"(...) Esta temporada ha sido, para cualquiera que escriba sobre política con especial atención a la izquierda, la más árida en mucho tiempo, no solo por el descenso de lectores, sino también por la hostilidad de algunos de los que quedaban a cualquier gesto de optimismo. Las alarmas, a pleno funcionamiento tras el pésimo resultado en Andalucía, deberían haber saltado después de la aprobación de la reforma laboral, la exitosa ley que rompía una prolongada inercia neoliberal con el objetivo de lograr la estabilidad en el empleo.
Lo reseñable es que un número nada despreciable de las bases militantes de la izquierda, más allá de sus simpatizantes más ideologizados, reaccionaron ante la nueva reforma no sólo con decepción, sino con antagonismo. Se había descorchado una profunda frustración.
Unidas Podemos consiguió llegar al Gobierno, pero nadie había explicado a su masa social, educada en el populismo del asalto a los cielos, qué suponía estar en el Ejecutivo. Si desde el primer minuto de legislatura se pusieron por delante las cesiones, que toda institucionalidad requiere, antes que los resultados, que toda institucionalidad permite, el desencanto estaba garantizado. Toda una generación ha empezado a pensar en privado aquello de “contra Rajoy vivíamos mejor”.
La ausencia de espacios más allá de lo digital, agravada por el confinamiento, no ayudó en absoluto. La ruptura de canales de comunicación entre los líderes, absorbidos por las dinámicas ministeriales, con sus militantes acostumbrados a jugar a la contra, tampoco. Si a esto añadimos un permanente encono contra los medios, la ecuación se ha vuelto endiablada, no porque las cabeceras de la derecha no iniciaran la guerra, sucia y desmedida, sino porque no puedes construir una imagen de fiabilidad cuando te arrastran al barro.
Yolanda Díaz, por contra, nunca ha dado la sensación de ser ni una invitada ni una asaltante en el Consejo de Ministros, sino que ha reclamado con cada serie de datos sobre empleo su sitio en propiedad. Por esto, unido a que su cartera de Trabajo ha resultado esencial en estos meses de sobresalto continuo, despuntó hasta alcanzar el liderazgo de su espacio. Sin embargo, lo cierto es que el momento laborista no se ha convertido aún en momento electoral.
Díaz puede despertar simpatías entre el votante progresista, pero el reconocimiento no tiene por qué transformarse en escaños cuando la astenia golpea duramente a los suyos. No hay solución sencilla, pero es evidente que una candidatura debe contener algo más que su nombre. También que el misterio que ha rodeado sus deliberaciones ha acabado deviniendo en intriga y tensión, cuando hay que dotar de una organicidad, reglas de uso interno, a la incógnita. Pero, sobre todo, falta encontrar un horizonte al que dirigirse.
Ese puede ser el reverso del propio elemento más dañino de estos últimos meses: la inflación. Si tasar los precios y subvencionar sectores no acaba de dar sus frutos, tocará subir los sueldos. Los sindicatos están metiendo carbón a la máquina: la huelga de los metalúrgicos en Cantabria es el primer ejemplo. Que el presidente Sánchez acompañe la jugada dependerá de la tensión entre su espíritu ideológico y su olfato de supervivencia. Puede que el PSOE deba mirar con curiosidad hacia la historia británica y tirar de épica, puede que dé por amortizada la legislatura encomendándose a Europa y a la fortuna de la excepción ibérica.
“El
invierno de nuestro descontento se vuelve verano con este sol de York”,
escribía Shakespeare al inicio de Ricardo III, el drama que
enfrentaba la prudencia en el Gobierno contra la ambición desmedida de
quien aspira al poder. Ahora que sabemos, tras la mayoría absoluta en
Andalucía, que Saénz de Santamaría no perdió del todo aquel XIX Congreso
del PP, Feijóo aspira a que tan solo le toque esperar." (Daniel Bernabé , El País, 07/07/22)
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