"(...) Los grupos dominantes nunca sintieron tanto poder ni nunca tuvieron
tan poco miedo de los grupos dominados. Su arrogancia y ostentación no
tienen límites. Sin embargo, tienen un miedo abisal de lo que aún no
controlan, una apetencia desmedida por lo que aún no poseen, un deseo
incontenido de prevenir todos los riesgos y de tener pólizas de
protección contra ellos.
En el fondo, sospechan ser menos
definitivamente vencedores de la historia como pretenden, ser señores de
un mundo que se puede volver en su contra en cualquier momento y de
forma caótica.
Esta fragilidad perversa, que los corroe por dentro, los
hace temer por su seguridad como nunca, imaginan obsesivamente nuevos
enemigos, y sienten terror al pensar que, después de tanto enemigo
vencido, son ellos, al final, el enemigo que falta vencer.
Por su parte, los grupos dominados nunca se sintieron tan derrotados
como hoy, las exclusiones abisales de las que son víctimas parecen más
permanentes que nunca, sus reivindicaciones y luchas más moderadas y
defensivas son silenciadas, trivializadas por la política del
espectáculo y por el espectáculo político, cuando no implican riesgos
potencialmente fatales.
Y, sin embargo, no pierden el sentido profundo
de la dignidad que les permite saber que están siendo tratados indigna e
inmerecidamente. Días mejores están por llegar. No se resignan, porque
desistir puede resultar fatal.
Sienten que las armas de lucha no están
calibradas o no se renuevan hace mucho; se sienten aislados,
injustamente tratados, carentes de aliados competentes y de solidaridad
eficaz. Luchan con los conceptos y las armas que tienen pero, en el
fondo, no confían ni en unos ni en otras. Sospechan que mientras no
tengan confianza para crear otros conceptos e inventar otras luchas
correrán siempre el riesgo de ser enemigos de sí mismos.
Al igual que todo lo demás, los conceptos también están al borde del
abismo y miran atrás. Menciono, a título de ejemplo, uno de ellos:
derechos humanos. (...)
En poco tiempo, el lenguaje de los derechos humanos pasó a ser el
lenguaje hegemónico de la dignidad, un lenguaje consensual,
eventualmente criticable por no ser lo suficientemente amplio, pero
nunca impugnable por algún defecto de origen. (...)
Cincuenta años después, ¿cuál es el balance de esta victoria? ¿Vivimos
hoy en una sociedad más justa y pacífica? Lejos de eso, la polarización
social entre ricos y pobres nunca fue tan grande; guerras nuevas,
novísimas, regulares, irregulares, civiles, internacionales continúan
siendo entabladas, con presupuestos militares inmunes a la austeridad y
la novedad de que mueren en ellas cada vez menos soldados y cada vez más
poblaciones civiles inocentes: hombres, mujeres y, sobre todo, niños.
Como consecuencia de esas guerras, del neoliberalismo global y de los
desastres ambientales, nunca como hoy tanta gente fue forzada a
desplazarse de las regiones o de los países donde nació, nunca como hoy
fue tan grave la crisis humanitaria.
Más trágico todavía es el hecho de
que muchas de las atrocidades cometidas y de los atentados contra el
bienestar de las comunidades y los pueblos se perpetran en nombre de los
derechos humanos. (...)
¿No habrán sido los derechos humanos un artificio para centrar las
luchas en temas sectoriales, dejando intacta (o hasta agravada) la
dominación capitalista, colonialista y patriarcal? (...)
Y lo más trágico es que, con algunas diferencias, lo que ocurre con los
derechos humanos sucede también con otros conceptos igualmente
consensuales. Por ejemplo, democracia, paz, soberanía, multilateralismo,
primacía del derecho, progreso.
Todos estos conceptos sufren el mismo
proceso de erosión, la misma facilidad con la que se dejan confundir con
prácticas que los contradicen, la misma fragilidad ante enemigos que
los secuestran, capturan y transforman en instrumentos dóciles de las
formas más arbitrarias y repugnantes de dominación social.(...)
Nada de esto tiene que ser inevitablemente así para siempre. La madre de
toda esta confusión, inducida por quien se beneficia de ella, de toda
esta contingencia disfrazada de fatalismo, de toda esta parada
vertiginosa al borde del abismo, reside en la erosión, bien urdida en
los últimos cincuenta años, de la distinción entre ser de izquierda y
ser de derecha, una erosión llevada a cabo con la complicidad de quienes
más son perjudicados por ella.
Por vía de esa erosión desaparecieron de
nuestro vocabulario político las luchas anticapitalistas,
anticolonialistas, antifascistas, antiimperialistas. Se concibió como
pasado superado lo que al final era el presente, más que nunca
determinado a ser futuro. En esto consistió estar en el abismo y mirar
atrás, convencido de que el pasado del futuro nada tiene que ver con el
futuro del pasado. Es la mayor monstruosidad del tiempo presente." (Boaventura de Sousa Santos, Other News en Español, 02/08/18)
No hay comentarios:
Publicar un comentario