"Dos estrategias fundamentales pugnan por la gestión y salida de la
crisis sistémica:
- Por un lado, la opción dominante es la es trategia liberal-conservadora, basada en la política de austeridad.
- Por otro lado, de forma subordinada está la apuesta por una opción justa, democrática y solidaria.
La primera admite dos posibles
evoluciones:
1) la continuista remozada con cierta flexibilidad y una
aplicación más lenta, la persistencia de los ajustes estructurales con
la prioridad de reducir el déficit (y la deuda) público y nuevos
reequilibrios económicos e institucionales, dentro de la UE y la zona
euro, bajo hegemonía alemana,
2) la deriva hacia una austeridad
impuesta y autoritaria, especialmente regresiva, segmentada y de
subordinación del sur, pero con importante precarización de las capas
populares centrales, deslegitimación social de sus clases gobernantes
con democracias liberales débiles, así como con riesgos de ruptura de la
UE y el euro y fortalecimiento de nuevos movimientos populistas, con
componentes derechistas, xenófobos o exclusivistas.
La segunda
opción es un proyecto y un impulso de cambio, con una gran legitimidad
social (en el sur), pero sin fuerzas sociales y políticas suficientes (y
menos económicas) para implementarla a corto y medio plazo.
Consiste en
una política económica alternativa, expansiva del empleo y mejora del
aparato productivo (del sur), la solidaridad e integración europea, la
reafirmación del modelo social europeo y los derechos sociolaborales y
la regeneración democrática de los sistemas políticos.
Ese proyecto es
defensivo, pero tiene sentido como orientación que refuerce la
resistencia a la involución social y democrática, cohesión de fuerzas
progresistas y condicionamiento sociopolítico hacia un sistema económico
y político menos regresivo.
Cabe una tercera opción,
‘intermedia’ entre las dos anteriores, como agotamiento, derrota y
cambio de la primera, pero sin suficientes fuerzas para garantizar la
segunda. Supone cierto acuerdo o equilibrio entre parte del poder
económico liberal e institucional y los intereses y la legitimidad de
las sociedades europeas junto con la presión de los países sur
(incluyendo Francia). Las expectativas iniciales del programa de
Hollande (y Obama) podían apuntar al inicio del camino hacia esta
opción, pero sus políticas siguen bloqueadas sin romper totalmente con
la primera opción. Conlleva un equilibrio inestable con tendencias
contrapuestas:
1) hegemonía política liberal y de las principales
fuerzas económicas y empresariales, con garantías (estabilidad
sociopolítica, legitimidad social, competitividad respecto a terceros
países…) para la reproducción del sistema económico y la legitimidad de
su poder y distribución de rentas a medio y largo plazo;
2) persistencia
de la presión popular y las fuerzas de izquierda y movimientos sociales
progresistas, con un modelo social y un sistema democrático
‘suficientes e integradores’.
En consecuencia, tenemos tres opciones de gestión de la crisis, con tres resultados distintos. (...)
Dada la persistencia de los valores democráticos e igualitarios en la
mayoría de la ciudadanía europea y española, es previsible el
mantenimiento de la indignación ciudadana y la deslegitimación social o
la crisis de confianza hacia sus élites políticas, por su
responsabilidad y su impotencia o pasividad respecto de una salida justa
y democrática de la crisis sistémica.
Está servida la pugna cultural
entre el fatalismo pasivo y la indignación activa, entre la disgregación
competitiva y la respuesta colectiva progresista. En el fondo está la
tensión entre la continuidad o el cambio, entre, por un lado, el
discurso tecnocrático de la preponderancia del poder económico y la
actual capa gobernante y, por otro lado, la capacidad de la ciudadanía,
las personas, con su cultura democrática y de justicia social, con los
valores de libertad, igualdad y solidaridad, fundamentos para promover
un modelo social avanzado. (...)
La conciencia social mayoritaria de las consecuencias negativas de la
crisis y la percepción de que la gestión institucional no garantiza una
perspectiva mejorable, constituyen una gran impugnación a las actuales
políticas de austeridad y sus gestores. Es una condición para poder
conformar una base social de apoyo a la demanda de una opción
progresista. (...)
Por tanto, para promover el camino hacia la segunda (y tercera)
opción, la reorientación de la política económica y la democratización
del sistema político con un nuevo equilibrio (con conflicto y pacto), ya
se ha dado un paso sustancial:
1) la evidencia del fracaso de la
política de austeridad, con una masiva indignación social contra su
carácter regresivo;
2) la amplia crítica a sus gestores, con mayor
deslegitimación ciudadana,
3) la significativa participación
democrática de una ciudadanía activa (desde el sindicalismo y distintos
grupos sociales hasta el movimiento 15-M y similares), como expresión de
la nueva oleada de protestas sociales, cuyo último eslabón han sido las
multitudinarias conmemoraciones estos días del segundo aniversario del
15-M.
Pero es necesario un segundo paso, con el refuerzo de esos
tres factores positivos, que presenta dificultades particulares:
1) un
potente movimiento social progresista, con la configuración de un campo
sociopolítico transformador capaz de conseguir el apoyo de la mayoría de
la sociedad;
2) un fortalecimiento, reorientación y unidad de las
izquierdas políticas y su reflejo institucional,
3) la renovación de
discursos y liderazgos, la reorientación estratégica y la mejora de la
calidad democrática y ética de las élites políticas, sindicales y
asociativas progresistas, incluidas las intelectuales." (Antonio Antón, Rebelión, 28/05/2013)
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