"Hay algo que me tiene estupefacto en las tertulias de estos días
sobre la Universidad Rey Juan Carlos y los másteres del Instituto
Universitario de Derecho público (IDP). Hay algunos tertulianos que, con
el tono de estar ya perdiendo la paciencia, explican que lo ocurrido
con los másteres del IDP demuestra que la Universidad necesita de
reformas a fondo.
Incluso he llegado a escuchar varias veces que hay que
poner a la Universidad en condiciones de poder afrontar los “nuevos
retos y desafíos” que le plantea la sociedad. Yo no salgo de mi asombro.
Es la misma mierda con la que, precisamente, se implantaron las reformas universitarias que nos han llevado a esta situación. Durante los doce años de lucha contra las reformas de Bolonia, la propaganda del gobierno y del círculo de empresarios no paró de repetir que había que “poner la Universidad al servicio de la sociedad”
para que fuera capaz de afrontar los “nuevos retos y desafíos”.
Y han
sido, precisamente, estas reformas (absolutamente exitosas, porque el
movimiento anti-Bolonia fue derrotado) las que abrieron la posibilidad
de institucionalizar este tipo de pocilgas que ahora tanto nos
escandalizan.
En el año 2000, ante la amenaza ya del Informe Bricall,
las Universidades públicas empezaron a prepararse para competir con la
privadas. Se invirtió en toneladas de propaganda para imponer la idea de
que había que flexibilizar las rígidas instituciones de la Universidad
estatal, acabar con la autoridad de las cátedras y los departamentos, y
sustituirlos por los fugaces y dinámicos “grupos de investigación” que
actualmente son la norma de nuestra vida universitaria. (...)
Mientras tanto, se inició la verdadera reconversión económica de los estudios superiores: reducir al máximo la parte de las carreras con precios relativamente públicos (los grados) y hacer gravitar los curricula en torno a los másteres de precios desorbitados.
Como propaganda de todo este proceso, en 2004, se llegó a utilizar un power point
(Valcárcel, “La preparación del profesorado para el EEES”, ahora
desaparecido de las redes, me parece) que presentaba una “utopía
posible: la ilusión por el aprendizaje”, que se me antoja que el IDP de
la UJRC logró realizar con mucho éxito.
Se trataba de lograr
construir una nueva universidad, en la que una alumna (!) pudiera
resumir su vida académica con las siguientes palabras:
“La gente de la universidad parece feliz, como si lo hicieran todo por puro placer. La relación entre alumnos y profesores es de lo más cordial, casi de colegueo. No hay notas, ni exámenes, la gente está aquí porque disfruta con ello.
En el edificio hay un salón con una pequeña cocina donde, de vez en
cuando, hacen reuniones informales alumnos, profesores y a veces
artistas. He solicitado una plaza para dos cursos intensivos de una
semana cada uno, estoy ansiosa por empezarlos. Son de 9 a 4 de la tarde. Aunque no asistas a los cursos puedes utilizar los talleres y hay muy buen ambiente.” Esta
era la “utopía”.
Algunos tomaron nota y se pusieron a ello, creando
pocilgas académicas como la del IDP, valiéndose para ello de la tan
anhelada “autonomía económica” que también incluía la propaganda
del Plan Bolonia (al IDP se le permitió, incluso, dotarse de un CIF
propio), autonomía que incluía, por supuesto, unas tasas de
matriculación prohibitivas para el populacho.
No. Esta Universidad podrida no es que necesite reformas. Es
que es el resultado de unas reformas contra las que los estudiantes y
(algunos) profesores se opusieron durante doce años en una lucha desigual. El movimiento estudiantil no paró de explicar que “Bolonia no existía”,
que no era más que una tapadera para una reconversión neoliberal de la
Universidad estatal. Desde el año 2000, en las Juntas, los Claustros y
las calles no cesó de lucharse, sobre todo -mira tú por dónde-, contra
la figura del “máster”, que se consideraba una avanzadilla de la
Universidad privada que penetraba cada más en la Universidad estatal.
Actualmente, ya nadie piensa que puede tener un curriculum universitario
que se precie si no figuran ahí algunos másteres de prestigio. (...)
El sentido de todo
esto que está ocurriendo en la Universidad desde hace dos décadas no es
difícil de diagnosticar. Los estudios superiores habían dejado de ser
patrimonio de una élite y, cada vez más, las clases populares tenían
acceso a la Universidad. Eso costaba mucho dinero. Y desde 1998, empezó a
concebirse que ese dinero podía ser mejor utilizado que en dar estudios
a los trabajadores.
Si se condicionaba la financiación pública a la
previa obtención de fuentes de financiación privadas (sustituyendo los
departamentos y las cátedras por grupos de investigación compitiendo por
obtener recursos), las grandes empresas podrían utilizar la Universidad
estatal como un cajero automático para aspirar dinero público.
Pongamos
que la casa Bayer está interesada en invertir diez euros en investigar
tintes para teñir de rubio los anos oscuros (según las modas
pornográficas). No es una investigación que tenga la dignidad de
una posible vacuna contra la malaria. Pero si la casa Bayer financia
con 10 euros un grupo de investigación, el Estado estará gustoso de
aportar 100 euros y diez becarios, diez jóvenes que, en
realidad, estarán trabajando para la casa Bayer, pagados con el dinero
de los impuestos, es decir, de otros trabajadores.
De este modo, se
marcan las prioridades de la investigación universitaria y las empresas
obtienen dinero público para sus propios fines privados. El caso de lo que ocurrió con la viagra femenina en EEUU ilustra muy bien esta lógica perversa. Ya hemos hablado bastante de eso en nuestro libro Escuela o Barbarie.
Mientras
tanto, las clases populares vuelven a tener difícil el acceso a la
Universidad. Aún logrando unos estudios de Grado (aunque el precio de
matrícula, en España, se ha multiplicado por cuatro), es difícil
ingresar en el mundo del máster. De este modo, las élites sociales,
hasta entonces refugiadas en las Universidades privadas, se han
apropiado también de la Universidad pública. La propaganda de Bolonia,
en este punto, tampoco disimuló nada.
Se habló sin parar de que la población, en general, estaba sobrecualificada.
Se consideró absurdo que el dinero público sirviera, en efecto, para
fabricar doctores que luego trabajaran en la hostelería o de
repartidores de Amazon. Luego, por supuesto, la podrida lógica
privada, ahora financiada con dinero público, construye los chiringuitos
a su medida. Una vez que has pagado unos estudios superiores, lo de
estudiar es lo de menos.
Hay que dar facilidades a las personas
importantes que pagan su máster, para eso lo han pagado. Y como estaba
previsto en la propaganda de Bolonia, los contenidos no son importantes,
puesto que ya están en Internet y no hay más que descargarlos. Esto no
es plagio, es lo que estaba previsto.
En todo esto, hay algo mucho
más grave que el caso de unos cuantos políticos que han tenido que
dimitir. Se ha robado la Universidad a las clases trabajadoras. Y se ha
robado a la humanidad una de sus más bellas conquistas: el derecho
universal a estudiar.
Era lo único que, durante mucho tiempo, tuvieron los pobres, el sueño de tener hijos o hijas universitarios.
Para la que se ha llamado la “generación mejor formada de la historia”,
las cosas serán muy distintas, porque sus hijos no podrán estudiar en
la Universidad. Eso, si tienen hijos, claro, porque la cosa tampoco está
para lujos." (Carlos Fernández Liria, Cuarto Poder, 14/09/18)
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