna credibilidad, porque esas mismas instituciones
conservadoras se han pasado décadas haciendo la guerra contra los
expertos.
El caso más evidente es el del cambio climático, en el que las
organizaciones conservadoras, incluida la Cámara por supuesto, se han
comportado durante mucho tiempo como “mercaderes de dudas”, generando
escepticismo y bloqueando la adopción de medidas frente a un consenso
científico abrumador.
Hablando en plata, es difícil pasar del “no
prestar atención a esos supuestos expertos que dicen que el planeta se
está calentando” a “el proteccionismo es malo, y todos los expertos
están de acuerdo”.
Del mismo modo, las organizaciones como Heritage han
promovido la economía de la oferta, es decir, la economía vudú —la
afirmación de que los recortes fiscales generarán un enorme crecimiento y
compensarán a la larga— aunque ningún experto económico esté de
acuerdo.
Por tanto, ya han aceptado el principio de que está bien decir
tonterías en lo que a economía se refiere si resulta conveniente desde
el punto de vista político. Y ahora viene Trump con tonterías
diferentes, afirmando que “las guerras comerciales son buenas y fáciles
de ganar”. ¿Cómo pueden convencer a alguien de que las tonterías que
dice son malas, y que las que dicen ellos son buenas?
Pero puede que una guerra comercial solo
sea el principio del castigo que las grandes empresas se han infligido a
sí mismas. Es posible que el futuro nos depare más espeluznantes,
porque Trump no solo es un proteccionista, es un autoritario.
Las
guerras comerciales son terribles, pero el poder desenfrenado es mucho
peor, y no solo para los que son pobres y están indefensos.
Piensen en el hecho de que Trump ya ha tomado por costumbre amenazar a las empresas que le llevan la contraria. (...)
Con una victoria del Partido Republicano en las elecciones de mitad de
mandato, mucha gente y muchas instituciones quedarían a merced de los
instintos autoritarios de Trump, las grandes empresas incluidas. (...)
El caso es que no solo está en peligro el comercio mundial, sino el
Estado de derecho. Y hasta cierto punto está en peligro porque las
grandes empresas renunciaron a todos sus principios en su afán de
obtener recortes fiscales." (Paul Krugman , El País, 06/07/18)
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