"Mucho se habla del “mundo después de la pandemia”.
Habrá cambios, seremos otros, dicen. Parece que el virus sea un agente
transformador y no un mero factor de enfermedad, desempleo y pobreza.
Desde luego, “otro mundo es posible”, pero ni el cambio está
garantizado, ni tiene que ser ineludiblemente un cambio a mejor. (...)
“¿De verdad creen ustedes que cuando pase esta pandemia, cuando la
segunda o decimosexta ola de coronavirus se haya olvidado, los medios de
vigilancia no se conservarán? ¿Qué las colecciones de datos recogidas
no se habrán almacenado? Sea cual sea su uso, estamos en vías de
construir la arquitectura de la opresión”, advierte Edward Snowden. Es
solo un aspecto de cambio a peor. ¿La salud por delante de la economía?
El sistema que ha venido elevando los niveles permitidos de
utilización de sustancias dañinas, que privatizó los sistemas de salud,
que engaña con las emisiones de los automóviles y los identificadores de
los alimentos, y que ha venido defendiendo como inocua la energía
nuclear, e incluso el almacenamiento de sus residuos, ese mismo sistema
¿tiene credibilidad cuando nos dice ahora que hará todo lo posible por
defender la salud de la población?
No hay duda de que la coyuntura determina repartos de dinero, en primer
lugar hacia las empresas, los bancos y sectores en crisis (el gigantesco
rescate americano de la Cares Act se aprobó el 25 de marzo) y
también alguna distribución de dinero social durante algunos meses, pero
en cuanto pase la enfermedad, habrá un regreso inercial hacía lo suyo.
Desde luego el capital no va a rendirse por un virus, no va a abdicar de
las ventajosas parcelas de poder y gobierno que ha adquirido en las
últimas décadas bajo la ideología de la globalización neoliberal.
¿Por
qué iban a renunciar al trabajo precario, a seguir calentando el
planeta, a gastar más en armas y en crear tensiones bélicas si todo eso genera beneficios?
Para un nuevo orden mundial más viable y equitativo hace falta una
fuerza social colosal que lo imponga. En marzo se constataba que
entrábamos en aguas desconocidas .
A mediados de mayo el panorama sigue lejos de estar claro, pero la
sensación es la de que estamos entrando en la boca de un túnel.
Más presión contra China
En el centro del Imperio el Presidente idiota sigue alimentando una
guerra fría con China. Ese podría ser su gran recurso para ganar su
reelección. Trump ha hecho tantos estropicios en el gobierno de la
pandemia en su país que necesita una buena cortina de humo para lograr
un nuevo mandato en un país con cuarenta millones de parados (22,5% de
la población activa, a apenas tres puntos del 25% de la gran depresión
en 1933). En China la pandemia ha dejado 4600 muertos, mientras que en
Estados Unidos van por 90.000, así que no hay más remedio que afirmar
que China es culpable de haber creado el virus y de falsificar sus
cifras (...)
Si después del 11-S neoyorkino se pudo dirigir el asunto contra Irak,
inventándose lo de las armas de destrucción masiva de Sadam, ¿por qué
no va a ser ahora posible arrastrar al público hacia la leyenda de la
“culpabilidad” de China?
La patada en el tablero
El asunto viene de lejos. Las enmiendas a la globalización son
claramente anteriores a la pandemia. Tienen que ver con el hecho central
de que se hacía evidente que China iba ganando, adquiriendo mayor peso y
potencia, jugando en un tablero americano, con normas e instituciones
creadas y controladas por Estados Unidos y a la medida de sus intereses.
La globalización era muchas cosas, pero entre ellas, un seudónimo del
dominio mundial de Estados Unidos. Y resulta que China se crecía en ese
tablero y que la próxima consecuencia de ese crecimiento es descabalgar
el papel del dólar en la financiación del comercio global. Así que había
que cambiar las cosas, realizar enmiendas, dar una patada al tablero
para recolocar las fichas.
Ellos que siempre soñaron con llegar un acuerdo bilateral con Estados
Unidos que les dejara vivir (sueño que era compartido por el Kremlin),
se dieron cuenta de que si “vivir” significaba ir a más, ser soberanos e
independientes, desarrollarse, mejorar y aumentar su peso en el mundo,
no solo no habría acuerdo de coexistencia sino conflicto, porque
EstadosUnidos no lo acepta. El único acuerdo que acepta es la sumisión.
Por eso ajustaron su sistema político, con la dirección más centralizada
y firme de Xi Jinping y su fortalecimiento militar en el Mar de China
Meridional.
Este doble refuerzo -además de su dinámico desarrollo
tecnológico y su estrategia de exportación de sobrecapacidad e
integración comercial mundial, la Belt & Road Initiative-,
se basa en la razonable y profunda convicción de que las relaciones con
Estados Unidos van a ir a peor. Ese refuerzo no está enfocado a
sustituir a Estados Unidos como superpotencia global, como suele
decirse, sino a proseguir el ascenso de potencia emergente y a
garantizar una no victoria militar de Estados Unidos en un
conflicto regional en su entorno asiático inmediato (su mar Caribe), que
a poder ser disuada a los generales del Pentágono de iniciarlo. En ese
tablero, la pieza de Taiwan vuelve a ganar peso.
Mas incompetencia geopolítica y desintegración en la UE
Sea como fuere, el vector de la guerra fría entre Estados Unidos y China que solíamos contemplar como posibilidad a medio y largo plazo, ya está declarado como realidad.
