"Cada año los técnicos del Fondo Monetario Internacional (FMI)
y del Banco Mundial que trabajan con las cifras bolivianas concluyen
que “la economía está bien, pero no es sostenible a medio plazo”. Un
ejercicio después se repite la misma historia (...)
lo cierto es que el país andino lleva casi una década
creciendo por encima del 4% todos los años, ritmo que el propio FMI
reconoce que se mantendrá también en 2018 y 2019.
“La economía boliviana sigue gozando de buena salud,
pese al contexto adverso. El tirón de la demanda interna ha logrado
reducir la pobreza y las desigualdades”, dice Luis Arce, ministro de
Economía desde el inicio del mandato de Evo Morales,
en 2006, hasta mediados del año pasado, y considerado el principal
artífice de este buen comportamiento.
Para Arce el secreto del “milagro
boliviano” no es otro que el modelo económico, que contrasta con el
“neoliberal” que aplican los otros gobiernos sudamericanos. (...)
El patrón económico local considera la existencia de dos sectores: uno
“generador de excedentes”, conformado por las industrias petrolera,
minera y eléctrica, y otro “generador de ingresos y empleos”, integrado
por las industrias manufacturera, agropecuaria, la de construcción o la
turística.
El modelo se basa en la toma del primer sector por parte del
Estado, que así se convierte en el principal actor de la economía, y la
posterior transferencia de los excedentes al segundo grupo por la vía
del gasto público y la redistribución económica, es decir, de la
ampliación de la demanda.
Los críticos con el modelo económico de Evo Morales
creen que es insostenible seguir cebando la demanda interna sin incurrir
en elevados déficits ni alimentar el fantasma inflacionistas. Sin
embargo, el Gobierno tiene todavía un amplio espacio para mantener el
dinamismo de la demanda interna, ya que debe al extranjero menos de
9.500 millones de dólares, apenas el 25% del PIB. Es una cifra bastante
menor a la muchos países vecinos. Claroscuros de una economía, todavía,
en expansión.
Gracias al boom de
ingresos entre 2006 y 2014, mayoritariamente gracias a la venta de
materias primas, muchos de ellos canalizados hacia el mercado interno,
aumentó el consumo y las actividades destinadas a satisfacerlo.
También
el bienestar social, una variable a tener muy en cuenta en el país con
menor renta per cápita de América Latina, tres veces menos que México y
casi cuatro menos que Chile. La extrema pobreza —personas con ingresos
inferiores a dos dólares diarios— cayó del 38% a 18%, y hoy es de solo
el 10% en las ciudades.
Tras una década con el quinto mayor crecimiento
económico de América Latina, Bolivia se ha convertido en un país de
ingresos medios: “Solo” el 30% de su población gana menos de cuatro
dólares por día.
Este dinamismo también convirtió a las principales
industrias de cerveza, gaseosa, cemento y telecomunicaciones en empresas
más grandes, mayoritariamente en manos de grupos extranjeros. E impulsó
a los bancos nacionales, cuyos activos se multiplicaron por 3,6 entre
2008 y 2017 y cuyos beneficios casi se triplicaron en el mismo periodo.
Arce añade que, a cambio, los grandes actores del sector financiero
tuvieron que hacer abundante el crédito productivo, al que el Gobierno
ha fijado una cuota obligatoria; si en 2005 este ascendía a 1.100
millones de dólares, hoy supera los 10.000.
Puntos débiles
Pero no todo es positivo en Bolivia. El economista Napoleón Pacheco incide en que la economía local atraviesa ahora una fase de menor crecimiento por la caída del precio internacional de las materias primas. (...)
“En la medida en que esto pasa, vuelven los viejos males, alejados por
la prosperidad anterior: déficit fiscal y déficit en cuentas externas,
con efectos en el corto plazo, como un mayor endeudamiento y el aumento
del crédito interno del Banco Central al Estado para financiar la
inversión pública”.
Este aumento del crédito interno no se convierte en
inflación porque se respalda con las reservas de divisas extranjeras y
“porque en parte se va afuera, por medio de las importaciones de
bienes”, agrega. Ambos procesos deterioran el nivel de las reservas
internacionales, que cayeron de 15.000 a 8.400 millones de dólares en
los últimos tres años. (...)
La prevalencia de las compras en el exterior llevó a
varios economistas a diagnosticar un principio de “enfermedad holandesa”
en Bolivia: un súbito aumento de la capacidad de compra que los
productores locales no se hallan en la capacidad de aprovechar. Solo se
libran las ramas que no compiten con las importaciones, como la
construcción —que en el país sudamericano alcanza tasas de crecimiento
del 10% anual—.
Otro síntoma de este mal, que toma su nombre de la
destrucción del sector manufacturero de Países Bajos tras el
descubrimiento de enormes yacimientos de gas en el mar del Norte a
mediados del siglo pasado, es la apreciación de la moneda. Es el
resultado de la entrada de una gran cantidad de dólares y de la
supresión, desde 2011, de las microdevaluaciones que se realizaban para
ajustar la relación entre la moneda local, el boliviano, y las divisas
de los países vecinos, con los que más comercia.
El Gobierno de Morales no quiere devaluar su moneda
ni un centavo para defender la “bolivianización” de las finanzas
nacionales —una de sus banderas económicas— y para desalentar la fuga de
capitales en un contexto internacional de alza del dólar. Para Juan
Antonio Morales, presidente del banco central en la década de los
noventa, la falta de flexibilidad del tipo de cambio es el peor error de
política monetaria del Ejecutivo.
“Desacostumbró a la población”, dice,
“a ver cambios en el valor del dinero”, una variable que flota
libremente en los grandes países de la región. Sin embargo, devaluar
puede tornarse inevitable si el déficit comercial pone en jaque las
reservas de divisa extranjera, clave para una economía en vías de
desarrollo." (Fernando Molina, El País, 16/12/18)
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