15.6.14

Los demócratas tenemos demasiadas batallas reales como para dedicar el tiempo a perder batallas simbólicas, la de la monarquía

"No quiero meterme demasiado en el debate entre monarquía y república, por un par de motivos. Primero, no creo que sea un debate prioritario ahora mismo en España. (...)

Segundo, y más importante, un cambio de ordenamiento jurídico en este aspecto es, ahora mismo, completamente inviable políticamente, y lloriquear y manifestarse no cambiará gran cosa. Cambiar el sistema a una república exige una reforma constitucional por el procedimiento agravado (Art. 168), es decir, con mayoría de dos tercios en ambas cámaras, elecciones, mayoría de dos tercios de nuevo en las nuevas cortes, y después un referéndum para su ratificación.

 Uno puede pedir un referéndum consultivo todo lo que quiera, pero el procedimiento de reforma constitucional está bien claro y no admite dudas, y nadie en el PP es tan rematadamente estúpido como para permitir cambios saltándose las reglas. Y os gustarán o no esas supermayorías, pero están ahí protegiendo tanto la Corona como el capítulo de derechos fundamentales. Es la constitución que tenemos.

Abdicación o no, la república no la veremos entonces sin una revolución, un golpe de estado o la Casa Real haciendo algo monumentalmente estúpido. Las dos primeras cosas son harto indeseables, y sobre la tercera recordad que estamos hablando de Borbones, y esta gente nunca decepciona.

Dejando de lado la obviedad manifiesta que una reforma constitucional no sucederá a corto o medio plazo, una nota sobre el aspecto que debería tener un hipotético régimen republicano. Para empezar, debe quedar dicho que no tiene por qué ser más barato o más caro; hay casas reales rematadamente modestas en Europa (la nuestra dice serlo, pero no estaría mal un poco de transparencia ahí fuera) y presidentes de la república con tendencias imperiales. (...)

El segundo aspecto relevante es que en general, al hablar de jefes de estado, como menor sea su papel en el sistema político mejor. El Presidente de la República, si lo hubiere, debería ser un cargo esencialmente ceremonial, escogido de forma indirecta, y que tiene como principal responsabilidad inaugurar escuelas, abrazar viejecitas y poner cara solemne en funerales de estado. 

En general, y con muy pocas excepciones, dividir la legitimidad democrática entre el legislativo y el ejecutivo es una idea bastante espantosa (más aquí, aquí y aquí). El modelo a seguir sería en este caso Alemania o Italia, que tienen un presidente simbólico escogido por el parlamento.

Después de este sistema, hay gradaciones. Tenemos presidentes simbólicos pero escogidos directamente por el electorado (República Checa y Portugal, por ejemplo), que no acostumbran a dar problemas pero siempre pueden tener la tentación de meterse en política ocasionalmente. 

 Como no queremos correr el riesgo de tener dos tipos que dicen tener el apoyo del pueblo discutiendo fuera de una campaña electoral, es mejor evitarlo, por mucho que nos guste votarlo todo. Más allá de este modelo de poderes limitados tenemos el caso francés, que solía ser un híbrido infumable hasta que decidieron alinear las legislaturas parlamentarias con los mandatos presidenciales.

 Ahora es sólo un híbrido infumable con un ejecutivo mixto y un primer ministro que no puede convocar elecciones. El peor modelo, obviamente, es el de gobierno dividido seriamente a la americana, tierra de bloqueos institucionales (en Estados Unidos) y golpes de estado ocasionales (en América Latina).

 Aunque la literatura no está del todo de acuerdo en los mecanismos causales que hacen los regímenes presidencialistas más inestables, tampoco es cuestión de hacer experimentos.

¿Dónde se situaría la monarquía parlamentaria? En la mayoría de países, y esto incluye a España, a medio camino entre Alemania y Portugal. Tenemos un jefe de estado que no pinta realmente nada (la vagancia y total falta de entusiasmo de Juan Carlos I son sus principales virtudes. Y lo digo en serio), algo que es bueno, pero está ahí por un accidente genético, algo que no es del todo justo.

 No es el mejor de los mundos posibles, ciertamente, pero dentro de los ordenamientos jurídicos posibles no es demasiado malo. Europa está lleno de estados que tienen una monarquía hereditaria similar, así que no es que sea una decisión demasiado inusual. 

Como casi todo en política, es un trade off más o menos aceptable, en nuestro caso para hacer la transición algo aceptable a la derecha. Incluso si uno no se cree el rollo heroico del 23-F, creo que los dolores de cabeza que nos ahorró ese acuerdo no son injustificables.

¿Normativamente, entonces? Sí, en un mundo ideal la monarquía seguramente no sería mi elección. En el mundo real, sin embargo, donde un régimen democrático es un equilibrio que debe contentar a todos, donde aprobar reformas sobre el modelo de estado requiere un capital político enorme que los republicanos carecen y con el país afrontando problemas mucho más urgentes que decidir quién firma las leyes, es difícil que el fervor republicano me emocione demasiado. Tenemos demasiadas batallas reales como para dedicar el tiempo a perder batallas simbólicas.

Una nota final: a efectos prácticos el Rey (y la familia real) es un grupo de diplomáticos que reciben un tratamiento especial allá donde viajan. Como instrumento de política exterior son mucho más útiles que un presidente de la república ceremonial."          ( , Politikon, 03/06/2014)

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