25.9.24

Alessandro Visalli: Sobre Sahra Wagenknech... el populismo, basado en un espíritu inevitablemente anarco-libertario y conservador, no es más que el primer signo de que el ser social está cambiando... es sólo un fenómeno superficial, preliminar y en gran medida «mórbido»... Necesitamos más y más: necesitamos la creación de un orden social que no sea un frágil cáliz de cristal; articular la necesidad de protección y, al mismo tiempo, desafiar el inconsciente principio religioso que confía la salvación a un mercado... la resolución de la contradicción neoliberal entre protección pública y orden social... El retorno a la dureza material conducirá al renacimiento de las personalidades «materialistas» y con ellas a la lucha de clases, propiamente entendida... el éxito de la formación Wagenknecht muestra esta tendencia... la política alemana ilustra perfectamente una agenda política post-populista directamente centrada en cuestiones materiales que toma nota del agotamiento de la "política de la identidad"... Se trata de construir una posición sobre la inmigración que sea pragmática, de sentido común básico y equilibrada (que se fije en las condiciones de las clases trabajadoras y no en la necesidad de cuidadores de las clases medias altas, sin negar que cierta inmigración es necesaria y que hay que ayudar a todos... denuncia a los «moralistas sin empatía» de la «izquierda de moda», que, una vez obtenido lo esencial y asegurada su propia vida (a veces durante generaciones), se centra en el lenguaje y se siente tan alto que sólo es un ciudadano del mundo (es decir, de ninguna parte)... Una izquierda que vive en el vacío y lo cultiva... y una pertenencia, también, a una «nación», término que la política alemana nos recuerda, con razón, que es hijo de la revolución francesa, que no tiene una base étnica, ni religiosa, ni siquiera racial. Sin miedo a referirse también al valor de las tradiciones (entre ellas también las de las democracias populares, de masas, ahora tan distantes de nosotros bajo la influencia de la reacción neoliberal de los años ochenta y noventa)... ataca los «discursos privilegiados», a la «diversidad», que son alienantes para los votantes que en esencia quieren, más bien, «pensiones decentes, salarios decentes e igualdad de derechos». Todo ello, una vez más, señalando que «estamos a favor de que todo el mundo pueda vivir y amar como quiera. Pero hay un tipo exagerado de política identitaria en la que tienes que disculparte si hablas de un tema si no tienes antecedentes de inmigración, o tienes que disculparte porque eres heterosexual»... A la espera de mejores palabras, Sahra llama a esta postura la "izquierda conservadora"... Se trata más bien de un nuevo ser social que empieza a traducirse en forma política: sentido económico, justicia social, paz, libertad de expresión (que va más allá de lo políticamente correcto). Al fin y al cabo, todo es sencillo

"(...) el «riesgo» del que tanto Beck como Giddens (pero, en esencia, todos los sociólogos de mediados de la eufórica década de 1990) hablaron en tono positivo en su momento, ha terminado por extenuar el consenso sobre este asfixiante montaje social. La misma flexibilidad que entonces parecía liberadora para la mayoría, de la sociedad burocrática y organizada de la posguerra, aparece ahora como una pesadilla hecha de angustia existencial, incertidumbre y narcisismo (10). El primer síntoma, pero transitorio, fue la aparición del «Momento Populista» mencionado, por ejemplo, por Carlo Formenti en su «La Variante Populista» (11). 

En una larga fase, que tuvo una fase ascendente en la década de 1910, tras la ampliación de la dinámica en cascada de las múltiples crisis abiertas por el crack de 2007-8 (crisis financiera, luego fiscal, luego política y social), sobre la base de lo que, con una imagen eficaz Moreno Pasquinelli llamó en su día «la papilla social producida por el capitalismo tardío», tomó forma una temporada internacional de movilizaciones hegemonizadas por las clases medias «reflexivas», sobreempleadas y subempleadas por formas económicas «flexibles» (12). Siguiendo la tesis expuesta en mi libro, y que ciertamente no puedo reproducir aquí en toda su extensión, el populismo, basado en los materiales suscitados inspirados por un espíritu inevitablemente anarco-libertario y conservador, no es más que el primer signo de que el ser social está cambiando.

