"Las grandes corporaciones están bajo ataque en Estados Unidos. Una
intensa oposición local obligó a Amazon a cancelar sus planes de abrir
una nueva sede en el barrio de Queens de la ciudad de Nueva York.
Lindsey Graham, senador republicano por Carolina del Sur, cuestionó el indisputado poder de mercado de Facebook, y su colega demócrata Elizabeth Warren, de Massachusetts, pidió la división de la empresa. Warren también presentó un proyecto de ley que asignaría a los trabajadores el 40% de los puestos en las juntas directivas de las empresas.
Aunque esas propuestas puedan parecer fuera de lugar en la tierra del
capitalismo de libre mercado, Estados Unidos necesita exactamente esta
clase de debate. (...)
Cuando unas pocas corporaciones dominan una economía, es inevitable que
se combinen con los instrumentos del control estatal en una inicua
alianza entre las élites de los sectores público y privado.
Es lo que
sucedió en Rusia, un país democrático y capitalista sólo de nombre.
Mediante el control total de la industria extractiva y de la banca, una
oligarquía supeditada al Kremlin ha hecho imposible una verdadera
competencia económica y política. (...)
En concreto, en una era de cadenas de suministro globales, las
corporaciones estadounidenses han aprovechado enormes economías de
escala, efectos de red y el uso de datos en tiempo real para mejorar el
desempeño y la eficiencia en todas las etapas del proceso productivo.
Una empresa como Amazon aprende todo el tiempo de sus datos para
minimizar los tiempos de entrega y mejorar la calidad de sus servicios.
Sabiéndose superior a la competencia, la empresa necesita pocos favores
del gobierno (...)
Pero que hoy las superestrellas corporativas sean supereficientes no
implica necesariamente que sigan siéndolo, sobre todo en ausencia de una
verdadera competencia. Las empresas dominantes siempre pueden caer en
la tentación de mantener su posición por medios anticompetitivos.
Con su
apoyo a iniciativas como la Ley sobre Fraude y Abuso Informático (1984)
y la Ley de Derechos de Autor de la Era Digital (1998), las principales
empresas de Internet se aseguraron de impedir el uso de sus plataformas
a sus competidores para que no pudieran aprovechar los efectos de red
generados por la presencia de los usuarios.
Del mismo modo, después de
la crisis financiera de 2009, los grandes bancos aceptaron que una mayor
regulación era inevitable; pero luego presionaron para que se dictaran
normas que, casualmente, hacían más costoso el cumplimiento normativo,
lo que dejó en desventaja a competidores más pequeños. Y ahora que el
gobierno de Trump reparte aranceles a diestra y siniestra, empresas bien
conectadas podrían influir en quién obtiene protección y quién paga los
costos.
Más en general, cuanto más influye sobre las ganancias de una empresa la
fijación estatal de derechos de propiedad intelectual, regulaciones y
aranceles (en vez de la productividad), más dependiente se vuelve de la
benevolencia del gobierno. (...)
La presión sobre el gobierno para que preserve la competitividad del
capitalismo e impida su tendencia natural al dominio de unas pocas
empresas dependientes suele surgir de personas de a pie, que se
organizan democráticamente en sus comunidades y que, carentes de la
influencia de las élites, suelen pedir más competencia y apertura.
En
Estados Unidos, el movimiento “populista” de fines del siglo XIX y el
movimiento “progresista” de principios del siglo XX fueron reacciones a
la formación de monopolios en industrias cruciales como los
ferrocarriles y los bancos.
Estas movilizaciones de base llevaron a
normas como la Ley Antitrust Sherman de 1890 y la Ley Glass-Steagall de
1933 (aunque en forma más indirecta) y a medidas para mejorar el acceso a
educación, salud, crédito y oportunidades económicas. Con su defensa de
la competencia, estos movimientos no sólo evitaron que el capitalismo
perdiera dinamismo, sino que también alejaron el riesgo de un
autoritarismo corporativo.
Hoy que los mejores empleos se concentran en empresas superestrella que
buscan a la mayoría de sus empleados en unas pocas universidades
prestigiosas, que las pequeñas y medianas empresas encuentran el camino
al crecimiento plagado de obstáculos puestos por las empresas
dominantes, y que la actividad económica se va de las ciudades pequeñas y
de las comunidades semirrurales hacia las megalópolis, hay un
resurgimiento del populismo.
Los políticos se esfuerzan en darle
respuesta, pero nada garantiza que sus propuestas nos lleven en la
dirección correcta. Como quedó en claro en la década de 1930, puede
haber alternativas mucho peores que el statu quo. Si los votantes
en pueblos franceses en decadencia y en el Estados Unidos profundo
sucumben a la desesperación y pierden la fe en la economía de mercado,
serán vulnerables a los cantos de sirena del nacionalismo étnico o del
socialismo liso y llano, cualquiera de los cuales destruiría el delicado
equilibrio entre el mercado y el Estado, poniendo fin a la vez a la
prosperidad y a la democracia.La respuesta correcta no es la revolución,
sino el rebalanceo.
El capitalismo necesita reformas desde arriba, por
ejemplo una actualización de las normas antitrust, para garantizar la
eficiencia y apertura de las industrias y evitar el monopolio. Pero
también necesita políticas desde abajo que ayuden a las comunidades
económicamente devastadas a crear nuevas oportunidades y a preservar la
fe de sus integrantes en la economía de mercado.
Escuchar las críticas
populistas (sin seguir a ciegas las propuestas radicales de sus líderes)
es esencial para proteger el dinamismo de los mercados y la democracia."
(Raghuram G. Rajan , Professor of
Finance at the University of Chicago and the
author of The Third Pillar: How Markets and the State Leave the Community Behind. , Project Syndicate, 06/05/19)
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