"Hay que festejar un acontecimiento histórico: la primera derrota electoral de las derechas mexicanas reconocida como tal. (...)
En primer lugar, con la elección de López Obrador culmina un largo y
tortuoso proceso de transición formal a la democracia en tanto se
realiza la plena alternancia en el poder al reconocerse la derrota
electoral de las derechas y la correspondiente victoria de la oposición
de centro-izquierda, aquella que había aparecido en 1988 para disputar
al PAN el lugar de oposición consecuente. (...9
La alternativa planteada por el neocardenismo y el PRD simplemente
propugnaba el retorno al desarrollismo, pero con un acento más
pronunciado hacia la justicia social y con otro diagnóstico sobre las
causas de la desigualdad respecto del programa actual de AMLO y Morena
que coloca a la corrupción como el factor sistémico, como causa y no
como consecuencia de las relaciones y los (des)equilibrios de poder. (...)
El círculo de la alternancia -y también del beneficio
de la duda- que se cierra con esta elección, marca sin duda un pasaje
histórico significativo pero que no garantiza el alcance histórico del
proceso que sigue.
Más aún si las expectativas son tan elevadas como las que suscita AMLO al sostener que encabezará la cuarta transformación
de la historia nacional, autoproclamándose el heredero de Morelos,
Juárez, Madero y Cárdenas. Lejos de todo izquierdismo, privilegia el
rasgo moralizador y el perfil de estadistas y demócratas de estas
figuras.
No hay truco ni engaño, a la letra de su programa y de su
discurso de campaña, esta transformación atañe fundamentalmente a la
refundación del Estado en términos éticos y, solo en segunda instancia,
ésta tendrá las reverberaciones económicas y sociales necesarias para la
estabilización de una sociedad en crisis.
Del éxito de la cruzada
anticorrupción se deriva no solo la realización de la hazaña histórica
de moralizar la vida pública, sino la posibilidad de lograr tres
propósitos fundamentales: pacificar el país, relanzar el crecimiento vía
mercado interno, redistribuir el excedente para asegurar condiciones
mínimas de vida a todos los ciudadanos. Se trata de una ecuación que,
para convencer propios y extraños, ha sido repetida hasta el cansancio
durante la campaña.
Respecto de los gobiernos progresistas latinoamericanos de las últimas
décadas, el horizonte programático de AMLO está dos pasos atrás en
términos de ambiciones antineoliberales, mientras destaca por la
insistencia en la cuestión moral, justo en la que muchos de esos
gobiernos naufragaron, y, por otra parte, por tener ante sí el desafío
de la pacificación, con todas las dificultades del caso, pero también
con la oportunidad de tener un impacto profundo y marcar un cambio
substancial respecto del rumbo actual.
Por la urgencia y la sensibilidad
que lo rodea, será en este terreno -más que en cualquier otro- donde se
medirá el alcance del nuevo gobierno, su popularidad y estabilidad en
los próximos meses. (...)
La fórmula obradorista, desde 2006, tiene un tinte
plebeyo y anti oligárquico: se construye sobre la relación líder-pueblo y
la fórmula “solo el pueblo puede salvar al pueblo”. Al mismo tiempo,
tanto Morena como la campaña fueron construidos alrededor de la
centralidad y la dirección incuestionable de AMLO, una personalización
que llegó al extremo de llamar el acto de cierre de campaña AMLOfest
y de usar el acrónimo AMLO como una marca o un hashtag (#AMLOmanía).
Pero, junto al pueblo obradorista y a su guía, están otros grupos con
creencias y prácticas muy diversas entre sí: los dirigentes de Morena y
de los partidos aliados (PT y PES) y toda la pléyade de grupos de
priistas, perredistas y panistas que, oportunistamente, cambiaron de
bando al último momento. También están vastas franjas de clases medias
conservadoras, así como sectores empresariales a los cuales AMLO dedicó
especial atención en la campaña en el afán de desactivar su
animadversión y para poder contar con su colaboración a la hora de tomar
posesión del cargo.