 Pero, al mismo tiempo, sostengo, es sólo un fenómeno superficial, preliminar y en gran medida «mórbido» (por utilizar el conocido término gramsciano) (13). Necesitamos más y más: necesitamos la creación de un orden social que no sea un frágil cáliz de cristal; articular la necesidad de protección y, al mismo tiempo, desafiar el inconsciente principio religioso que confía la salvación a un mercado visto como un conjunto de libertades originales de un hombre anterior al orden social; la resolución de la contradicción neoliberal entre protección pública y orden social 

Mi tesis es que a partir de la crisis del espionaje de finales de los años 90, progresivamente y sobre la base de los propios fracasos de las movilizaciones populistas, comienza a suceder algo nuevo: la conciencia se realinea con el ser social, ya que, como hemos dicho, el neoliberalismo se ha atrincherado bajo sus pies. En los términos que me propongo considerar, la maduración de la «revocación de la revocación» (15) también pone fin a la fase «populista» inicial en la que los movimientos hegemonizados por los trabajadores del conocimiento expresaban, en el vacío de los marcos de sentido del siglo XX, la peculiar y familiar mezcla de individualismo hedonista frustrado, resentimiento ciego e impulso de socialización desestructurada. El retorno a la dureza material conducirá al renacimiento de las personalidades «materialistas» y con ellas a la lucha de clases, propiamente entendida.

Superada esta larga premisa, la interpretación que propongo es que, en las particulares condiciones sociales y políticas de Alemania del Este, donde la destrucción de la forma de compromiso fordista en salsa socialista fue particularmente brutal y prolongada en el tiempo, el éxito de la formación Wagenknecht muestra esta tendencia. En una entrevista para New Left Review, de abril de 2024, publicada en L’Antidiplomatico ( 16), la política alemana ilustra perfectamente una agenda política post-populista directamente centrada en cuestiones materiales que toma nota del agotamiento de la «política de la identidad«. Es también una propuesta post-ideológica en el sentido de que no se fija en las familias políticas de izquierda o de derecha, ni en sus marcas simbólicas, sino obstinadamente en su base material de intereses. De ahí que no tenga reparos en apoyar a las corporaciones Mittelstand, por un lado, y oponerse a los efectos sociales sobre las clases bajas de las políticas medioambientales, por otro. O en oponerse sin vacilaciones a la guerra contra Rusia y a la lucha contra China basándose en argumentos pragmáticos, ignorando la agenda identitaria occidental basada en una peliaguda retórica supremacista democrática. Se trata de construir una posición sobre la inmigración que sea pragmática, de sentido común básico y equilibrada (que se fije en las condiciones de las clases trabajadoras y no en la necesidad de cuidadores de las clases medias altas, sin negar que cierta inmigración es necesaria y que hay que ayudar a todos (17)).

De nuevo, en el contexto concreto de una contienda electoral en la que el BsW se opone, suburbio a suburbio, al ascenso de la AfD, recuerda que «la migración siempre tendrá lugar en un mundo abierto» y que «a menudo puede ser un enriquecimiento para ambas partes», pero, también, que «es esencial que su escala no se descontrole» y que «las olas repentinas de migración se mantengan bajo control». Recordando que el imperioso ascenso del racismo, y la xenofobia, y por tanto de la AfD es hijo de Merkel.

Por último, no teme decir que el BsW está a favor de la transición energética y de las políticas medioambientales, que son necesarias, pero no del planteamiento de los Verdes alemanes (la expresión política de las clases altas e incluidas de la sociedad), que hace que los ciudadanos paguen por ellas basándose en un planteamiento arrogante y autocomplaciente. Ese por el que parecen decir: «Somos los más virtuosos, porque podemos permitirnos comprar alimentos ecológicos. Podemos permitirnos una bicicleta de carga. Podemos permitirnos instalar una bomba de calor. Podemos permitírnoslo todo’. Encarnan, es decir, «un sentimiento de autosatisfacción, aunque aumenten el coste de la vida de las personas que luchan por salir adelante». Necesitamos establecer políticas medioambientales que «la gran mayoría de la gente pueda aceptar, tanto económica como socialmente», con «una amplia cobertura pública».

