"(...) Si nos centramos en Europa, es sin duda el caso de Italia y España,
que según un primer informe del FMI serán los países europeos más
afectados por la incipiente recesión y los efectos de la criogenización
de la economía a lo largo de los próximos meses.
No es una casualidad que los dos países mediterráneos estén mostrando
una afinidad total en el ámbito político y diplomático, así como un
alto grado de coordinación y de colaboración en la batalla que se está
librando en las instituciones europeas para definir el plan de salida de
la crisis.
España e Italia se sientan en el mismo lado de la mesa,
justo enfrente de Holanda y los países del Norte, con un planteamiento
común que se puede sintetizar en la necesidad de no dejar nadie atrás y
no repetir los errores del 2011, cuando, entre otros, estos dos países
sufrieron de manera feroz el dogma de la austeridad neoliberal impuesta
por el Gobierno de Alemania y sus socios preferentes.
Nadie debe olvidar que en aquella crisis los gobiernos que tuvieron
que gestionarla aceptaron sin demasiada resistencia las reglas impuestas
por la Comisión europea. La imagen de Juncker estrangulando a De
Guindos puede ser una buena metáfora de lo que sufrió el país ibérico
entonces, mientras en el país transalpino un gobierno técnico cerraba
las décadas berlusconiana y aceptaba sumisamente las medidas
austericidas, con el “Europa o muerte” como telón de fondo.
Ha quedado a la vista de todo el mundo lo dañinos y perjudiciales que
resultaron para ambos países el seguidismo de las reglas de contención
del gasto y las políticas de recortes de la última década. Estas reglas,
lejos de contener la deuda, (altísima ya entonces en el caso italiano y
que se disparó en el caso español) afectaron profundamente a su tejido
social, económico y productivo. (...)
Las consecuencias de la austeridad y de sus postulados fueron
devastadoras para ambos países: una mayor debilidad y dependencia de
factores exógenos de la economía nacional; la cronificación de la
fragilidad del mercado laboral y la cristalización de su dualidad; el
ensanchamiento de las brechas sociales y territoriales (en particular
Norte-Sur; urbano-rural).
Cabe destacar que estas políticas, lejos de recibir el apoyo popular,
se aplicaron frente a la contestación social y las reivindicaciones
democráticas. Esta respuesta popular sirvió para reforzar al Movimiento
Cinco Estrellas en Italia y permitió la irrupción de Podemos en España
que, de maneras diferentes, fueron capaces de aglutinar parte del
descontento de las bases progresistas del país.
Unas bases que habían
visto a los referentes de sus partidos formar parte de una clase
política corrupta y que había dado la espalda a la ciudadanía. A pesar
de eso, también hay que reconocer que buena parte de la población,
carente de una alternativa real, asumió los sacrificios impuestos. El
sueño europeo ganaba, por el momento, al drama social.
Después de casi una década, que podemos describir como de “lágrimas y
sangre”, y con una segunda fase de crecimiento raquítico en el caso
italiano y que no ha llegado ni mucho menos a todos los hogares en el
caso español, este sueño europeo se ha empezado a percibir más bien como
una pesadilla, como una pérdida de soberanía injustificada por una
parte creciente de la población. No hay que olvidar que los dos países
presentan una de las tasas de desigualdad y de exclusión social más
altas de la UE. Tampoco podemos ignorar a toda una generación de
precarizados, que se puede ver definitivamente machacada por otra crisis
económica. (...)
En estos momentos existe una percepción de abandono y decepción. A
esta percepción real, que sirve de abono perfecto para el crecimiento de
los movimientos ultras y xenófobos, hay que sumar la crispación del
debate territorial en ambos países. Estos elementos sólo hacen que una
salida desordenada de esta crisis o, peor aún, con las mismas reglas del
pasado, se pueda transformar en un abrir y cerrar de ojos en una crisis
política e institucional. Por si fuera poco, tampoco podemos olvidarnos
de Francia, donde un Macron acorralado por las reivindicaciones y
protestas sociales tiene que defenderse, a la vez, de la incombustible
Le Pen.
Además, estamos viendo cómo partir de puntos de partida diferentes en
esta crisis puede determinar respuestas diferentes en términos de
impacto macroeconómico por parte algunos miembros de la Unión.
Por
ejemplo, un alto nivel de deuda puede influir en las posibilidades de
implementar las políticas de contención de la crisis por parte de los
países del Sur, que tendrán que elegir una vez que acabe la emergencia
sanitaria, entre poner en marcha políticas de protección social o
políticas expansivas de inversión y de transformación. El Norte, sin
embargo, puede tener las manos libres para apostar claramente por las
segundas, ampliando así su poder económico y reforzando su hegemonía en
el espacio comunitario.
Es decir, los ya citados efectos de la década de
austeridad sobre las economías de España e Italia, entre otros, serían
el origen de una respuesta no adecuada en este escenario. Proponer una
vez más los mismos instrumentos y las mismas dinámicas sólo
desencadenaría una espiral recesionista y alejaría definitivamente la
posibilidad de una salida en V en la fase de reactivación económica.
Alemania haría bien en no olvidar que el mercado europeo es la principal
salida para sus productos y el que sostiene su superávit comercial.
Por todo lo dicho, las propuestas de mutualización de la deuda y de un
plan Marshall europeo planteadas por los Gobiernos de Italia y España, y
que han encontrado el apoyo de los países que han sufrido las políticas
de austeridad y hasta el respaldo más o menos explícito de Macron y del
Gobierno francés, no es una petición de ayuda unilateral o de una
solidaridad de inspiración cristiana. Se trata, en realidad, de la única
manera de dar un nuevo impulso al proyecto unitario europeo, ya que
suponen una acción directa de las instituciones comunitarias y el
reforzamiento de los instrumentos comunes de política económica y
fiscal.
La crisis anterior y el Brexit ya golpearon los cimientos de las
instituciones europeas (con ver la composición del actual parlamento y
las dificultades de elección de los principales organismos de gobernanza
podemos hacernos una idea de la crisis profunda que vive de manera cada
vez menos latente la UE). Una salida asimétrica de la próxima recesión
sería insostenible, tanto a nivel social como a nivel económico y
político, para el conjunto del espacio comunitario." (Giuseppe Quaresima, Economía Crítica y Crítica de la Economía, 07/05/20)
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