"(...) En el caso de esta última semana, Irene Montero ha recibido insultos ignominiosos por defender (mal) una ley con algunas sombras y muchas luces y por utilizar (bien) un concepto ("cultura de la violación") que, en todo caso, pretendía asimismo, o sobre todo, mantener alta la puja del potlatch en su favor. Quiero decir que ni el radicalismo negro de Vox, bellacamente fascista, ni las respuestas airadas de Podemos, entre el victimismo y la exigencia de solidaridad, pretendían tener razón. Vox vive de la cólera izquierdista de Podemos; Podemos de los ataques infames que reciben Irene Montero o Pablo Iglesias. (...)
Vox enfatiza su insultante agresividad tradicional en un momento de debilidad, militando abiertamente contra la democracia. Podemos, por su parte, explota esas agresiones en el marco de una ya indisimulable pugna introspectiva con Yolanda Díaz, a la que obliga así a un silencio culpable o a decir cosas que quizás no desea decir. Es todo, por desgracia, un asunto puramente interno. El "potlatch" que Podemos mantiene con la derecha radical -es decir- no forma parte de su militancia democrática (o no solo) sino de una estrategia de fortalecimiento grupal que me atrevería a calificar de peligrosamente sectaria. (...)
Los partidos jerárquicos y de fuerte liderazgo, como lo es Podemos, se rigen internamente por mecanismos de cismogénesis complementaria; es decir, de dominio y sumisión. Ahora bien, uno de los rasgos más narcotizantes y cohesivos de la sumisión es el fanatismo: el fanatismo del esclavo en la defensa de su amo, el de la mujer maltratada en defensa del marido violento, el del soldado en defensa del caudillo carismático.
(...) lo que coloquial y militarmente se llama "cerrar filas". Nunca han estado más cerradas esas filas y de una forma tan incondicional; y con muestras más inquietantes de intolerancia hacia el exterior. Al mismo tiempo, y de manera concomitante, esa estrategia de cismogénesis simétrica busca internamente un objetivo más ambicioso: aislar y debilitar a Yolanda Díaz y su proyecto.
(...) a la que de momento ya se ha impedido, más allá de sus errores, despegar con libertad y con un poco de visibilidad ilusionada. Me sentiría muy inclinado a aplaudir la inteligencia, astucia y refinamiento de la táctica de los dirigentes morados si, más allá de su dudosa belleza, no estuviese encaminada a limitar las posibilidades de renovación de un gobierno de izquierdas tras los próximos comicios.
Podemos no puede ganar las elecciones, pero sí hacerlas perder. Ese es el poder que tiene en sus manos a la hora de negociar y el que -mucho me temo- no dudará en usar si esa negociación no conduce a una primacía interna sin reservas ni resistencias. La idea me produce pavor.
Confieso que, sin ilusiones demasiado altas, todas mis esperanzas en esta España difícil de 2022 están puestas en esa renovación. Y confieso que Sumar me parece la mejor baza posible para esa tarea: por la posición de Yolanda Díaz en el juego político y sus logros institucionales, por su interpelación a las mayorías y porque, consecuencia de todo esto, pretende situar la política, como quiso el 15M e intentó el primerísimo Podemos, fuera de los procesos (...) -apuestas de perdedores- que caracterizan hoy a la formación morada, cuya participación es, en cualquier caso, nos guste o no, indispensable.
Que sea indispensable y tenga tantas ganas de perder las elecciones es lo que me llena de aprensión y, a veces, de irritación. Queda tiempo y vivimos en un tiempo político zigzagueante y acelerado, pero me temo que, tras estas dos semanas intensísimas (...), el margen para Sumar se ha estrechado. No sé me ocurre qué podría hacer, salvo seguir pensando siempre más allá y más lejos de los potlatch y las trincheras." (Santiago Alba Rico, Público, 04/12/22)
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