" Maduran las contradicciones del régimen ruso
Como en el resto de las potencias, tampoco en Rusia la pandemia está alterando de forma significativa las tendencias que se observaban antes de ella, pero las acelera.
El plebiscito constitucional iniciado el 25 de junio y dilatado hasta
el uno de julio, ha ilustrado la maduración de las contradicciones y
dificultades internas del régimen ruso. Como ocurrió en Pekín hace años
cuando se blindó la autoridad de Xi Jinping, en Moscú los gobernantes
también son conscientes de que se avecinan tiempos difíciles y se
preparan. (...)
Diferentes son los potenciales objetivos de cada país, sus sistemas
de gobierno y sus sociedades. Lo de los chinos es mucho más estable y
seguro en las tres categorías citadas. Por más que algunos politólogos
del establishment ruso como Sergei Karaganov, insistan en el eurasianismo
político de los rusos y su condición de “no occidentales”, la gran
tradición secular rusa está ahí bien anclada.
No es que el eurasianismo
sea un mito. Rusia es Eurasia, pero no es Asia. Como decía Miliukov, “es
Europa complicada por Asia”. Su sello histórico-cultural es inequívoco:
lengua eslava, alfabeto griego y cristianismo ortodoxo, y eso no lo
cambia el actual despecho de quienes, como Karaganov, en la época de
Yeltsin eran furibundos occidentalistas y ahora dicen mirar hacia China
porque la antigua novia les dejó.
El cinturón de seguridad está más que justificado: vienen tiempos aun
más difíciles, con un petróleo barato, sanciones occidentales
recrudecidas, un incremento en la caída del nivel de vida y una presión
militar extranjera recrudecida. Hay que prepararse para gobernar con
menos recursos, tanto materiales como geopolíticos. (...)
El petróleo a precios favorables y la estabilidad y el orden
elemental que Vladimir Putin puso en el país desde principios de siglo
sin tocar los fundamentos del capitalismo burocratico, produjo el
milagro de la recuperación rusa. La gente que recordaba la miseria y la
humillación de la época de Yeltsin se acostumbró a que la vida dejara de
ir a peor y recompensó a Putin con un gran prestigio interno. No hay el
menor misterio en ello. Cualquier sociedad habría reaccionado igual.
El no va más exterior defendido por medios militares que supuso la
respuesta rusa al entrismo noratlantista en el Cáucaso y Ucrania tras
años de desvergonzada ampliación de la OTAN, recuperó la dignidad
nacional. Con su prestigio en lo más alto pese a haber perdido Ucrania,
Putin dejó pasar el “momento Crimea”, el gran aplauso de Rusia a la
recuperación de una tierra rusa llamada a ser base de la OTAN.
Desde
aquel cenit nacional el Presidente podría haber afirmado una política
económica socialmente orientada, disolver el sistema de magnates y
atajar la corrupción. Podría haberse convertido en un Lukashenko ruso y
consolidar un consenso basado no solo en el patriotismo sino también en
una idea de equidad y justicia social que recuperara lo rescatable del
sovietismo. Aquello se dejó pasar.
En política exterior Rusia ha sabido aprovechar los desconciertos y
crisis de Occidente, pero sus apuestas exitosas, como la de impedir un
cambio de régimen en Siria fueron arriesgadas. Hoy la suma de recesión y
de un descalabro exterior, posible si, por ejemplo, Washington y sus
aliados deciden volver a sangrar a Siria, es una amenaza fatal para la estabilidad interna.
El cinturón de seguridad es igual de necesario que en China, pero en
Pekín no tienen el problema de la “democracia de imitación” que
caracteriza a Rusia. Hay democracias con elecciones, alternancia y
división de poderes de baja intensidad (por la contradicción básica
entre democracia y capitalismo), hay democracias de imitación
que escenifican en cartón piedra los ritos del voto y la división de
poderes pero que están cerradas a la alternancia en el poder, y hay
otros regímenes sin ninguno de esos ritos que juegan en otra liga.
Lo
nuestro es lo primero, lo de los rusos lo segundo y lo de los chinos es
la otra liga. El cinturón de seguridad chino, el refuerzo de la
autoridad del líder, no funciona en Rusia porque ese país no es Asia,
sino Europa complicada por Asia. La sociedad rusa aspira a una democracia europea -precisamente por eso el régimen la imita- y no a jugar en otra liga.