En su «Contra la izquierda neoliberal» (18), la parte más fuerte es aquella en la que denuncia a los «moralistas sin empatía» de la «izquierda de moda», que, una vez obtenido lo esencial y asegurada su propia vida (a veces durante generaciones), se centra en el lenguaje y se siente tan alto que sólo es un ciudadano del mundo (es decir, de ninguna parte). Un izquierdista, todas las encuestas postelectorales en Occidente lo dicen desde hace décadas, que se congrega en los lugares «céntricos» y conectados, pasa el rato sólo consigo mismo y se espeja dichoso. Consigue profesiones bien remuneradas en el sector de los servicios avanzados, se siente liberal porque bien puede permitírselo. Una izquierda que vive en el vacío y lo cultiva.

Por eso necesitas a los demás. Buscar lo lleno, no lo vacío. Encontrar el sentido de la vida no en la «inmensa colección de bienes» (19), sino en sentirse parte de una comunidad, en términos de compartir una pertenencia y un proyecto de futuro (20). Una pertenencia, también, a una «nación», término que la política alemana nos recuerda, con razón, que es hijo de la revolución francesa, que no tiene una base étnica, ni religiosa, ni siquiera racial. Sin miedo a referirse también al valor de las tradiciones (entre ellas también las de las democracias populares, de masas, ahora tan distantes de nosotros bajo la influencia de la reacción neoliberal de los años ochenta y noventa).

Con esta agenda, que puede explicarse según el método de la deducción social de categorías, es perfectamente lógico que también se encuentre en su discurso un aprecio por el giro pre-neoliberal de la CDU, y un ‘capitalismo domesticado con un fuerte componente social’, y, al mismo tiempo, encuentre su lugar criticando el giro hacia la (tardía y defensiva) ‘política identitaria’ de Die Linke. Luego el ataque a los «discursos privilegiados», a la «diversidad», que son alienantes para los votantes que en esencia quieren, más bien, «pensiones decentes, salarios decentes e igualdad de derechos». Todo ello, una vez más, señalando que «estamos a favor de que todo el mundo pueda vivir y amar como quiera. Pero hay un tipo exagerado de política identitaria en la que tienes que disculparte si hablas de un tema si no tienes antecedentes de inmigración, o tienes que disculparte porque eres heterosexual».

En el post «Unos apuntes» (21), en este mismo blog argumentaba, en línea con esta propuesta, que es hora de actualizar el análisis concreto. De huir del juego específico occidental de la lucha cultural en torno al ombliguismo, al entretenimiento. A la eterna búsqueda de agregaciones de nubes de significado continuamente reagrupadas en torno a nuevos significantes vacíos de los que parece haber catálogos interminables. De los que hay continuas re-propuestas y provocaciones cada vez más creativas. Ahora es el momento de volver a la dureza de un análisis que se atenga a las cosas, a los hechos. Como escribí, esos hechos son hoy la postura neocolonial y la guerra entre neobloques, simultáneamente de poder y de civilización, que se impone en la escena mundial. Surge y exige una movilización total contra el Otro, cuya existencia como tal se niega de hecho. Movilización que olvida toda la historia de los intercambios, del enriquecimiento recíproco, de la presencia densa, para exigir únicamente la afirmación obsesiva de sí mismo como «elegido»; legitimada hasta la destrucción total, física y moral, de aquellos que no reconocen la altura moral en la que pretendemos estar (22).

A la espera de mejores palabras, Sahra llama a esta postura la «izquierda conservadora«, pero, señala, es «algo más que un revival de izquierdas», ya que incorpora otras tradiciones cuyo catálogo señala.

Se trata más bien de un nuevo ser social que empieza a traducirse en forma política:

– sentido económico,


– justicia social,


– paz,


– libertad de expresión (que va más allá de lo políticamente correcto).

Al fin y al cabo, todo es sencillo."


(Alessandro Visalli, blog, 17/09/24, traducción DEEPL. Notas en el original)

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