Cada uno de ellos exigirá lo propio, pero sobre
todo serán valorados en relación con su especifico peso social, político
y económico en aras de mantener el equilibrio interclasista y la
gobernabilidad.
Entonces “juntos” y revueltos, siguiendo el esquema
populista, una abigarrada articulación de un vacío que solo pudo llenar
la ambigüedad discursiva y ahora la capacidad de arbitraje y el margen
de decisión del líder que la elaboró y la difundió.
Entre equilibrios
precarios y alianzas variables, se vuelve imprescindible el recurso a la
tradición y la cultura del estatalismo y del presidencialismo mexicano
-con sus aristas carismáticas y autoritarias- que, no casualmente, no
fue cuestionado a lo largo de la campaña obradorista.
Al margen de los contenidos que, como anuncia el
programa, oscilarán entre una substancial continuidad del modelo
neoliberal, condimentada con dosis limitadas de regulación estatal y de
redistribución hacia los sectores más vulnerables, la cuestión
democrática es la que podría paradójicamente frustrar las expectativas
de cambio histórico para reducirse a un esquema plebiscitario
bonapartista, ligado a la figura del líder máximo que convoca a opinar
sobre la continuidad de su mandato u otros temas emergentes. (...)
Esperemos que la transición formal a la democracia que hemos presenciado
el 1 de julio y la experiencia de un gobierno progresista tardío en
México no cierren las puertas a la participación desde abajo y, por el
contrario, propicien el florecimiento de instancias de
autodeterminación. Esto sí que podría abrir la puerta a una
transformación de portada histórica." (Massimo Modonesi , Rebelión, 03/07/18)
"(...) El 52,87 de AMLO es el resultado de la intervención de
los jóvenes en el terremoto de 1985, de la victoria de Cárdenas en
1988, del levantamiento zapatista en Chiapas en 1994, del repudio al
fraude que impuso a Calderón y a Peña Nieto, de la resistencia heroica
contra un régimen de asesinatos, atentados contra los derechos y las
conquistas y sumisión al imperialismo. El triunfo es de los oprimidos,
no de AMLO o MORENA, que fueron el canal transitorio de una voluntad
general.
El 71 por ciento de votos por MORENA en Chiapas indica
que el zapatismo y todos los pobres votaron allí en masa por AMLO. El
66,27 en Guerrero y el 65,52 en Morelos revelan la misma ola social de
fondo, expresan un ¡Basta ya! generalizado, un nuevo escalón ascendiente
en la construcción de una conciencia anticapitalista.
AMLO, como se preveía, está siendo aceptado por los
capitalistas como un mal menor, pero su elección será considerada por
sus votantes como un triunfo propio, como un acceso no sólo al gobierno
sino también al poder. Por eso quienes votaron por López Obrador pasarán
dentro de poco a pedirle, exigirle, medidas concretas contra sus
explotadores.
AMLO llamó de inmediato a la reconciliación, pero sus
votantes piden medidas drásticas e inmediatas contra los asesinos, los
corruptos y ladrones, los dueños de minas, los hambreadores, los que
venden el país. López Obrador, como nuevo Madero, quiere hacerse cargo
del Estado así como está, pero quienes lo han hecho presidente luchan en
cambio contra ese Estado culpable del crimen de Ayotzinapa y lleno de
Huertas potenciales. (...)
Hoy es el momento de los brindis y de los festejos y de la suma de todos
los oportunistas al carro del vencedor pero ya se acercan los días de
los reclamos populares y de las divisiones en MORENA y el gobierno de
centroderecha que formará López Obrador para tranquilizar a sus garantes
en las fuerzas armadas, en la burguesía y en Washington. (...)
Es la hora de apoyar todo lo que sea positivo y de criticar las medidas
procapitalistas o insuficientes ayudando a los votantes de AMLO, codo
con codo con ellos, a organizarse y sacar sus propias conclusiones." (Guillermo Almeyra , Rebelión, 03/07/18)
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