Aquí es donde incide el problema de la reproducción del sistema autocrático
heredado de Yeltsin en Rusia: hay una contradicción aparentemente
irresoluble entre la estabilidad del sistema autocrático y su
legitimación por vía electoral. La mera cercanía de elecciones
presidenciales (2024) en las que el actual Presidente no podía
presentarse por imperativo constitucional era una fuente de
inestabilidad.
El retiro con fecha del jefe pone en marcha toda una
panoplia de inestabilidades, desde revoluciones de colores con apoyos
extranjeros, hasta conspiraciones en el seno de la elite para hacerse
con el trono, pasando por una mezcla de ambas cosas. La combinación de
eso con el agravamiento de la presión occidental y la merma de recursos
económicos, enciende todas las luces rojas a un régimen que, como todos,
aspira a sobrevivir.
Tal fue el sentido de la reforma constitucional cocinada y aprobada en
marzo. El plebiscito la ha refrendado en julio por un amplio margen del
76% contra 22% (con una participación del 64%), seguramente menos por
amor al líder, cuyo prestigio ha caído considerablemente, que por falta
de una alternativa clara que garantice la estabilidad e impida el caos.
La oposición a Putin, incluida toda la disciplinada narrativa
occidental, estima que las enmiendas a la Constitución son
irrelevantes, no así la posibilidad de que Putin pueda participar en las
elecciones de 2024 y ser reelegido hasta 2036.
Lo que no se dice es que
Putin ha dicho en diversas ocasiones que no está seguro de volverse a
presentar. Lo que es seguro es que si el Presidente anunciara que no
se presenta, su debilidad sería inmediata y las maniobras para
sucederle peligrosas. Las propias características del sistema
autocrático y su democracia de imitación condenan a Putin a mantener la
incógnita de su eternización en el poder y a dejar abierta la puerta de
su reelección. Pero ¿qué pasa en la sociedad? (...)
La mayoritaria impresión de que la oposición liberal
(occidentalista) sería peor que Putin, como Yeltsin lo fue en su día,
parece bien arraigada. Las características de los personajes
“alternativos” liberal-patrióticos, tipo Aleksei Navalny, demagogos de
diverso pelaje y sufridos y valientes disidentes, no son para celebrar, y
a la oposición de izquierdas le falta, quizá, una generación para
crecerse. En cualquier caso, el régimen los elimina a unos y a otros,
bien comprándolos, bien asustando y castigando. ¿Es eso una receta de
futuro?
La oposición está convencida del propósito de eternizar a Putin.
También lo está de la falsificación de los resultados del plebiscito. Lo
que cuenta para el futuro no es tanto esa posible falsificación, sino
que la parte más “informada” y políticamente activa de la sociedad así
lo crea. Ese es uno de los precios que la autocracia paga por su
imperio: a tal poder, tal oposición. La ausencia de canales
institucionales condena a la oposición al contubernio y la revuelta.
El
maltrato suscita deseos de revancha. La total ausencia de
responsabilidades políticas con la que la autocracia condena a la
oposición, elimina en esta todo sentido de Estado. El cinturón de
seguridad que Putin se ha puesto con el plebiscito incrementa todas esas
tendencias.
Con toda su ambigüedad, la victoria plebiscitaria deja un sabor de
fraude. El sábado, en Jabarovsk, decenas de miles de ciudadanos salieron
a la calle a protestar por la incriminación de un gobernador popular.
Los medios de comunicación oficiales hablaron de 6500 manifestantes
cuando eran muchos más. En el extremo Oriente la situación está
revuelta. En ese contexto llama la atención el nuevo artículo 67 de la
enmendada constitución. Contempla la creación de “territorios
federales”, una fórmula que permitiría suprimir los órganos
representativos locales en una zona (conflictiva) concreta y
sustituirlos por una gobernanza directa desde el Kremlin.
El sistema no
parece dejar espacio a la reforma y la evolución de toda una generación
que necesita Rusia. Solo se prepara para utilizar el garrote. ¿Se
enredará el Kremlin en su cinturón de seguridad? En cualquier caso, la
estabilidad interna de una potencia cuyo papel internacional de
contrapeso del hegemonismo es fundamental, es algo que importa a todo el
mundo." (Rafael Poch, blog, 28/07/20)
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