Para la Unión Europea, que gasta en armamento 300.000 millones de
dólares al año (es decir más que la suma de China y Rusia) es una nueva
ocasión de reiterar su incompetencia geopolítica y su demostrada
condición de vasallo impotente. En Alemania el consenso mayoritario del establishment lo ha resumido el presidente del grupo editorial Springer,
Matthias Döpfner diciendo, “cuando la crisis del coronavirus se supere,
los europeos deberán decidir la cuestión de las alianzas: con América o
con China”, cuestión que para él no tiene secreto. (...)
La apuesta de la Unión Europea “por América” y contra China sigue la estela de Washington. (...)
Mientras el director del Programa Mundial de Alimentos de la ONU,
David Beasley, advierte que cientos de millones de personas pueden
sufrir hambre en la “peor crisis humanitaria desde la Segunda Guerra
Mundial”, particularmente en África y Oriente Medio y en países que
sufren crisis bélicas o sanciones, Estados Unidos (junto con Inglaterra,
Ucrania, Canadá y Corea del Sur) ha abortado los proyectos de
resolución para congelar las sanciones unilaterales contra los países en
desarrollo afectados por la pandemia e incluso una simple propuesta de
alto el fuego allí donde hay guerra.
La pandemia no ha unido al mundo, sino que al contrario ha
incrementado gravemente el riesgo de conflictos mayores, “amplificando y
acelerando” ese peligro, constata el viceministro de exteriores ruso,
Sergey Ryabkov. (...)
La lógica imperial, belicista y suicida, no solo no remitirá, sino que cobra nuevo vigor.
El actual sistema de capitalismo neoliberal, a diferencia del de los
años treinta, cuarenta, cincuenta o sesenta del pasado siglo, ha
castrado al sistema político convirtiéndolo en su subalterno. Como dice
Serge Halimi, cuando se evoca como modelo y precedente el programa
económico y social del Consejo Nacional de la Resistencia en Francia, la
conquista de los derechos sindicales en muchos países, o las grandes
obras públicas del New Deal en Estados Unidos, se olvida el detalle de que los resistentes franceses aún tenían las armas en casa, que el establishment
temía una revolución en países como Francia o Italia y que el capital
estaba asustado. Lo político primaba mucho más que hoy sobre lo
“económico”.
Hoy el capital no tiene motivos, ni temores, para negociar
nada. ¿Qué tenemos hoy después de treinta o cuarenta años de
colonización capitalista de nuestras sociedades occidentales?
“Poblaciones confinadas, tan miedosas como pasivas, infantilizadas por
las cadenas de televisión (y las “redes sociales”), convertidas en
espectadoras pasivas y neutralizadas”, dice Halimi.
No habrá ese mágico “día de la victoria” sobre el virus en el que la
población saldrá entusiasmada a la calle y los gobiernos proclamarán una
nueva forma de vida con lecciones para afrontar el calentamiento global
y los demás retos del siglo. Solo el cambio en la correlación de
fuerzas que resultara de una gran fuerza social y del miedo puro y
simple del capital ante ello posibilitará reformas significativas. La
simple realidad es que hoy los gobiernos pueden cambiar por la acción
del voto, pero es muy improbable que el voto cambie el sistema y la
lógica fundamental.
Un 15-M multiplicado por diez no alcanza para cambiar el sistema
Supongamos que un gobierno de izquierdas, por ejemplo en España, sale
de la pandemia apoyado por un fuerte movimiento social, un 15-M
multiplicado por diez que realiza la proeza de convertir en ciudadanos a
una mayoría de los actuales consumidores-clientes e impulsa un
programa de reformas: nueva política fiscal menos injusta, potenciación
del sector público, nacionalización de los transportes, las
telecomunicaciones y la banca, proteccionismo. Es decir, un programa de
progreso de los años sesenta más la renta básica y la fuerte protección
medioambiental que se precisa hoy.
Como dice Frédéric Lordon, no hay duda sobre
lo que se le vendría encima a un gobierno de ese tipo: el sector
financiero internacional y los mercados. Le declararían la guerra. Desde
Estados Unidos, desde los centros de poder e instituciones de la Unión
Europea, desde los poderes fácticos del propio país y desde una
oposición interna radicalizada y fuertemente respaldada desde el
exterior. Los medios de comunicación, en su inmensa mayoría correas de
trasmisión de ese conglomerado sistémico que domina lo político, le
harían la vida imposible.
La independencia de Cataluña, por ejemplo,
sería bien vista por unos poderes globales enfocados a cortar por lo
sano el ejemplo: mejor un país roto que un precedente transformador.
Surgiría así el imperativo internacionalista, la conciencia de la enorme
dificultad de acometer el cambio en un solo país y mientras tanto
aparecería un Tsipras que, cediendo a la fuerza de las circunstancias,
traicionaría todo lo prometido o emprendido…
Se dirá que todos los intentos de cambio se han enfrentado a ese tipo
de cuadros, pero hoy, cuando lo político está atrapado por la red
sistémica y su lógica fundamental, aún más. Claro, si esa hipótesis de
gobierno transformador apoyado por una gran fuerza social se realizara
en un país tan importante como Estados Unidos, o tan central en Europa e
históricamente tan inspirador como Francia, con capacidad de irradiar
impulsos fuera de sus fronteras y convertir una salida del capitalismo
en asunto internacional, otro gallo cantaría. Pero, ¿dónde está esa
enorme fuerza social necesaria para el cambio de la desmundialización
ciudadana que soñamos?
El neoliberalismo de las últimas décadas consistió en la ruptura de
los consensos sociales de posguerra. No está dispuesto a negociar al
respecto y eso no tiene una solución electoral. Solo la imaginación, la
audacia y el sueño permiten tantear y anticipar lo que por definición es
siempre inesperado. Cuando nos adentramos en la boca del túnel es
necesario reflexionar sobre todo ello sin hacerse ilusiones infantiles." (Rafael Poch, CTXT, 26/05/20)
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