"La Alemania que se vende como modelo para Europa es un fracaso. En los
últimos 25 años el país ha sufrido una manifiesta degradación en casi
todo aquello que importa a la ciudadanía. De ser un país relativamente nivelado para su contexto europeo ha pasado a ser campeón de la desigualdad.
El 1% más rico concentra el 23% de la riqueza, al 10% más rico le
corresponde el 53% y a la mitad más pobre de la sociedad sólo el 1%,
cuando hace diez años era el 3%.
La Alemania que se presenta como modelo contiene una involución
socio-laboral sin precedentes desde la posguerra, con generalización de
la precariedad, una caída de dos años de la esperanza de vida para los
más pobres registrada en la última década y una de las tasas de natalidad más bajas del mundo.
La mayoría de los alemanes se ha visto perjudicada por ese cambio que
sólo la corrupción estructural de los medios de comunicación logra hacer
pasar por “modelo”.
Esa involución forma parte de un proceso mundial que se inició a
finales de los años ‘60 en EE UU y se aplicó luego con Thatcher en el
Reino Unido, saltando más tarde a Europa con gobiernos conservadores o
socialdemócratas. El shock de la actual crisis está siendo utilizado para dar un impulso definitivo a esta gran desigualdad, social y entre países, que caracteriza al sistema cuyos excesos e ideología generaron la crisis.
El relativo ‘éxito’ alemán en la crisis se mide en unos indicadores
de paro y de recesión menores que en la mayoría de los países de Europa,
y se sostiene exclusivamente en las exportaciones. Alemania genera la
mitad de su PIB exportando, gracias al euro combinado con una estrategia
de salarios bajos que perjudica a los socios europeos.
No hay en Europa una economía más expuesta a los efectos de un enfriamiento de la coyuntura global que la alemana.
El modelo alemán de relativa buena salud en la crisis no es que no sea
aplicable a otros países, sino que ha sido posible a costa del deterioro
de la salud de los socios.
El extraordinario superávit comercial que Alemania logró en los
últimos años fue colocado en los más aventureros e inmorales negocios
financieros de países como EE UU, Irlanda o España. Sólo entre 2005 y
2008, la banca alemana concedió a instituciones españolas créditos e inversiones por valor de 320.000 millones,
gran parte para alimentar la criminal burbuja inmobiliaria
postfranquista.
Los rescates de países son rescates de deudas de bancos
internacionales. El 90% del dinero entregado ‘a Grecia’ ha sido
destinado a bancos, sobre todo extranjeros.
Alemania es hoy el principal exportador de la involución sociolaboral
al resto de la eurozona en nombre de la austeridad, que genera más paro
y más deuda. Es una política diseñada para que el sector financiero cobre íntegramente sus malos negocios
a costa de las clases medias y bajas europeas. Aunque los recortes son
los mismos, los cuerpos sobre los que se aplican –el tamaño de los
Estados sociales y sus niveles de cobertura– son mucho más vulnerables y
los ritmos temporales mucho más acelerados.
Esta política se impone con métodos opacos y autoritarios que mantienen en secreto la identidad de los bancos e instituciones endeudadas y que arrasan con toda veleidad de soberanía.
El resultado de esta política es necesariamente desintegrador para el
proyecto europeo, cuya única bondad histórica –ser alternativa a la
crónica guerra entre naciones europeas de los últimos siglos– se está transformando en una alianza de pequeñas naciones imperiales para poder seguir siendo imperialistas y militaristas en la lucha por los recursos globales del siglo XXI.
Esta política es doblemente desintegradora. Para Europa, porque las
naciones y los pueblos de Europa no quieren formar parte de un club
sobre tales premisas. Para el mundo, porque los retos del siglo XXI –la
crisis de la civilización crematística– son inabarcables con la vieja
metodología imperialista.
La oposición a las veleidades dominantes de
Alemania –condenadas al fracaso– no es un asunto de lucha entre
naciones, sino un aspecto del largo combate social europeo entre
reacción y progreso que interesa a todas las ciudadanías, incluida, por
supuesto, la ciudadanía alemana. La historia social europea se ha
escrito siempre así." (Diagonal, 16/05/2013)
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