"Como era de prever tras años de crisis
profunda e irresuelta, en la política española se está produciendo un
cataclismo. El triunfo de la moción de censura es una expresión del
mismo, tanto o más que el éxito de una hábil jugada. Y por muchos buenos
gestos que esté haciendo Pedro Sánchez, todavía no se han visto las
últimas consecuencias de ese terremoto.
Pero lo que está ocurriendo en
el PP supera cualquier otra cosa. El primer partido de la derecha corre
un serio riesgo de implosión y en el horizonte no aparece ningún
elemento que haga pensar que algo así pueda evitarse.
El dato más impresionante y revelador de
lo que ha sido ese partido desde hace ya bastante tiempo es el que casi
el 90 % de los que se decía que estaban inscritos al mismo no lo
estaban. Que durante años secretario general tras secretario general han
falseado esas cifras.
Pero no un poco, sino a lo bestia. Ocultando que
el PP no era un partido de masas, sino un modesto partido de cuadros, ya
que buena parte de los que finalmente han resultado que tienen derecho
al voto en las primarias son cargos públicos o del partido mismo.
Es un engaño extraordinario, una mentira
sin precedentes.
Que ha salido a la luz porque Mariano Rajoy no solo se
negó a convocar elecciones cuando ya estaba claro que iba a perder la
moción de censura, sino que además anunció que él se quitaba de en
medio, que no iba a pilotar transición alguna, en un gesto que la da la
talla de su mediocridad política y moral y confirma que alguien como él
nunca tenía que haber sido el líder de nada.
Abandonado a su suerte por quien hasta
ese momento se suponía que lo controlaba todo, el partido no ha tenido
más remedio que ir desesperadamente a unas elecciones primarias. Y para
eso ha tenido que contar el número de carnets y reconocer la gran
mentira de los ochocientos y pico mil militantes.
En una situación
normal, todos los que han venido participando de ese gran engaño,
empezando por los tres candidatos –Saénz de Santamaría, Cospedal y
Casado– , deberían dimitir automáticamente. No lo han hecho y uno de
esos tres tramposos –por esa falacia y, como se sabe, por unas cuantas
más– será el futuro presidente.
Nada sólido puede salir del proceso
congresual del PP. Porque no va a saldar las divisiones internas que han
aparecido crudamente en las últimas semanas y que no son ideológicas,
sino enfrentamientos entre camarillas que se disputan lo que queda de
poder, que no es poco, pero que ya es sólo una pequeña parte del que se
tenía hace siete años, cuando el PP ganó las elecciones por mayoría
absoluta.
Y porque ninguno de los aspirantes al trono, todos ellos
mediocres segundones que nunca han hecho nada políticamente reseñable,
tiene la mínima capacidad de regenerar a un partido hundido en la
corrupción y en el descrédito.
El PP es un partido acabado. Que empezó a
escribir su epitafio el día que José María Aznar, en una más de sus
ensoñaciones de alguien que se creía mucho más importante de lo que era
en realidad, decidió que él seguiría mandando sobre todo, pero sin
implicarse en las tareas de Gobierno.
Como Franco. Y nombró a Rajoy
candidato a la presidencia del Gobierno, seguramente porque pensaba que
un tipo como él era que mejor se iba a plegar disciplinadamente a su
diseño imperial.
Como se sabe, la cosa salió mal por culpa
de la inepcia de Aznar a la hora de hacer frente al drama de los
atentados de Atocha. Y Rajoy se quedó de jefe, cuando él nunca había
pensado que iba a serlo. Y tras perder por segunda vez las elecciones,
una parte significativa del partido, con la inefable Esperanza Aguirre a
la cabeza, decidió quitarlo de en medio.
Pero Rajoy se resistió. Y no tuvo reparo
en rehacer el partido con el único fin de que en él no mandara nadie que
amenazara su cargo. Produciendo lesiones internas incurables, aupando a
alguno de los más corruptos y buscando financiación ilegal debajo de
las piedras, o encargando que se buscara. Porque necesitaba mucho dinero
para gastárselo en publicidad o en comprar voluntades, sobre todo en
los medios de comunicación.
Y ese plan le ha mantenido en el poder
hasta ahora mismo. Con un añadido no precisamente desdeñable. El de
optar por el radicalismo derechista y nacionalista toda la gestión de su
gobierno. No tanto porque fuera esa su opción ideológica, que también,
sino sobre todo porque eso era lo que más le convenía para evitar
salidas por la derecha desde dentro del partido y contra él.
Mientras tanto, el conjunto del cuadro
político español había sufrido cambios formidables. Habían surgido dos
nuevos partidos, Podemos y Ciudadanos, que en 2015 cambiaron
sustancialmente el panorama electoral. El PP perdió el 40% de sus votos,
en las generales y en las municipales y autonómicas, y mucho poder
institucional.
Eso debió golpear extraordinariamente a la solidez
interna del partido, pero Rajoy no movió un dedo para hacerle frente. Lo
dejó para más y de ahí también vienen los actuales lodos.
Rajoy apostó entonces a mantenerse en el
poder al precio que fuera, aunque eso incluyera desairar al Rey, que eso
en los pagos de derecha no es cosa pequeña. Y tuvo la suerte de que sus
rivales políticos no se pusieran de acuerdo para echarle.
Y siguió
mandando, de la manera que lo ha hecho. Contribuyendo sustancialmente a
que la crisis catalana se convirtiera en un drama de Estado y cuando
éste estalló mostrándose incapaz de ofrecer salida alguna –salvo el 155,
la entrega de la crisis a la justicia y la convocatoria de las
elecciones del 21 de diciembre de 2017– que valiera para algo.
A esas alturas de la película, el final
catastrófico era cuestión de tiempo. La ineptitud política de Rajoy en
la crisis catalana, unida a su involucración personal en la corrupción,
habían hecho de él un cadáver político en los círculos del poder, el
económico y el institucional, y el crecimiento del PIB y la propaganda
desaforada no iban a poder tapar eso.
Lo malo para el PP es que la
interminable lucha por la supervivencia de Rajoy había absorbido todas
las energías del partido y ya no le quedaba nada para tratar de salir
del agujero cuando éste se abriera definitivamente.
Esa es su situación actual. No cabe hacer
pronósticos sobre cómo va a acabar la historia, sólo sospechar que va a
hacerlo mal. Que en España se va a abrir un agujero a la derecha, que
la ultraderecha y Ciudadanos van a tratar de colmar. Veremos qué pasa.
Pero ya en estos momentos se puede decir que en el futuro inmediato y a
medio plazo la situación política española estará marcada por una
inquietante inestabilidad. Tanto por lo que está ocurriendo en el PP
como por la debilidad parlamentaria de Pedro Sánchez, que el día menos
pensado puede dar disgustos." (Carlos Elordi, eldiario.es, 29/06/18)
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