"Uno
de los fenómenos más peculiares del actual ciclo expansivo es el hecho
de que, si bien pocas voces supieron anticipar la mayor recesión desde
el crac de 1929, ahora llevamos años acumulando avisos de nuevas crisis
inminentes, que se prometen tanto o más graves que en 2008. Ello al
menos permite hacernos una idea tanto de la solidez de la recuperación,
como de la afinada capacidad predictiva de la ciencia económica.
Con todo, y aunque sigamos sin saber qué
nos deparará el futuro, sí surgen algunos motivos para la preocupación.
Uno de ellos, del que nos ocuparemos en este texto, tiene que ver con la
evolución de la deuda global.
El pasado mes de octubre, el Fondo Monetario Internacional alertaba sobre la creciente deuda mundial, actualmente en niveles récord. En su último Informe de Estabilidad Financiera Global,
estimaba que la deuda global no financiera había alcanzado al término
de 2017 un nuevo máximo histórico equivalente al 250,7% del PIB mundial.
Son 40,5 puntos porcentuales más (50,7 billones de dólares en términos
absolutos) que al final de 2008, en plena crisis entonces.
El aviso del FMI tampoco es nuevo, y viene a sumarse a otros desde 2015, empezando por el de la consultora McKinsey. Pero desde entonces, la deuda global no ha dejado de aumentar. (...)
Pero
para abordar esta cuestión necesitamos observar el proceso de
endeudamiento global de manera algo más desagregada por diversos grupos
de economías.
Al
respecto, un primer elemento por destacar es que la deuda ha crecido en
esta década de manera generalizada por el mundo, pero de forma
diferenciada. Veamos. La deuda total no financiera incluye deuda pública
más la de empresas no financieras y hogares. Pues bien, en el caso de
las “economías avanzadas” (según terminología del FMI) el crecimiento
del endeudamiento ha venido principalmente del sector público.
Mientras,
en las economías “emergentes”, ha proliferado mayoritariamente la deuda
privada en general y la empresarial en particular. Grosso modo, esta
diferente dinámica en unos y otros parece obedecer, en el caso de las
economías más desarrolladas al proceso de desendeudamiento privado tras
la burbuja de crédito que derivó en la crisis.
Mientras, en las llamadas
emergentes y otras en vías de desarrollo, la afluencia de capitales ha
facilitado allí el crédito privado, a lo que se han sumado unas
políticas monetarias más laxas con el fin de facilitar con deuda la
demanda interna ante una ahora menor demanda exterior. (...)
tratando
de responder a la pregunta que nos hacíamos al inicio, los riesgos de
una nueva crisis por sobrendeudamiento similar o mayor a la de 2008
parecen hoy todavía menores que los de entonces. Una nueva crisis de
deuda privada no parece pues inminente. Sin embargo, las
vulnerabilidades se acumulan rápidamente, al tiempo que crece el apetito
por el riesgo, jaleado también por unos bajos tipos de interés.
No
existe un umbral de deuda concreto que nos permita decir cuándo mucho es
demasiado, pero un alto nivel de endeudamiento hace a las economías muy
vulnerables ante cualquier cambio en las expectativas y en la
percepción del riesgo. La Gran Recesión no culminó con una respuesta de
políticas que atendieran a las causas últimas que propiciaron la crisis.
Peor incluso, en casos como Estados Unidos se han eliminado los tímidos
avances en materia de regulación y supervisión financieras. Mientras
tanto, el proceso de sobreendeudamiento parece haberse resuelto como
quien barre bajo la alfombra. La deuda más que reducirse, cambia de
sitio. (...)
Cabría preguntarse entonces si no sería mejor priorizar las políticas
públicas para gestionar una rápida cancelación de deudas privadas, en
lugar de una lenta digestión de estas, conjugada con políticas de
austeridad contraproducentes."
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