"(...) Mirando lo que ocurre en Francia podemos anticipar los problemas que,
más temprano que tarde, deberemos afrontar nosotros también.
El pasado domingo, 28 de junio, nuestros vecinos celebraron la segunda vuelta de las elecciones municipales. (...)
Es indudable que el escrutinio representa un fiasco para Macron: las candidaturas de su formación (“La République en Marche”) fracasan estrepitosamente, como reflejo del profundo malestar social generado por las políticas presidenciales (...)
Y no es menos cierto que la izquierda, en su sentido más amplio, cosecha
victorias alentadoras de cara a la disputa del Elíseo, dentro de dos
años. (...)
La prensa ha hablado de “marea verde”. Una percepción que han
compartido, alborozadas, todas las formaciones europeas de sensibilidad
ecologista. En realidad, lo que ha funcionado ha sido la alianza del
espacio socialdemócrata con los verdes. Y todo el mundo entiende que, si
se pretende disputar la presidencia de la República a la derecha
liberal y a la extrema derecha, sólo cabe hacerlo con posibilidades de
éxito mediante un candidato o candidata de esa nueva “unión de la izquierda”.
Sin embargo, hay que subrayar que, incluso allí donde ha sido una
personalidad socialista quien ha alcanzado la alcaldía, como en París,
lo ha logrado sobre la base de un discurso marcadamente verde,
enarbolando la bandera de una ciudad medioambientalmente justa. Es
indiscutible que la crisis climática, sobre todo tras la sacudida de la
pandemia, forma parte ya de las grandes preocupaciones de la sociedad
francesa.
Pero habría que poner esa constatación en relación con otro dato
relevante de estos comicios: la abstención – que sin duda tiene causas
multifactoriales – ha alcanzado un record histórico, prácticamente del
60%. Y se ha concentrado en los barrios populares, en los sectores
sociales más castigados por el paro y la precariedad. Atención a ese
aviso.
Las elecciones han coincidido con el cierre, previsto desde hacía tiempo, de la central nuclear de Fessenheim, localidad del Alto Rin. Las cifras hablan por sí solas e ilustran perfectamente el problema. Fessenheim tiene
2.500 habitantes. En la central trabajaban, entre personal fijo y
subcontratas, más de mil personas. El desmantelamiento de los reactores,
que requerirá unos quince años, dará trabajo a unos sesenta operarios.
Los planes de reindustrialización de la comarca – en torno a la
producción de biocombustible y otros proyectos – pueden tardar todavía
años en concretarse. Entretanto, la CGT habla de “ecocidio” de
la región. Los ecologistas franceses y alemanes, que habían reivindicado
largamente el cierre de la central, celebraron su victoria navegando
por el Rin, sin osar acercarse siquiera a la localidad. Veremos lo que
vota la gente en las próximas presidenciales. Marine Le Pen tiene un discurso que conecta con la desazón y la ira de las zonas industriales desertizadas.
He aquí el verdadero desafío, francés y europeo: es necesario un
programa de transformación ecológica de la economía que la clase
trabajadora pueda transitar sin desintegrarse, como una vía de progreso
social. Si el futuro verde se limitase a una aspiración de las clases
medias urbanas e ilustradas – ante la mirada escéptica o incluso la
hostilidad de quienes temen convertirse en “perdedores” -, la transición ecológica devendría inviable. Con unas trágicas consecuencias para nuestras sociedades." (Lluís Rabell, Rebelión, 08/07/20)
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